Por Silvia Cattori Fuentes: www.silviacattori.net
En el pasado
Estados Unidos luchó en Vietnam utilizando armas químicas devastadoras contra
el comunismo, un régimen que entonces encarnaba la lucha por la independencia
nacional del pueblo vietnamita que se oponía a su dominación. Hoy prosiguen las
mismas políticas tan absurdas como injustificables: desde Afganistán a Iraq
pasando por Serbia, desde Líbano a Gaza, Estados Unidos, la OTAN e Israel
arrojan armas de fósforo, de fragmentación o de uranio empobrecido sobre
poblaciones civiles que se niegan a someterse a sus dictados. Ahora bien, es
sabido que estas armas provocan sobre todo cánceres y malformaciones
monstruosas en los recién nacidos, y que van a seguir afectando a la salud de
una cantidad cada vez mayor de personas. En su reciente obra Agent Orange – Apocalypse
Viêt Na (Agente
naranja- Apocalipsis Vietnam), André Bouny nos
recuerda que casi medio siglo después de la guerra las madres vietnamitas
siguen dando a luz bebés monstruosos. Responde aquí a las preguntas de Silvia Cattori.
Silvia
Cattori: Todos
los políticos con conciencia y medios para actuar deberían leer y tomar en
serio su libro, que acabo de devorar de un tirón y con el corazón
encogido. Esta obra muy documentada e ilustrada con fotos conmovedoras de la
mayor guerra química de la historia de la humanidad debería darse a conocer al
público, movilizar a la juventud y a todos los padres, la salud de cuyos hijos
corre peligro si no se acaba con la locura destructora de estas guerras a las
que, curiosamente, nunca se ha opuesto ningún partido ecologista. Ni los
ecologistas Daniel Cohn-Bendit y Joschka Fischer se opusieron a
la guerra que arrojó toneladas de uranio empobrecido sobre Serbia. Lo que usted
describe aquí y que debería ser uno de los principales motivos de preocupación
para cualquiera sigue siendo extrañamente ignorado por los medios de
comunicación. ¿Cómo usted, que no es periodista, ni médico, ni científico, ha
llegado a implicarse hasta ese punto para, medio siglo después, poder sacar a
la luz las terroríficas consecuencias de la guerra química que se llevó a cabo
en Vietnam? ¿Podría explicarnos lo que le motivó?
André Bouny: En efecto, es sorprendente
que ningún gran periodista haya escrito un libro sobre este crimen cuya
magnitud es tan considerable que casi supera el entendimiento; sin duda este
tema, tan complejo, cubre tantos dominios que disuade de acometer esta empresa
en un mundo cada vez más especializado.
De hecho, uno no se levanta un día diciéndose que va a
escribir un libro sobre el agente naranja; esta obra es el resultado de una
larga inmersión. Las primeras imágenes que vi cuando era adolescente en la
televisión en blanco y negro en mi pueblo mostraban la guerra de Vietnam.
Permanecieron grabadas en mí. Después, cuando estudiaba en París, participé en
protestas contra esta guerra y sabíamos que se estaban utilizando en ella armas
químicas. A continuación, descubrí este país.
Es necesario dar a conocer esta inmensa desgracia
tanto a nuestros conciudadanos como a la opinión pública internacional. Este
libro incluye fotografías que son extremadamente importantes porque permiten
comprender los estragos causados por el agente naranja. La mayoría de las
ilustraciones son inéditas. Todas ellas son fotos dignas porque no es un libro
«impactante», al menos no en el mal sentido del término: es ante todo un libro
«esclarecedor».
Yo no me siento perteneciente únicamente a mi país,
sino al mundo en el más amplio sentido. Por supuesto, cuenta mucho el hecho de
que mis hijos, a los que adopté, sean de origen vietnamita. La asociación D.E.F.I.
Viêt Nam, que fundé, ha establecido unos estrechos vínculos con capas
diferentes de la sociedad vietnamita, sobre todo en el sur. Muchos contenedores
de material médico que se han enviado allí han equipado a servicios
hospitalarios, maternidades, dispensarios y dentistas. Las visitas a los niños
apadrinados permiten descubrir unos lugares increíbles con unas condiciones de
vida impensables, tanto en las ciudades como en el campo.
Cuando constituí el CIS (comité internacional
de apoyo a las víctimas vietnamitas del agente naranja) se crearon nuevos
vínculos, esta vez en el norte. Esta «reunificación» me permitió recorrer el
país de un extremo al otro y comprender mejor la complejidad de este pueblo.
Silvia Cattori: Aunque la guerra de Vietnam
pueda parecer lejana a las generaciones jóvenes, su obra parece temiblemente
actual al menos por dos razones. En primer lugar, porque muestra que los efectos
del agente naranja siguen desplegando hoy sus espantosas consecuencias sobre
millones de personas. En este momento siguen naciendo niños monstruosos porque
las mutaciones genéticas adquiridas por las personas contaminadas se transmiten
a sus descendientes, lo que, como usted escribe, constituye un verdadero
«crimen contra el genoma humano». Y en segundo lugar porque otras armas
susceptibles de provocar unos efectos a largo plazo tan terribles -sobre todo
las armas de uranio empobrecido- se han utilizado recientemente, en Serbia, en
Afganistán, en Iraq, en Gaza, en Líbano y se siguen utilizando. En la
conclusión del libro usted afirma: Tomar
conciencia de la catástrofe generada por el agente naranja es la primera etapa,
necesaria para prevenir y evitar otros desastres del mismo tipo (ecológicos,
medioambientales y sanitarios), e incluso peores. En esta
perspectiva, ¿ha establecido contactos con grupos o investigadores que
investiguen estas nuevas armas? ¿Planean ustedes acciones comunes?
André Bouny: Para mi generación Vietnam
evoca la guerra; para los más jóvenes, un destino turístico. Una nueva guerra
hace olvidar la anterior y oculta en gran parte sus consecuencias, tanto más
cuanto que la información se concentra exclusivamente en la última. En el caso
que nos interesa, efectivamente están naciendo mientras hablamos niños
afectados por graves minusvalías y a veces con formas inhumanas, aunque la
ciencia no haya demostrado -ni comprendido- todavía los mecanismos que
demostrarían que estos efectos teratógenos se deben a una modificación genética
adquirida por las víctimas del agente naranja, como es el caso en la
experiencia con [moscas] drosófilas efectuada por dos biólogos estadounidenses.
Con todo, las autoridades vietnamitas se plantean si se debe dejar procrear a
las víctimas del agente naranja.
La similitud entre los efectos del agente naranja y
los del uranio empobrecido en los recién nacidos es sorprendente y obliga a establecer
una comparación. Conocemos por experiencia los riesgos y las secuelas de la
radiactividad. Además, la controversia sobre la radiactividad de baja
intensidad -por ejemplo, la asociada a las partículas ingeridas o inhaladas
disipadas por el efecto piróforo de las ojivas de las armas de uranio
empobrecido- recuerda a la que ha conocido el agente naranja ante el lobby de
la química; en el caso del uranio empobrecido se trata del de lo nuclear. De la
misma manera, los límites de dioxina admitidos en la alimentación en ningún
caso pueden dejar de tener efectos. El paralelismo entre ambos venenos existe
también en los usos civiles: para el caso de la dioxina, agricultura, gestión
de los bosques y eliminación de residuos, entre otros; para la radiactividad,
la energía y el uso médico.
La consciencia de una catástrofe como la del agente
naranja sobre medio ambiente y toda forma de vida que lo habita no se da por
hecho en nuestras sociedades de consumo, que dejan creer que existe una
solución para todo por medio del progreso y de la transformación de materias en
«bienes» de consumo, que contaminan la naturaleza y, por lo tanto, nuestros
organismo, con lo que se genera así un círculo vicioso sin fin. Dirigir la
lucha tanto por la justicia y el reconocimiento como por que las víctimas sean
indemnizadas no deja tiempo ni energía para estar en varios frentes, aunque
toda víctima tenga derecho a nuestra compasión y por encima de todo, a nuestra
ayuda y solidaridad. Sin embargo, se constata que, a imagen del CIS, hay
muchas personalidades que se activan incansablemente en favor de las víctimas
del uranio empobrecido. Sí, la conciencia de estas personas ya tiene como
acción común la información.
Silvia Cattori: En su obra exhaustiva Agent Orange – Apocalypse Viêt Nam usted hace un balance completo de los muchos
aspectos del problema. En su opinión, ¿cuáles son los elementos específicamente
nuevos que aporta usted?
André Bouny: El elemento nuevo más
destacable es sin duda el nuevo cálculo del volumen de los agentes químicos que
he establecido a partir de los datos del Informe Stellman, el
estudio oficial financiado por Estados Unidos a principios de la década de 2000
en Vietnam, un informe que altera a la baja todos los cálculos comúnmente
admitidos hasta entonces. Simplificando las cosas, partí de datos establecidos
por los archivos del ejército estadounidense -que probablemente son
incompletos- y los crucé con otras informaciones salidas también de estos
mismos archivos. El resultado es simplemente terrorífico. Jeanne Mager
Stellman, una científica estadounidense que elaboró un informe que lleva su
nombre, leyó atentamente mi libro y no puso en tela de juicio en ningún momento
el nuevo cálculo que propongo sobre los volúmenes de agentes químicos
utilizados en Vietnam.
Por otra parte, la manera en que se habla de la guerra
de Vietnam en este libro no es la que se cuenta en los manuales de historia
occidentales: la perspectiva es la de los vietnamitas. En efecto, el telón de
fondo está jalonado de muchos elementos demasiado poco conocidos, olvidados por
la amnesia selectiva. Hablo del falso ataque sufrido por los barcos
estadounidenses en el golfo de Tonkin que permitió desencadenar la guerra
contra el Vietnam del norte comunista y engañar al Congreso estadounidense, o
de la trama de las guerras secretas que se llevaron a cabo en Laos y Camboya en
la más perfecta ilegalidad nacional e internacional, o incluso el inimaginable
tonelaje de las bombas arrojadas durante esta segunda guerra de Indochina, la
cantidad impensable de muertos y heridos, o del embargo que multiplicó los
daños de esta larga guerra de independencia sobre la población civil, primera
víctima de los últimos conflictos postcoloniales… Éstos son algunos ejemplos.
Silvia Cattori: En la década de 1970 recorrí
Vietnam con el corazón destrozado. Admiré a esos frágiles médicos vietnamitas,
los cuales operaban día y noche en la selva a las víctimas de los bombardeos
estadounidenses que lanzaban continuamente sus mortales cargamentos. ¿Cómo son
hoy los efectos del agente naranja en los seres humanos, la flora y la fauna en
estos países de la antigua Indochina en los que residen ex combatientes y dónde
se ha almacenado el producto?
André Bouny: La situación actual en
Vietnam es simplemente catastrófica. Hace sólo unos días el vicepresidente de
la Asamblea Nacional de Vietnam anunció que cuatro millones de personas
estaban actualmente contaminadas.
Esto puede parecer descomunal y, sin embargo,
proporcionalmente estas cifras están muy por debajo de, por ejemplo, las de los
veteranos surcoreanos que han llevado el asunto a los tribunales… Ahora bien,
¡ellos no se vieron expuestos de una manera comparable a la situación en la que
se sigue encontrando la población vietnamita! Tanto ex combatientes como
población civil, sin distinciones, padecen enfermedades incurables y cánceres
en un país en el que el acceso a la atención médica, cuando existe, es difícil.
Están además los recién nacidos que vienen al mundo
con deformaciones monstruosas, ausencias parciales o totales de miembros y/o
deficiencias mentales. Lo mismo ocurre en Laos y Camboya, países en los que
faltan cruelmente medios para establecer, a semejanza de Vietnam, cuál es
realmente la situación epidemiológica. Tanto en Estados Unidos, Canadá,
Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur como en torno a las bases militares en
Filipinas en las que se almacenaba el veneno veteranos y civiles que fueron
expuestos al agente naranja desarrollan los mismos males.
Por lo que se refiere al medio ambiente, la selva
tropical desaparecida no se regenera y no se puede hacer que vuelva a surgir la
selva tropical cuando los suelos erosionados han perdido sus nutrientes,
generados por la propia selva y que le permiten crecer y existir: es una
situación inextricable y desesperante. En Vietnam hay zonas enteras en las que
se ha prohibido cultivar o que son de acceso prohibido, son los hots
spots. Estos «puntos calientes» suelen ser antiguas bases militares
estadounidenses que se extendían por superficies considerables -auténticas
ciudades- en las que se almacenaba el agente naranja antes de trasvasarlo a los
aviones o a aparatos terrestres, y cuyos alrededores eran ampliamente
defoliados por razones evidentes de seguridad.
En lo que concierne a Estados Unidos, Canadá, Corea
del Sur, Australia y Nueva Zelanda, el problema afecta más particularmente a
los veteranos y en diversos grados a los lugares en los que se experimentaron
los agentes químicos (o a veces se fabricaron, como en el caso de Nueva
Zelanda) durante las pruebas para ponerlos a punto. La lucha de los veteranos
de estos países, enfermos y con una descendencia paralelamente afectada, es más
conocida porque en comparación con Vietnam estos países se benefician de
estructuras sanitarias. Pero, aun así, la lucha de estos veteranos de países
llamados desarrollados fue larga y feroz para obtener el reconocimiento de las
relaciones de causa efecto entre el agente naranja y sus enfermedades. Y esta
lucha sigue actualmente. Para la mayoría de los veteranos el reconocimiento y
las indemnizaciones se siguen haciendo esperar.
Silvia Cattori: Usted describe
detalladamente, con gran compasión y mucho tacto, la vida cotidiana de las
víctimas y sus familias. ¿Existe esperanza para ellas?
André Bouny: La esperanza exige que se
satisfagan tres puntos. Ante todo, que los medios de comunicación apoyen a las
víctimas ante las opiniones públicas, sin lo cual los puntos siguientes serán
inalcanzables: que se haga justicia, lo que implica unas indemnizaciones
consecuentes y adaptadas; que finalmente los presupuestos económicos hagan
avanzar a la ciencia en los dominios de descontaminación corporal y
medioambiental (acabamos de saber que el genetista John Greg Venter
acaba de controlar una bacteria). Las bacterias son la principal esperanza en
lo que concierne a la descontaminación de los suelos. Más allá de eso, el
presidente Barack Obama podría suavizar los ángulos de este asunto en relación
a las cuestiones geopolíticas.
Silvia Cattori: En los Anexos de su obra
usted hace un recuento de todos los principales documentales, libros y
artículos sobre el tema, en francés e inglés. ¿Por qué hay tan pocos?
André Bouny: En las obras generadas por
la Guerra de Vietnam este arma química se menciona brevemente y muy pocas veces
es objeto de una página entera. En Estados Unidos existen obras consagradas al
agente naranja, esencialmente en referencia a los veteranos nacionales. En 2005
la Asociación de Amistad Franco-Vietnamita publicó en francés una
pequeña antología de trece autores especializados. En el cine, por su parte, si
bien existen algunos documentales -con frecuencia a iniciativa personal-
todavía no se ha dedicado ningún largometraje al tema. La película sobre este
tema, programada en un canal de la televisión francesa, dura 75 minutos y está
dedicada a las gestiones judiciales vietnamitas en tierras estadounidenses.
Sin duda existen razones objetivas para ello, pero
también irracionales: ausencia de presupuesto para una obra que no proyectará
la imagen de un Estados Unidos benefactor, autocensura con el objetivo de
preservar un honor herido o de no alarmar o indignar a la opinión pública ante
imágenes insoportables de niños monstruos. El crimen del agente naranja puede
resurgir con ocasión de la urgente preocupación por preservar el medio ambiente
que no se libra de ser un efecto de moda. Por otra parte, la utilización de
congéneres químicos del agente naranja en los pesticidas utilizados en la
agricultura industrial moviliza a la gente en relación con una alimentación que
asusta, y con razón, con lo que se relacionan así los pesticidas con los
recursos alimenticios actuales; por el contrario, el agente naranja se utilizó
en Vietnam, Laos y Camboya para destruir los recursos alimenticios de ayer. Al
cerrarse, este círculo une indisociablemente las obras El mundo
según Monsanto, de Marie-Monique Robin; Soluciones locales para
un desorden global, de Coline Serreau; y Agent Orange –
Apocalypse Viêt Nam: un signo de los tiempos.
Silvia Cattori: Es muy valiente dedicarse a
un tema que los poderes quieren ignorar. Es de augurar que su libro, que ya ha
sido recogido por los nuevos medios de comunicación, tenga el recibimiento que
merece en la prensa tradicional.
André Bouny: 2010 es el año de la
biodiversidad. ¡Debería serlo cada año! Se constata una evolución del público
hacia una mayor toma de conciencia, un interés por discernir y conocer mejor
los perjuicios de nuestras sociedades industriales sobre nuestras propias
vidas. Esta constatación implica al público y a los medios de comunicación, ya
que ambos están íntimamente unidos.
Aunque, por desgracia, el agente naranja no sea un
asunto del pasado puesto que en este instante siguen muriendo y naciendo
víctimas, por supuesto existe un deber de memoria y, sobre todo, de reparación.
Tengo confianza: los medios tradicionales no pueden permanecer al margen de un
problema que concierne a millones de víctimas.
En mi opinión, Internet y los medios tradicionales no
son antagonistas, como con frecuencia los últimos creen, sino complementarios.
No tienen por qué temerse mutuamente: simplemente deben abolir la línea que les
divide sobre ciertas informaciones. Si ciertas páginas web se benefician de una
audiencia importante, también es un hecho que para que una información llegue
al gran público debe ser revelada por los grandes medios tradicionales;
Internet no los pueden sustituir, al menos todavía. Espero que las páginas web
sean un intermediario, un paso hacia los medios que usted llama «alineados»; no
soy ingenuo, aunque quizá soy demasiado optimista. Las ONG como Médicos del
Mundo, Médicos sin Fronteras, Handicap International, WWF,
la Cruz Roja, etc., también deben acercarse a las víctimas del agente
naranja que necesitan a todos. Cada uno debe salir de su parcela.
La opinión pública es la única que puede ejercer una
presión lo suficientemente fuerte como para obligar a sus representantes y
a los responsables políticos a intervenir ante sus homólogos de todos los
países y, en particular, de Estados Unidos. Las víctimas están entre nosotros,
aunque muchas de las personas expuestas ya han muerto. Los niños inocentes que
hoy, tres generaciones después de la guerra, nacen sin brazos ni piernas, o sin
ojos, incluso sin cerebro o con dos cabezas (la cantidad de malformaciones no
tiene límites), estos niños son nuestros semejantes en el sentido más laico del
término. Callar equivale a apoyar el crimen. Además, cuando los criminales no
sólo siguen impunes sino que además prosperan con sus crímenes, hay muchas
posibilidades de que cometan otros en el futuro. Es necesario conocer el pasado
para impedir que esto vuelva a suceder.
Silvia Cattori: En su libro relata cómo la
acción que emprendieron en Estados Unidos las víctimas vietnamitas del agente
naranja se saldó con una denegación de justicia, de la que apenas informaron
los grandes medios, y usted menciona los intereses cruzados de los grandes
grupos industriales, de las grandes potencias y de los poderes mediáticos para
explicar este escandaloso silencio. El mismo silencio rodea hoy a las
informaciones que han reunido algunos grupos de investigadores sobre los
efectos de las armas de uranio empobrecido, cuyos trabajos sólo han conocido
por el momento una difusión demasiado restringida para movilizar a la opinión
pública. En vista de ello, ¿cómo seguir siendo tan optimista como usted parece
ser? En su opinión, ¿cuáles son los factores que podrían cambiar la situación
de forma determinante?
André Bouny: Identificar bien los frenos
a la justicia es una necesidad para ganar las causas en el terreno judicial. Es
esencial la información sobre estos obstáculos, no sólo para denunciarlos sino
para obtener el apoyo de la opinión pública, porque la justicia sólo se puede
obtener si y cuando todos han comprendido bien la prueba de la injusticia. Pero
nos encontramos en un círculo inmoral porque los intereses financieros unen a
traficantes de armas y poderes mediáticos. A esto se añade la autocensura,
consciente o inconsciente, fabricada por una ideología individualista la cual
se basa en el milagro de un progreso perpetuo e ilimitado, que deja creer y
aceptar que en el fondo nada es tan grave y que cualquier problema encontrará
un día su solución y acabará por resolverse por sí mismo. Es un poco la misma
mentira intelectual que la que consiste en creer que las fuentes de energía no
renovables son inagotables y eternas.
Por lo que se refiere al optimismo, sé que hay
periodistas curiosos y humanistas, ilustrados y valientes, como siempre los ha
habido.
No se puede estar al lado de las víctimas y no creer en lo que se emprende por ellas, sin lo cual es inútil iniciar la menor acción que tenga por objetivo obtener unas mejores condiciones de vida para ellas. Por supuesto, la realidad puede aniquilar la esperanza. A veces ocurre también que el optimismo se desvanece o, más bien, se eclipsa. Pero si quienes apoyan a las víctimas mostraran un pesimismo resignado, ¿con quién podrían contar éstas? La situación de las víctimas del agente naranja, como la de otras víctimas, sólo podrá cambiar si una información sostenida de manera duradera hace tomar conciencia de su existencia a la opinión pública internacional.