El sentido de la rebeldía ante la
sociedad injusta es inseparable de una conciencia clara del valor de los
cuidados. Pero más allá incluso de la disidencia, los cuidados adquieren una
significación decisiva. Fundan la comunidad, hacen posible el sentido de
pertenencia. Los desvelos de los amantes, la atención de los padres a los
hijos, de los jóvenes a los mayores, de los sanos a los enfermos, crean el
espacio común, la razón de la historia compartida. Hay muchos motivos para
sospechar del nacionalismo de cualquiera que renuncie a los cuidados. Su
patria, más que la respuesta geográfica a la existencia de una comunidad, será
la tapadera de los mercaderes, la selva de los avaros.
Cuando la comunidad se enfrenta a una situación de crisis económica recortando de forma precipitada sus inversiones en sanidad y en educación pública, hay efectos negativos obvios. Es una evidencia el enfermo que padece y no puede ser operado porque se cierran los quirófanos. Es una evidencia el niño con dificultades condenado al fracaso y a los márgenes por no contar con la ayuda especial de un profesor. Son una evidencia las enfermedades que no se detectan a tiempo, las aulas masificadas, el desánimo de los profesionales y los desequilibrios entre pobres y ricos.
Pero hay quizás otros efectos,
muy dañinos a la larga, que pasan desapercibidos. Los recortes imponen su
lección de insolidaridad, crean un discurso antisocial, una pedagogía de las
carencias, y no sólo económicas, sino también éticas. Contagian un mensaje de
valores recortados, una invitación a desentenderse de los demás. Una comunidad
dispuesta a desdeñar los cuidados que sus miembros se merecen genera de forma
inevitable individuos llamados a enfrentarse entre sí.
El cuidado, como obligación y
como derecho, le da sentido a la palabra nosotros. Quien no merece ser cuidado
es alguien que no pertenece a la comunidad. Quien puede desentenderse de la
necesidad de cuidar es un descastado o un usurpador del poder, alguien que no responde
a los intereses de sus hermanos. Los cuidados tienen siempre un precio, y la
capacidad de cuidar, un valor. Darle más importancia al precio que al valor
supone deshacer la convivencia por dentro. Si hay que hacer números, si
conviene equilibrar los presupuestos, es para someter los precios a los
valores, no para recortar los valores en nombre de los precios. Renunciar a los
cuidados y negarse a pensar otras posibilidades, otra formar de equilibrar lo
que se da y se recibe, lo que se ingresa y se gasta, implica la destrucción
ética de la comunidad, el deterioro humano y democrático de una convivencia que
no puede tener más sentido que la dominación.
El primer síntoma de la
desarticulación social provocado por la crisis fue el racismo, el desprecio a
los que habían llegado de fuera, la denuncia del gasto que suponían en sanidad,
sus problemas respecto a la educación y la convivencia. Pero el modo en el que
tratamos a los demás es un resumen de la forma que tenemos de tratarnos a
nosotros mismos. La exclusión desborda ahora sus límites, todos vamos siendo
expulsados de la palabra nosotros. Es el segundo síntoma de la crisis,
convertirnos a todos en inmigrantes, un concepto que borra la antigua estela
romántica del extranjero y nos empuja en propia casa hacia la ley del más
fuerte.
No habrá receta económica, ni
racionalismo ideológico que nos salve si somos incapaces de sentir compasión
por los otros. La compasión es el amor de los necesitados. Y todos lo somos.
Basta con mirarse en el espejo, con ver la tristeza de la ropa interior y de
los desnudos en la consulta de un médico. Hasta el cuerpo más bello está
condenado a la decadencia. ¿De forma digna? Cuidarse no es sólo dejar de fumar.
Luis García Montero.-
Una de las principales figuras de la actual poesía española. Autor de más de 25 poemarios, recibió el Premio Adonais en 1982 por El
jardín extranjero, el Premio Loewe en 1993 y el Premio Nacional de Literatura
en 1994 por Habitaciones separadas. En 2003, con La intimidad de la serpiente,
obtuvo el Premio Nacional de la Crítica. A lo largo de su vida, García Montero
también ha publicado ensayos, es autor de ediciones críticas de poetas como
Federico García Lorca o Rafael Alberti y tiene en su haber obras de prosa como
la novela Impares, fila 13, escrita junto a Felipe Benítez Reyes, además de
haber colaborado en prensa de forma asidua.