QUIEN
CONTROLA LOS MEDIOS, CONTROLA LA CULTURA
(Allen Ginsberg, uno
de los padres espirituales del Flower Power, del Hippismo y de los movimientos
sociales que se extendieron por el mundo en la década de los 60 y 70).
…Y QUIEN
CONTROLA LA CULTURA, CONTROLA LA VIDA.
(KarlFM).
¿De verdad es gratuita esta
aplicación? La respuesta es NO. De hecho, es carísima. El precio que pagas
(aparte de la tarifa de Internet que hayas contratado) es tu intimidad.
Automáticamente después de instalarte WhatsApp,
dejas de ser el propietario de la fracción de tu vida que allí compartas. Todas
las conversaciones y archivos intercambiados pasan a ser propiedad de WhatsApp Inc. Además la aplicación
realiza una radiografía
de tu terminal, identifica los contactos que tienen el programa y
los copia, trazando un mapa de conexiones, una red social de hecho, solo
visible por la empresa. Por si fuera poco, aceptando las condiciones de uso
consistes expresamente que tus datos personales sean transferidos a EE.UU. y se les
aplique la legislación de aquel país, mucho menos protectora con la intimidad
de las personas que las políticas de privacidad europeas.
Pero lo más terrorífico del tema
lo descubro hablando con un amigo informático, experto en aplicaciones. Es la
forma en que WhatsApp almacena y
gestiona tus datos. Si observamos desde dentro la estructura de ficheros de la
aplicación llegamos a dos ficheros llamados msgstore.db y wa.db. Estos ficheros están en un
formato llamado SQLite. Si los importamos con alguna herramienta que permita
ojear su interior (me recomienda SQLite Manager), nos encontramos la primera
sorpresa: ninguno de los datos ahí contenidos está cifrado. En wa.db se
almacenan los contactos y en msgstore.db todos los mensajes. WhatsApp te da la oportunidad de
eliminar conversaciones, pero la realidad es que estos archivos se copian en su
base de datos y permanecen allí ad
infinitum. La segunda sorpresa ya es la bomba: Si el envío o recepción de
mensajes se produce con el GPS de tu Smartphone activado, la aplicación
almacena también en el fichero msgstore.db
las coordenadas
del lugar desde donde has mantenido la conversación. Además de la
fecha y la hora, por supuesto.
El negocio está claro. Jan Koum
(el héroe) y el resto de socios de WhatsApp
Inc. pueden
hacer lo que más les apetezca con toda esta información, venderla al mejor
postor, un poco como Facebook. La fórmula es sencilla: a más información, más posibilidades de
negocio. En esta línea, por encima de la letra pequeña está la filosofía de
la empresa. Para generar millones de conversaciones diarias no basta con la
gratuidad del producto, hay que lograr generar y aumentar la necesidad de
comunicarse de los usuarios cada día.
Esta necesidad se logra a
partir del exhibicionismo colectivo cavernícola típico del siglo XXI (cuanta
más gente te vea más guai eres, p.ej:
“Me acaban de dar un codazo en toda la
cara”) y a través de la intrusión de tu espacio. Y es que, a diferencia de
otras plataformas como Facebook, donde el usuario escoge cuando se conecta y la
interacción se produce en aquel momento, la comunicación por WhatsApp directamente te persigue. Una
campanilla, literalmente, llama a tu puerta, o
a tu móvil en este caso, para anunciarte que alguno de tus (seguro)
muchos contactos de la caverna te está contando (muy probablemente) cualquier
tontería, porque es gratis y porque
te demuestra que piensa en ti, que sois “amigos”, por si en algún momento lo
dudabas. Consecuentemente, por los mismos motivos, siempre contestas. Y Koum y
sus “superhéores adjuntos” van recopilando información. Su información, tal y
como has consentido. Su plan culmina con la adicción del usuario a esta nueva
manera de conversar. Adiós, mundo real. En el fondo, ¿qué más da
pagar este precio si nos sentimos amados y no nos rascamos el bolsillo? Todo va
bien en la caverna.
Josep Berruezo