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lunes, enero 18, 2021

LA IDIOTIZACIÓN DE LA SOCIEDAD COMO ESTRATEGIA DE DOMINACIÓN

El filósofo alemán, Martin Heidegger, dijo una vez: Hay un enorme sistema que piensa todo por nosotros ahorrándonos la terrible tarea de pensar

Hace unas décadas creíamos que la ignorancia de la población se debía a la falta de información. Bajo el lema la información es poder considerábamos que cuanto más informado uno estuviera, mayores eran las posibilidades de autoemanciparse. Pero hoy vemos cuán equivocados estábamos. Resulta que el hecho de estar informándonos permanentemente es lo que dificulta el pensamiento. Esto se da porque la información que nos llega es efímera y es solapada rápidamente por otra, que nos hace olvidar de inmediato las noticias importantes e indagar sobre el fondo de la cuestión.

La relevancia de los instrumentos de comunicación como mediadores de la “realidad”, ha generado un efecto de sumisión en la población, internalización del poder y la incapacidad, de concebir alternativas a los criterios impuestos por el sistema de dominación vigente.  Una de las claves más importantes para la progresiva idiotización y adormecimiento de la sociedad es el entretenimiento vacío. Las noticias de suma relevancia donde se juega el futuro de la sociedad, son transmitidas de puntillas por los medios; por el contrario, se procede a crear un debate ficticio de noticias sin importancia para manipular a los usuarios y que estos se enfrenten creyendo estar en posesión de la verdad absoluta, cuando no son más que peones del sistema. El objetivo del entretenimiento vacío es abotagar nuestra sensibilidad social y mantenernos dormidos, volviéndonos incapaces de pensar, reflexionar e investigar, para poder alcanzar una conciencia crítica de la realidad.

 

El entretenimiento vacío existe para ocultar la evidente relación entre el sistema económico capitalista y las catástrofes que asolan al mundo. Específicamente para que no nos cuestionemos nuestros modos de vivir ni cuestionemos al sistema en el cual nos vemos inmersos. Es decir, que todo está pensado para que el individuo sea funcional y soporte estoicamente, el sistema establecido sin rechistar. ¿Cómo se consigue esto? La búsqueda del no pensar resulta clave para el éxito de la idiotización de la sociedad. Cuando la realidad resulta angustiante y durante todo el día eres explotado en tu trabajo, tienes una hipoteca que pagar y deudas que se acumulan en tu haber, se vuelve imperioso obtener divertimento, satisfacción inmediata.

El filósofo Theodor Adorno sostiene que, Con cada risa, el espectador está más cerca de seguir a las fuerzas totalitarias. Así, el entretenimiento vacío se vuelve una especie de anestesia que nos permite soportar la realidad sin hacer nada para cambiarla. Y es que, de eso se trata: de convencernos de que nada puede hacerse para cambiar el mundo y que el capitalismo y el poder opresor del Estado, son algo natural y necesario para el correcto funcionamiento de la sociedad.  De esta manera, la violencia que consumimos a través de los medios y producciones culturales, tiene el fin de acostumbrar al consumidor a la violencia a la que es sometido en la sociedad con el fin de no darle jamás, la sensación de que es posible oponer resistencia.

La manera en que funciona es muy sutil. Cada noticia, programa o film, reúne los valores del sistema establecido, y sin darnos cuenta, nos introducen sus valores en nuestras mentes; y, si seguimos permitiendo que el entretenimiento vacío continúe modelando nuestras conciencias -y por lo tanto, también el mundo a su antojo- terminará destruyéndonos. Y es que lo que se busca, es evitar toda intención del pensamiento, todo esfuerzo intelectual, para crear una sociedad de hombres y mujeres que abandonen los ideales y aspiraciones que les hacen rebeldes, para conformarse con la satisfacción de unas necesidades inducidas por los intereses de las élites dominantes.  No obstante, si queremos revertir tal situación de enajenamiento a la que estamos sometidos, solo queda tomar desde lo personal una posición crítica, que consiga cuestionar lo dado y reflexionar sobre la sociedad que queremos construir.


sábado, enero 16, 2021

LA HIPERCOMUNICACIÓN ESTABLECE CONTACTOS PERO DESTRUYE NUESTRAS RELACIONES

 

Byung-Chul Han es un destacado diseccionador de la sociedad hiperconsumista. Hace poco publicó en la revista francesa ‘Phychopolitics ‘ un ensayo sobre el narcisismo contemporáneo y la desaparición de la cercanía y la amistad. He aquí sus reflexiones...

La hipercomunicación actual solo establece contactos pero destruye relaciones. Elimina la distancia, pero al mismo tiempo destruye la cercanía y la amistad.

¿Cuáles son las causas de esta desaparición? El otro es algo que duele; sin embargo, hoy evitamos cualquier forma de lesión. No queremos arriesgar nada. Espolvoreamos energías libidinosas a medida que diversificamos nuestras inversiones, para evitar una pérdida total. La hipercomunicación actual solo establece contactos pero destruye relaciones. Elimina la distancia, pero al mismo tiempo destruye la cercanía y la amistad. La proximidad está ligada a la distancia. Si el alejamiento se destruye por la ausencia de distancia, la cercanía e incluso el amor se destruyen ¿Qué queda entonces?

El narcisismo actual se basa en el vacío. El ego se ha empobrecido mucho en formas de expresión estables con las que podría identificarse y que le darían una identidad firme. Hoy nada dura, nada persiste. Este carácter efímero actúa sobre él, lo desestabiliza, lo hace perder las certezas. Es precisamente esta incertidumbre, este miedo por uno mismo lo que conduce al funcionamiento “vacío” del ego. En reacción, el individuo intenta en vano que ocurra. Esta es, por ejemplo, la manía por las selfies. En realidad, estos no se generan por vanidad o enamoramiento, sino que ilustran con precisión este vacío interior. En lugar de un ego narcisista estable, se trata de un "narcisismo negativo".

En todas partes, la gente habla de compartir y de comunidad. Se supone que la economía de compartir reemplaza a la economía de propiedad. Pero nos equivocamos al creer que la economía colaborativa, como afirma Jeremy Rifkin en su libro The New Society of Zero Marginal Cost (Los Vínculos que Liberan), es un paso hacia el fin del capitalismo, hacia una sociedad global, donde lo colectivo tendría más importancia que la propiedad. Es lo contrario: la economía colaborativa conduce a la comercialización total de la vida. En una sociedad basada en la evaluación mutua, todo se comercializa, las personas, la información, las ideas, el amor, la amistad, el ocio, la cultura, incluidos ciertos valores como la amabilidad, por ejemplo. Nos volvemos amables para tener mejores apreciaciones. Incluso en el corazón de la economía colaborativa reina la dura lógica del capitalismo. En este hermoso compartir, paradójicamente, nadie se deshace voluntariamente de nada.

En el pasado, las empresas competían entre sí. Dentro de la organización, en cambio, la solidaridad era posible. Hoy en día, todos compiten con todos los demás, incluso "en" el negocio. Esta competencia absoluta ciertamente aumenta la productividad, pero destruye la solidaridad y el espíritu de comunidad. La autoexplotación es más eficaz que la explotación por parte de un tercero: produce mejores frutos porque va de la mano del sentimiento de libertad. El sistema neoliberal destruye la solidaridad ¿Cómo escapar pues de este oscuro futuro?

El neoliberalismo conduce a un vacío y angustia existencial. Y siempre destruye más seguridad, más y más enlaces. Ninguna profesión es inmune hoy. Nadie se siente seguro en este sistema puramente competitivo. Muchos padecen ansiedades difusas: miedo a no estar a la altura, a fracasar, a abandonar. Nada es sólido, nada es duradero. Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. Vivimos en una sociedad de miedo. Surge así una nostalgia por el vínculo obligatorio que utilizan tanto el fundamentalismo islámico como el extremismo de derecha.

gracias al triunfo tecnológico de internet, ahora el poder es un ejercicio de control sobre las psiquis. El smartphone no es solo un eficiente aparato de vigilancia, sino también un confesionario móvil. Facebook es la iglesia, la sinagoga global (literalmente, la congregación) de lo digital. Y los gobiernos invierten muchos recursos para registrar lo que ocurre en esa congregación. Lo que necesitamos hoy es otro tipo de vida capaz de crear obligación y vínculo, sin que esto se traduzca en violencia y exclusión. Una especie de vida en la que se le dará espacio a la espiritualidad más allá del esoterismo, visto como una forma de terapia que solo repara los daños causados ​​por el sistema. Un tipo de vida en la que un verdadero don, un verdadero espíritu de compartir será posible más allá de compartir.

La psicopolítica es un poder inteligente, sutil y silencioso, que es capaz de penetrar en nuestra psique para explotarla y controlarla sin que nos demos cuenta, seduciéndonos incluso para que colaboremos con ella voluntariamente. Las nuevas técnicas de poder del capitalismo neoliberal, dan acceso a la esfera de la psique, convirtiéndola en su mayor fuerza de producción. La psicopolítica es, según Han, aquel sistema de dominación que, en lugar de emplear el poder opresor, utiliza un poder seductor, inteligente que consigue que los hombres se sometan por sí mismos al entramado de dominación.

En este sistema, el sujeto sometido no es consciente de su sometimiento. La eficacia del psicopoder radica en que el individuo se cree libre, cuando en realidad es el sistema el que está explotando su libertad. La psicopolítica se sirve del Big Data el cual, como un Big Brother digital, se apodera de los datos que los individuos le entregan de forma efusiva y voluntaria. Esta herramienta permite hacer pronósticos sobre el comportamiento de las personas y condicionarlas a un nivel prerreflexivo. La expresión libre y la hipercomunicación que se difunden por la red se convierten en control y vigilancia totales, conduciendo a una auténtica crisis de la libertad. Este poder inteligente podría detectar incluso patrones de comportamiento del inconsciente colectivo que otorgarían a la psicopolítica un control ilimitado. Nuestro futuro dependerá de que seamos capaces de servirnos de lo inservible, de la singularidad no cuantificable y de la idiotez de quien no participa ni comparte.

Concluyendo. El miedo, la globalización y el terrorismo, son poderes que caracterizan a la sociedad actual. Los tiempos en los que existía el otro han pasado. El otro como amigo, el otro como infierno, el otro como misterio, el otro como deseo van desapareciendo, dando paso a lo igual. La proliferación de lo igual es lo que, haciéndose pasar por crecimiento, constituye hoy esas alteraciones patológicas del cuerpo social. Lo que enferma a la sociedad no es la alienación, la sustracción, la prohibición ni la represión, sino la hipercomunicación, el exceso de información, la sobreproducción y el hiperconsumo. La expulsión de lo distinto y el infierno de lo igual ponen en marcha un proceso destructivo totalmente diferente: la depresión y la autodestrucción.

Byung-Chul Han (Seúl, 1959) uno de los pensadores más subversivos de Alemania

miércoles, diciembre 30, 2020

LOS GUARDIANES DE LA LIBERTAD (MANUFACTURING CONSENT)

    En 1990 se publicó en español el célebre libro "MANUFACTURING CONSENT" ("Los Guardianes de la Libertad" o "El Consenso Manufacturado"), cuyos autores fueron Noam Chomsky y Edward S. Herman. Hoy en dia las ideas que se plasman en esta obra resultan más vigentes que nunca. Se trata de un ensayo fundamental acerca del periodismo convencional y su rol dentro de la compleja mecánica del poder. Sus autores consideran que la mayor parte de los medios de comunicación solo transmiten las opiniones de las élites económicas o de los gobiernos. Partiendo de esta base los autores desarrollan la teoría de que dichos medios de comunicación están sometidos a cinco filtros concretos y muy bien elaborados:


     


LA PROPIEDAD MEDIÁTICA: los medios de comunicación social están en manos de grandes corporaciones y son propiedad de las élites económicas y grupos afines.

LA PUBLICIDAD: Los medios dependen de la publicidad de las élites económicas para su subsistencia.

LA ÉLITE DE LOS MEDIOS: es decir, los medios de comunicación deben producir un flujo permanente de noticias nuevas, teniendo en cuenta que los principales proveedores de ellas son los propios  departamentos de prensa de los gobiernos o agencias de noticias controladas por las grandes corporaciones.

EL FUEGO ANTIAÉREO: hace referencia a los grupos de influencia responsables de organizar respuestas sistemáticas ante cualquier desviación sobre las opiniones que sustentan.

EL ENEMIGO COMÚN: las opiniones de la izquierda siempre son consideradas como antipatrióticas y una enemigo que hay que silenciar, difamar o aplastar.

El concepto "consenso manufacturado" es uno de los sesgos cognitivos del llamado "falso consenso" que se da en las “sociedades democráticas” en las cuales existe un control encubierto sobre la opinión pública. A diferencia de otros métodos de control social (represión, autoritarismo, etc.) en este caso es la publicidad y la propaganda, son quienes consiguen que los votantes de una “sociedad democrática” sean espectadores y consientan ser conducidos por la ‘intelligentsia’ gobernante; todo ello sin necesaria intencionalidad y bajo la apariencia de un consenso democrático.

El corto que se facilita a continuación explica, de forma simple y breve, los conceptos que definen ambos autores. Disfrutadlo

jueves, enero 09, 2014

¿POR QUÉ NO ESTALLA UNA REVOLUCIÓN?



¿Te has preguntado alguna vez porqué nadie reacciona ante la infame oleada de opresión y abusos de todo tipo que estamos sufriendo?

¿No te produce perplejidad el hecho de que tras tantas y tantas revelaciones sobre casos de corrupción, injusticias, robos y burlas a la ley y a la población en general, a la cual se le ha robado literalmente el presente y el futuro, no suceda absolutamente nada?

¿Te has preguntado por qué no estalla una Revolución masiva y por qué todo el mundo parece estar dormido o hipnotizado?

Estos últimos años se han hecho públicas informaciones de todo tipo que deberían haber dañado la estructura del Sistema hasta sus mismísimos cimientos y sin embargo la maquinaria sigue intacta, sin ni tan solo un arañazo superficial.



Y esto pone de manifiesto un hecho extremadamente preocupante que está sucediendo justo ante nuestras narices y al que nadie parece prestarle atención.  Parece increíble, pero los acontecimientos lo demuestran a diario.

SABER LA VERDAD YA NO IMPORTA.
La información ya no tiene relevancia.


Desvelar los más oscuros secretos y sacarlos a la luz ya no produce ningún efecto, ninguna respuesta por parte de la población. Por más terribles e impactantes que sean los secretos revelados.

Durante décadas hemos creído que los luchadores por la verdad, los informadores capaces de desvelar asuntos encubiertos o airear los trapos sucios, podían cambiar las cosas. Que podían alterar el devenir de la historia.


De hecho, hemos crecido con el convencimiento de que conocer la verdad era crucial para crear un mundo mejor y más justo y que aquellos que luchaban por desvelarla eran el mayor enemigo de los poderosos y de los tiranos. Y quizás durante un tiempo ha sido así.

Pero actualmente, la “evolución” de la sociedad y sobretodo de la psicología de las masas nos ha llevado a un nuevo estado de cosas. Un estado mental de la población que no se habría atrevido a imaginar ni el más enajenado de los dictadores. El sueño húmedo de todo tirano sobre la faz de la tierra: no tener que ocultar ni justificar nada ante su pueblo.


Poder mostrar públicamente toda su corrupción, maldad y prepotencia sin tener que preocuparse de que ello produzca ningún tipo de respuesta entre aquellos a los que oprime. Ésta es la realidad del mundo en el que vivimos. Y si crees que esto es una exageración, observa a tu alrededor. El caso de España es palmario.


Un país inmerso en un estado de putrefacción generalizado, devorado hasta los huesos por los gusanos de la corrupción en todos los ámbitos: el judicial, el empresarial, el sindical y sobretodo el político.

Un estado de descomposición que ha rebosado todos los límites imaginables, hasta salpicar con su pestilencia a todos los partidos políticos de forma irreparable.
  



Y sin embargo, a pesar de hacerse públicos de forma continuada todos estos escándalos de corrupción política, los españoles siguen votando mayoritariamente a los mismos partidos, derivando, como mucho, algunos de sus votos a partidos subsidiarios que de ninguna manera representan una alternativa real.

Ahí está el alucinante caso de la Comunidad Valenciana, la región más representativa del saqueo desvergonzado perpetrado por el Partido Popular y donde, a pesar de todo, este partido de auténticos forajidos y bandoleros sigue ganando las elecciones con mayoría absoluta. Una vergüenza inimaginable en cualquier nación mínimamente democrática.

Y desgraciadamente, el caso de Valencia es solo un ejemplo más del estado general del país: ahí tenemos el indignante caso de Andalucía dominada desde hace décadas por la otra gran mafia del estado, el PSOE, que junto con sus socios de los Sindicatos y el apoyo puntual de Izquierda Unida han robado a manos llenas durante años y años.

O el caso de Cataluña con Convergencia y Unió, un partido de elitistas ladrones de guante blanco, por poner otro ejemplo más. Y es que podríamos seguir así por todas las comunidades autónomas o por el propio gobierno central, donde las dos grandes familias político-criminales del país, PP y PSOE, se han dedicado a saquear sin ningún tipo de recato.


Y a pesar de hacerse públicos todos estos casos de corrupción generalizada; a pesar de revelarse la implicación de las altas esferas financieras y empresariales, con la aquiescencia del poder judicial; a pesar de demostrarse por activa y por pasiva que: 

la máxima respuesta de la ciudadanía ha sido “ejercer el legítimo derecho de manifestación”, una actividad muy parecida a la que hace la hinchada cuando su equipo de fútbol gana una competición y sale en masa a la calle para celebrarlo.


Es decir, nadie ha hecho nada efectivo por cambiar las cosas, excepto picar cacerolas. Y el caso de la corrupción política desvelada en España y la nula reacción de la población es solo un ejemplo de entre muchos tantos a lo largo y ancho del mundo.
     



Ahí está el caso del deporte de masas, azotado como está por la sospecha de la corrupción, de la manipulación y del dopaje y por la más que probable adulteración de todas las competiciones bajo el control comercial de las grandes marcas…y a pesar de ello, sus audiencias televisivas y su seguimiento no solo no se ve afectado, sino que sigue creciendo cada vez más y más y más…

Pero todos estos casos empequeñecen ante la gravedad de las revelaciones hechas por Edward Snowden y confirmadas por los propios gobiernos, que nos han dicho, a la cara, con luz y taquígrafos, que todas nuestras actividades son monitoreadas y vigiladas, que todas nuestras llamadas, nuestra actividad en redes sociales y nuestra navegación en Internet es controlada y que nos dirigimos inexorablemente hacia la pesadilla del Gran Hermano vaticinada por George Orwell en “1984”. Y lo que es más alucinante del caso: una vez “filtradas” estas informaciones, nadie se ha preocupado de rebatirlas. ¡Ni mucho menos!



Todos los medios de comunicación, los poderes políticos y las grandes empresas de Internet implicadas en el escándalo han confirmado públicamente este estado de vigilancia como algo real e indiscutible. Como mucho han prometido, de forma poco convincente y con la boca pequeña que no van a seguir haciéndolo… ¡Incluso se han permitido el lujo de dar algunos detalles técnicos! ¿Y cuál ha sido la respuesta de la población mundial cuando se ha revelado esa verdad? ¿Cuál ha sido la reacción general al recibir estas informaciones? Ninguna.




Todo el mundo sigue absorto con su smartphone, sigue revolcándose en el dulce fango de las redes sociales y sigue navegando las infestadas aguas de Internet sin mover ni una sola pestaña… Así pues, ¿De qué sirve saber la verdad?

En el caso hipotético de que Edward Snowden o Julian Assange sean personajes reales y no creaciones mediáticas con una misión oculta, ¿De qué habrá servido su sacrificio?

¿Qué utilidad tiene acceder a la información y desvelar la verdad si no provoca ningún cambio, ninguna alteración, ni ninguna transformación?

¿De qué sirve saber de forma explícita y documentada que la energía nuclear solo nos puede traer desgracias, como nos demuestran los terribles accidentes de Chernobyl y Fukushima, si tales revelaciones no surten ni el más mínimo efecto?


¿De qué nos sirve saber que los bancos son entidades criminales dedicadas al saqueo masivo si seguimos utilizándolos? ¿De qué nos sirve saber que la comida está adulterada y contaminada por todo tipo de productos tóxicos, cancerígenos o transgénicos si seguimos comiéndola?


¿De qué nos sirve saber la verdad sobre cualquier asunto relevante si no reaccionamos, por más graves que sean sus implicaciones? No nos engañemos más, por duro que sea aceptarlo. Afrontemos la realidad tal y como es.

En la sociedad actual, saber la verdad ya no significa nada. Informar de los hechos que verdaderamente acontecen, no tiene ninguna utilidad real.

Es más, la mayoría de la población ha llegado a tal nivel de degradación psicológica que, como demostraremos, la propia revelación de la verdad y el propio acceso a la información refuerzan aún más su incapacidad de respuesta y su atonía mental.


La gran pregunta es ¿POR QUÉ? ¿Qué nos ha conducido a todos nosotros, como individuos, a este estado de apatía generalizado?

Y la respuesta, como siempre sucede cuando nos hacemos preguntas de este calado, resulta de lo más inquietante. Y está relacionada, directamente, con el condicionamiento psicológico al que está sometido el Individuo en la sociedad actual.

Pues los mecanismos que desactivan nuestra respuesta al acceder a la verdad, por más escandalosa que ésta resulte, son tan sencillos como efectivos. Y resultan de lo más cotidiano.


Simplemente todo se basa en un exceso de información. En un bombardeo de estímulos tan exagerado que provoca una cadena de acontecimientos lógicos que acaban desembocando en una flagrante falta de respuesta. En pura apatía.

Y para luchar contra este fenómeno, resulta clave saber cómo se desarrolla el proceso…


¿CÓMO SE DESARROLLA EL PROCESO?

Para empezar, debemos entender que todo estímulo sensorial que recibimos está cargado de información. Nuestro cuerpo está diseñado para percibir y procesar todo tipo de estímulos sensoriales, pero la clave del asunto radica en la percepción de información de carácter lingüístico, entendiendo por “lingüístico”: todo sistema organizado con el fin de codificar y transmitir información de cualquier clase.

Por ejemplo, escuchar una frase o leerla implica una entrada de información en nuestro cerebro, de carácter lingüístico. Pero también lo implica ver el logo de una empresa, escuchar las notas musicales de una canción, ver una señal de tráfico o oír la sirena de una ambulancia, por poner algunos ejemplos…


Una persona en el mundo actual, está sometida a miles y miles de estímulos lingüísticos de este tipo a lo largo de un día normal, muchos de ellos percibidos de forma consciente, pero la inmensa mayoría percibidos de forma inconsciente, que deben ser procesados por nuestro cerebro. El proceso de captación y procesamiento de esta información lo podríamos dividir básicamente en 3 fases: percepción, valoración y respuesta.

Percepción

Sin lugar a dudas, formamos parte de la generación con mayor capacidad de procesamiento de información a nivel cerebral de la toda historia de la humanidad, con muchísima diferencia, sobre todo a nivel visual y auditivo. Es más, a medida que nacen y crecen nuevas generaciones, éstas adquieren una mayor velocidad de percepción de información. Una muestra de ello la podemos encontrar en el propio cine.


Visualiza un antiguo western de John Wayne, en una secuencia cualquiera de acción, como por ejemplo, un tiroteo. Y después visualiza una secuencia de un tiroteo o de una persecución de coches en una película actual. Cualquier secuencia de acción de una película actual está trufada de sucesiones rapidísimas de planos de corta duración.

En tan solo 3 o 4 segundos verás diferentes planos: la cara del protagonista conduciendo, la del acompañante gritando, la mano en el cambio de marcha, el pie pisando el pedal, el coche esquivando un peatón, el perseguidor que derrapa, el malo que agarra la pistola, como dispara por la ventanilla, etc…y cada plano habrá durado apenas décimas de segundo. Las imágenes se suceden a toda velocidad como los disparos de una ametralladora. Y sin embargo eres capaz de verlas todas y procesar el mensaje que contienen.


Ahora ponte la película de John Wayne. No encontrarás sucesiones de planos a ritmo de ametralladora, sino sucesiones de planos mucho más largos en duración y con mayor tamaño de campo visual. Probablemente, un espectador de la época de John Wayne se habría mareado viendo una película actual, pues no estaría acostumbrado a procesar tanta información visual a tanta velocidad.



Esto es un ejemplo sencillo del bombardeo de información al que está sometido el cerebro de alguien en la actualidad, en comparación con el de una persona de hace tan solo 50 años.

Añádele a esto todas las fuentes de información que te rodean, como la televisión, la radio, la música, la omnipresente publicidad de todo tipo, las señales de tráfico, los diferentes y variados ropajes que viste cada una de las personas con las que te cruzas por la calle y que representan, cada uno de ellos una serie de códigos lingüísticos para tu cerebro, la información que ves en tu móvil, en la tablet, en Internet y añádele, además, tus compromisos sociales, tus facturas, tus preocupaciones y los deseos que te han programado tener, etc.  etc. etc.


Se trata de una auténtica inundación de información que debe procesar tu cerebro continuadamente. Y todo ello en un cerebro del mismo tamaño y capacidad que el de ese espectador de los westerns de John Wayne hace 50 años.

Por lo visto, parece que nuestro cerebro tiene capacidad suficiente para percibir tales volúmenes de información y comprender los mensajes asociados a esos estímulos. Ahí no radica el problema. De hecho parece que nuestro cerebro disfruta con ello, pues nos hemos convertido en adictos al bombardeo de estímulos. El problema aparece en la siguiente fase.



Valoración

Es cuando debemos valorar la información recibida, es decir, cuando llega la hora de juzgar y analizar sus implicaciones, que nos topamos con nuestras limitaciones. Porque, literalmente:

No disponemos de tiempo material para hacer una valoración en profundidad de esa información.

Antes de que nuestra mente, por sí misma y con criterios propios, pueda juzgar de forma más o menos profunda la información que recibimos, somos bombardeados por una nueva oleada de estímulos que nos distraen e inundan nuestra mente.

Es por esta razón que nunca llegamos a valorar en su justa medida, la información que recibimos, por importantes que sean sus posibles implicaciones. Para comprenderlo mejor, vamos a utilizar una analogía, en forma de pequeña historia.

Imaginemos a una persona muy introvertida, que pasa la mayor parte de su tiempo encerrada en casa. Prácticamente no tiene amigos ni entabla relaciones sociales de ningún tipo. Ahora supongamos que esa persona baja al supermercado a comprar una botella de leche y cuando va a pagarla, se le cae al suelo y la rompe, causando gran estruendo y manchando su ropa a ojos de todos los clientes y de la cajera. Cuando esa persona vuelva a su casa, aislada de toda relación y estímulo social, probablemente dará un gran valor a lo acontecido en el supermercado.

Se preguntará por qué le cayó la leche y qué movimiento en falso realizó para que eso sucediera; se preguntará si fue culpa suya o fue culpa de la botella que era demasiado resbaladiza; analizará en su cabeza la mirada de la cajera y los gestos y comentarios de todos y cada uno de los clientes; incluso observará las manchas en su ropa e intentará adivinar lo que pensaban sobre ella las demás personas al verla en esa situación.

Se sentirá ridícula y juzgará aquel acontecimiento meramente anecdótico como mucho más importante de lo que realmente es. Simplemente porque para ella, ese ridículo en el supermercado será el gran acontecimiento social del día o de la semana. Y quizás no lo olvide nunca más en su vida.

Ahora sustituyamos a la persona introvertida y sin relaciones por un modelo opuesto. Una persona extrovertida, que pasa el día entero rodeada de gran cantidad de personas y acontecimientos, interactuando frenéticamente con clientes y compañeros de trabajo, hablando por teléfono, concertando citas, comprando, vendiendo, haciendo reuniones, riendo, enfadándose y rematando el día tomando copas con los amigos.

Supongamos que esta persona va a comprar la leche y también se le cae causando gran estruendo y manchándose la ropa. La valoración que hará del hecho será meramente anecdótica, pues representará un evento más de entre los muchos acontecimientos de carácter social que experimenta a lo largo de la jornada. Y en pocas horas se habrá olvidado de lo sucedido.

Una persona en la sociedad actual se asemeja mucho al segundo modelo, sometido a gran cantidad de estímulos sensoriales, sociales y lingüísticos. Para nosotros, toda información recibida es rápidamente digerida y olvidada, arrastrada por la corriente incesante de información que entra en nuestro cerebro como un torrente.

Porque vivimos inmersos en la cultura del “twitt”, un mundo donde toda reflexión sobre un evento dura 140 caracteres. Y esa es la profundidad máxima a la que llega nuestra limitada capacidad de análisis.


Es por esta razón, por nuestra impotencia a la hora de valorar y juzgar por nosotros mismos el volumen de información al que estamos sometidos, que la propia información que nos es transmitida lleva incorporada la opinión que debemos tener sobre ella, es decir, aquello que deberíamos pensar tras realizar una valoración profunda de los hechos.

Es decir, el emisor de la información le ahorra amablemente al receptor el esfuerzo de tener que pensar.

Ese es el procedimiento que utilizan los grandes medios de comunicación y en un mundo con individuos auténticamente pensantes sería calificado de manipulación y lavado de cerebro.

La televisión es un claro ejemplo de ello. Fijémonos en un noticiario cualquiera. Todas las noticias de todas las cadenas estan narradas de forma tendenciosa, de manera que contengan en su redactado y presentación no solo la información que debe ser transmitida, sino la opinión que debe generar en el espectador.


O más claramente aún, el ejemplo de las omnipresentes tertulias políticas, donde los tertulianos son calificados como “generadores de opinión”. Es decir, su función es generar la opinión que deberías fabricar por ti mismo. Así pues, el bombardeo continuo e incesante de información en nuestro cerebro nos impide juzgar adecuadamente el valor de los hechos, con criterio propio y según nuestros códigos internos.

Nos quita el tiempo que deberíamos tomarnos para sopesar las consecuencias de un acontecimiento y lo fragmenta en pedacitos de 140 caracteres y con ello, convierte en breve y superficial cualquier juicio que emitamos sobre una información recibida.

Resumiendo: nos hace pensar “en titulares” y por norma general, esos titulares ni tan solo los pensamos nosotros mismos, sino que nos son inoculados con la propia información.


Respuesta

Una vez reducido a la mínima expresión nuestro tiempo de valoración personal de los hechos, entramos en la fase decisiva del proceso, aquella en que nuestra posible respuesta queda anulada.

Aquí entran en juego las emociones y los sentimientos, el motor de toda respuesta y acción. Y es que al fragmentar y reducir nuestro tiempo dedicado a juzgar una información cualquiera, también reducimos la carga emocional que asociamos a esa información.

Observemos nuestras propias reacciones: podemos indignarnos mucho al conocer una noticia cualquiera, ofrecida en un noticiario, como por ejemplo el desahucio forzoso de una familia sin recursos, pero al cabo de unos segundos de recibir esa información, somos bombardeados por otra información distinta que nos lleva a sentir otra emoción superficial diferente, olvidando así la emoción anterior.


Para decirlo de forma gráfica y clara: de la misma manera que nuestra capacidad de juicio y análisis queda reducida a un “twitt”, nuestra respuesta emocional queda reducida a un emoticono.


Y aquí es donde reside la clave del asunto. Es en este punto donde queda desactivada nuestra posible respuesta. Para comprenderlo mejor, volvamos a la analogía de las personas introvertida y extrovertida que rompían la botella de leche en el supermercado.

La persona introvertida encerrada en su hogar, que ha otorgado un valor más profundo a los hechos acontecidos en el supermercado seguirá dándole vueltas al asunto una y otra vez.

Es decir, no olvidará fácilmente las emociones vinculadas al ridículo que sintió en ese momento y con mucha probabilidad, esa exposición continuada a sus propias emociones acabará desembocando en un sentimiento de incomodidad ante la posibilidad de volver al lugar de los hechos.
Así pues, es muy posible que esa persona no vuelva durante un tiempo a comprar en ese supermercado, aunque eso implique que ha que ir bastante más lejos a comprar la leche. Hasta el punto de llegar a fabricar un sentimiento de repulsa hacia el propio establecimiento y las personas que la vieron hacer el ridículo.

Es decir, la energía emocional que habrá volcado sobre ese hecho concreto, habrá terminado desembocando en una reacción efectiva ante el hecho en sí.

Sin embargo, la persona extrovertida volverá sin ningún problema al supermercado a comprar leche, pues en su mente, el suceso llevará asociada muy poca carga emocional. Como mucho, quizás se ruborice un poco al ver a la cajera o a algún cliente. Es decir, la persona extrovertida, no emprenderá acciones efectivas y tangibles derivadas del suceso de la botella de leche.

Más allá de las valoraciones que hagamos sobre estos personajes inventados, estos ejemplos nos sirven para demostrar que el bombardeo incesante de información al que estamos sometidos acaba desembocando en una fragmentación de nuestra energía emocional y por ello acabamos ofreciendo una respuesta superficial o nula.

Una respuesta que en momentos como el que vivimos, intuimos debería ser mucho más contundente y que sin embargo, no llegamos a generar porque carecemos de energía suficiente para hacerlo.


Y todos observamos desesperados a los demás y nos preguntamos ¿Por qué no reaccionan? ¿Por qué no reacciono yo? Y esa impotencia desemboca, al final, en una sensación de frustración y apatía generalizadas.

Ésta parece ser la razón básica por la que no se produce una Revolución cuando, por la lógica propia de los acontecimientos, debería producirse. Se trata pues, de un fenómeno meramente psicológico.


Éste es el mecanismo básico que aborta toda respuesta de la población ante los continuos abusos recibidos. La BASE sobre la que se sustentan todas las manipulaciones mentales a las que estamos sometidos actualmente. El mecanismo psicológico que mantiene a la población idiotizada, dócil y sumisa. Lo podríamos resumir así:

El excesivo bombardeo de información nos impide tomarnos el tiempo necesario para otorgar el valor adecuado a cada información recibida y con ello, nos impide asociarle la suficiente carga emocional como para generar una reacción efectiva y real.


¿CONSPIRACIÓN O FENÓMENO SOCIAL?

Poco importa si todo esto forma parte de una gran conspiración para controlarnos o si hemos llegado a este punto por la propia evolución de la sociedad, porque las consecuencias son exactamente las mismas: los más poderosos harán lo posible por mantener estos mecanismos en funcionamiento; incluso fomentarán tanto como puedan su desarrollo, simplemente porque les beneficia.

De hecho, la propia revelación de la verdad favorece estos mecanismos. A los más poderosos ya no les importa mostrarse tal y cómo son ni desvelar sus secretos, por sucios y oscuros que éstos sean. Revelar estas verdades ocultas contribuye en gran medida a aumentar el volumen de información con el que somos bombardeados.

Cada secreto sacado a la luz crea nuevas oleadas de información, que puede ser manipulada e intoxicada con datos adicionales falsos, contribuyendo con ello a la confusión y al caos informativo y con ello a nuevas oleadas secundarias de información que nos aturden aún mas y nos suman más profundamente en la apatía.

Si combinamos esta apatía, fruto de la poca energía emocional con la que intentamos responder, con las tremendas dificultades que el propio sistema nos pone a la hora de castigar a los responsables, se generan nuevas oleadas de frustración, cada vez más acusadas, que nos llevan, paso a paso, a la rendición definitiva y a la sumisión absoluta.

Así pues, no lo dudes: a las personas que ostentan el poder les interesa bombardearte con enormes volúmenes de información lo más superficial posible. Porqué una vez instaurada en la sociedad esta forma de interactuar con la información recibida, todos nosotros nos convertimos en adictos a ese incesante intercambio de datos.



El bombardeo de estímulos representa una auténtica droga para nuestro cerebro, que cada vez necesita más velocidad en el intercambio de informaciones y exige menos tiempo para tener que procesarlas.


Nos sucede a todos: cada vez nos cuesta más dedicar tiempo a leer un artículo largo cargado de información estructurada y razonada. Exigimos que sea más resumido, más rápido, que se lea en una sola línea y que se ingiera como una pastilla y no como un ágape decente.

  
Nuestro cerebro se ha convertido en un drogadicto de la información rápida, en un yonqui ávido de continuos chutes de datos que ingerir, a poder ser pensados y analizados por cualquier otro cerebro, para no tener que hacer el esfuerzo de fabricarnos una compleja y contradictoria opinión propia. Porque odiamos la duda, pues nos obliga a pensar. Ya no queremos hacernos preguntas. Solo queremos respuestas rápidas y fáciles.

  

Somos y queremos ser antenas receptoras y replicadoras de información, como meros espejos que rebotan imágenes externas. Pero los espejos son planos y no albergan más vida en ellos que la que reflejan proviniendo del exterior. Hacia ahí se dirige el ser humano de forma acelerada. ¿Vamos a permitirlo?


CONCLUSIÓN

Quizás todo lo expuesto anteriormente no es lo que querías escuchar. Es poco estimulante y resulta algo complicado y farragoso, pero las realidades complejas no pueden reducirse a un ingenioso titular en forma de “twitt”.

Para emprender una transformación profunda de nuestro mundo, para iniciar una auténtica Revolución que lo cambie todo y nos lleve a una realidad mejor, deberemos descender hasta las profundidades de nuestra psique, hasta la sala de máquinas, donde están en marcha todos los mecanismos que determinan nuestras acciones y movimientos. Ahí es donde se está dirimiendo la auténtica guerra por el futuro de la humanidad


Nadie nos salvará desde un púlpito con brillantes proclamas y promesas de una sociedad más justa y equitativa. Nadie nos salvará sólo contándonos la supuesta verdad, ni desvelando los más oscuros secretos de los poderes en la sombra.

Como acabamos de ver, la información y la verdad ya no tienen importancia, porque nuestros mecanismos de respuesta están averiados. Debemos descender hasta ellos y repararlos; y para conseguirlo, debemos saber cómo funcionan. Para ello no será necesario:

Hacer un complejo curso de psicología: observando con atención y razonando por nosotros mismos podemos conseguirlo.

Porque no se trata de algo esotérico ni fundamentado en creencias extrañas de carácter Místico, Religioso o New Age. Es pura lógica:

No hay revolución posible sin una transformación profunda de nuestra psique a nivel individual. Porque nuestra mente está programada por el Sistema. Y por lo tanto, para cambiar ese Sistema que nos aprisiona, antes debemos desinstalarlo de nuestra mente.

¿Tú lo vas a hacer?

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