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domingo, noviembre 15, 2020

TODOS LOS POLÍTICOS SON NARCISISTAS


Hay que diferenciar entre los rasgos narcisistas aceptables que nos permiten sentirnos cómodos en la sociedad, y los trastornos narcisistas de la personalidad. Y lo que distingue a una persona con simples rasgos narcisistas del narciso patológico es que este último presenta un egocentrismo extremo hasta el punto de ser incapaz de establecer relaciones auténticas puesto que los demás existen únicamente para ponerlo en valor.

Un narciso sólo existe a través de los ojos del otro. Su valor se mide en la mirada de admiración o envidia de los demás y por ello es que no le basta con tener una visión grandiosa de sí mismo sino que los demás deben estar al tanto de sus cualidades y se lo deben transmitir. La aprobación de los demás es lo que le permite quererse. Se compara sin cesar con los otros y considera que toda desigualdad es una derrota. O una injusticia. Todo esto lleva a llamadas de reconocimiento del particularismo.



La sociedad moderna refuerza los rasgos narcisistas en cada uno de nosotros y selecciona a los más narcisistas para que ocupen los puestos más altos. Las empresas modernas valoran las personalidades fuertes que tienen un yo hipertrofiado; a los que son agresivos, pragmáticos, carentes de escrúpulos; a los que se centran en la acción en lugar de en la reflexión y a los que están dispuestos a todo para alcanzar el éxito. Estas personalidades narcisistas prosperan entre los directivos, influyendo en la cultura de la empresa y en su estilo de gestión. Ahora para tener éxito profesionalmente hay que destacar, hacerse valer y promocionarse a uno mismo aunque sea a expensas de los demás.

A los narcisos se les da muy bien destacar, ya que priorizan las relaciones de utilidad y consideran que toda relación no es más que un mecanismo de refuerzo. Saben ofrecer una buena imagen de ellos mismos, maquillar su arrogancia, manipular el humor para que no haya desconfianza y crear buenas alianzas. Aun así, ningún estudio ha demostrado que los narcisos sean directivos más eficaces. Lo único que pasa es que son más brillantes y, por consiguiente, más visibles en situaciones excepcionales si bien son decepcionantes a largo plazo, sin mencionar que presentan mayor riesgo de excesos.



La cultura de una sociedad influye en el psiquismo y en los rasgos de personalidad de los individuos que la componen, y sucede lo mismo a la inversa: el sistema favorece a los individuos más narcisistas y estos transforman la sociedad. ¡Es un círculo vicioso! Nuestros hijos, en su mayoría centrados en las redes sociales, también van a ayudar a construir una sociedad cada vez más narcisista y por ende excluyente.

Los avances tecnológicos y la globalización, que modifican nuestros límites y fomentan sueños de grandeza y de omnipotencia, han conllevado una profunda transformación de lo que somos. Es indiscutible que nuestra sociedad moderna y capitalista, fundada sobre el culto de la eficiencia, la valía de uno mismo y el siempre más, promueve un contexto de cultura narcisista. El auge del narcisismo se puede concebir como una respuesta psíquica frente a una sociedad individualista, de eficacia y de consumo, muy centrada en el beneficio y en el cortoplacismo.

Todos los políticos son narcisistas. Un jefe de Estado debe ser lo suficientemente narcisista como para hacerse respetar a nivel internacional, pero no tanto como para distanciarse de su pueblo. Sin embargo, puesto que el ejercicio del poder acentúa los rasgos del carácter, algunos se vuelven narcisistas de forma caricaturesca. El ansia de poder puede llevarlos a pensar que están por encima de los demás y que tienen todos los derechos.



Se distinguen tres tipos de trastornos narcisistas de la personalidad: los narcisos con aires de grandeza como Donald Trump, que son arrogantes, se creen superiores a los demás y piensan que se lo merecen todo; los narcisos vulnerables, a quienes les avergüenza no ser lo que piensan que deberían ser; y los perversos narcisistas, más estrategas y cercanos a la psicopatía. En todo caso, y más allá del hecho de ser una patología, el narcisismo excesivo se ha convertido en un fenómeno social generalizado hasta el punto de poder hablar de epidemia.

El narcisismo patológico es un trastorno de la personalidad que surge de la incapacidad de regular la autoestima de uno mismo. Detrás de la arrogancia y de la megalomanía se esconde una gran fragilidad de la propia imagen. Es así que si bien los narcisos se colocan en el centro de todo, en su yo, no lo hacen por autosatisfacción, sino para compensar su falta de autoestima, lo que les lleva a oscilar entre el descrédito hacia sí mismos y la grandeza de su yo.

Todos los estudios han demostrado que el trastorno narcisista de la personalidad es más frecuente en hombres que en mujeres aunque con algunas particularidades: los hombres presentan mayor afirmación de sí mismos y una inclinación más pronunciada por el poder. Tienen más probabilidades que las mujeres de explotar a los demás y de sentirse merecedores de privilegios. En cambio, la vanidad y la autosuficiencia están al mismo nivel en ambos sexos.



Desde los años 2000 hemos presenciado el ascenso de hombres fuertes y autoritarios que, a pesar de haber sido elegidos democráticamente, se han convertido en auténticos autócratas. Algunos, han hecho lo posible por permanecer en el poder de por vida, lo que daña la democracia. El ascenso del narcisismo patológico en el caso de los jefes de Estado es especialmente inquietante.

¿Hay alternativa? Veo signos esperanzadores de una toma de conciencia. Uno de los ejemplos está relacionado precisamente con Trump, cuyo comportamiento es tan caricaturesco que contribuye a provocar reacciones diversas, como es el caso de mujeres jóvenes procedentes de minorías que se inician en política. Asimismo, una nueva generación comienza a denunciar algunas derivas, sobre todo a través de la lucha ecologista o del rechazo a trabajar para grandes empresas carentes de ética; una gran parte de la juventud quiere dar más sentido a su vida. Si estas reacciones aisladas o burbujas de reacción logran agruparse, podrían cambiar las cosas. TODOS PODEMOS SER VÍCTIMAS DE UN MANIPULADOR. El narcisista devora todo lo bueno de los demás. Como los vampiros.



Marie-France Hirigoyen (1949), psiquiatra, psicoanalista y victimóloga francesa. En los años 1990 denunció el acoso moral. Y fue ‘best seller’. Hoy vuelve con ‘Los Narcisos’ (Paidós), un libro en el que pone el dedo en la llaga de todos los males que nos deja una sociedad individualista, competitiva en extremo e insegura que está liderada por narcisistas patológicos. 

martes, mayo 01, 2012

THE TRAP: LA TRAMPA DE LA SUPUESTA LIBERTAD




Haz creer a las personas que viven en libertad y obtendrás su obediencia
KarlFM.-

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En mis tiempos juveniles de estudiante de Psicología, concretamente en la Universidad de Barcelona, leí un poderoso libro que vino a demostrar que todo aquello que nuestros padres y abuelos quisieron enseñarnos, todo aquello que Jean-Jacques Rousseau intentó decirnos al afirmar que el hombre era bueno por naturaleza y que la sociedad era quien lo convertía en depredador, eran reflexiones que han sido superadas por si mismas, ya que la propia realidad que vivimos, la historia que llevamos atrás, lo han demostrado. Aquel libro que leí hace tiempo era, En el Corazón del Hombre, del psicoanalista Erich Frömm, el cual afirmaba que el ser humano no es lo que pensamos que es, sino que es la suma de dos sentimientos completamente contradictorios y enfrentados: el bien y el mal. El hombre es a su vez lobo y cordero, ángel y demonio, Dios y Satán. 

A medida que ido viviendo en este mundo, estudiando, leyendo diversos autores, observando, reflexionando, he llegado a la conclusión de que aquel libro tenía razón, los seres humanos somos una mezcla explosiva de bondad y malicia, y nuestra civilización se ha fundamentado en esto, dos conceptos que a lo largo de la Historia se han venido sucediendo en diversas épocas y culturas. Son sentimientos y hechos que llevamos dentro, en nuestros genes, en nuestra mente y sangre; es la Humanidad. Son asimismo, dualidades impregnadas como sellos, como tattoos grabados en la piel psíquica; todos llevamos dentro esos dioses y demonios, ese Cain y Abel, ese Ying & Yang, tesis y antítesis, cielo y tierra, agua y fuego, vida y muerte, amor y odio, un largo etcétera de elementos en pugna. Esta dialéctica, esta dinámica de contrarios, amalgama nuestra existencia, y es el combustible que marca nuestra evolución. Nos permite comprender que el ser humano está compuesto de estos dos conceptos enfrentados. La extensa Historia lo demuestra. La agitada actualidad lo confirma. Por tanto, no es de extrañar que nuestro mundo sea una constante lucha entre ambos valores y ver cual de ellos prevalece sobre el otro. El sistema de poder, responsable y gran conductor de esta doble ambigüedad humana, lo sabe, y saca provecho de ello para obtener su primacía y control sobre la sociedad, su principal fuente de subsistencia. Platón ya lo advirtió siglos atrás, con su célebre mito, el jinete y los corceles blancos y negros.

Y es que el ser humano es así, lleva adherido el germen y la cura al mismo tiempo, y sólo él, marca su destino; la libertad queda supeditada a esa doble ambivalencia, porque tan libre es el ser humano de hacer el bien que de hacer el mal; la elección depende de las personas, de los que controlan y dinamizan la sociedad, de los valores que instauran, y de los objetivos que persiguen. Muchas veces se utiliza el bien para obtener el mal, y otras se usa el mal para alcanzar el bien; hay momentos en la existencia humana que ha sido así, pero actualmente el mal se ha disfrazado de falsa bondad para hincar sus zarpas en el corazón de los hombres, y conducirlos hacia una maquinaria completa de domesticación y falsas libertades. Los humanos son el peor enemigo que tiene el Sistema, y es por ello que debe controlarlos, para así garantizar su permanencia en la cima de la pirámide.

La libertad individual ha sido siempre el sueño de todo ser humano, es por lo que siempre ha luchado y se ha opuesto al Poder. Es una necesidad básica que permite la consecución de la máxima felicidad, sin ella el ser humano se convierte en esclavo, en un paria sumiso incapaz de construir nada. El sistema lo sabe y por eso sus líderes políticos prometen darnos esa ansiada libertad que, en el fondo, nunca dan. Lo saben y por eso se mueven en torno a una vieja ley: controla las necesidades básicas de los seres vivos y obtendrás su completa sumisión y control.

Cabe recordar que la libertad es lo que define nuestra forma de pensar, sentir y ser, y gracias a eso, se edifica un tipo de sociedad u otro. La capacidad que tiene un pueblo para ser libre, es lo que marca su desarrollo y destino, para bien, o para mal. La libertad es pues, una llave que abre las puertas de la autorrealización, pero que a su vez es un instrumento fácilmente robable y convertible en cerrojo con tal fin de impedirla. La necesidad de libertad es tan fuerte que incluso en repetidas ocasiones hemos ido a la guerra para imponerla o defenderla, en cualquier parte del mundo, y en cualquier momento de la historia. En nombre de ella, se ha torturado, matado, exterminado, perseguido, mutilado, reprimido, pero si damos un paso atrás, veremos lo que realmente significa hoy en día, veremos que se trata de un concepto muy extraño, y completamente limitado, que se juega como una carta comodín según la jugada.

Es por ello que los políticos se comprometen con ella para liberarnos de la vieja burocracia, de los obsoletos cánones, pero ojo, hay una sutil trampa, crean en su lugar, un sistema de mayor control, impulsado por objetivos concretos y números definidos, cuyo finalidad, es obtener la máxima obediencia. Los gobiernos que más prometen y se jactan de defender las libertades internacionales son, justamente, los gobiernos que más han presidido y fomentado la desigualdad, la represión y los sucedáneos camuflados, construyendo todo un colapso dramático en la movilidad social. Por ejemplo, concretamente en Irak y Afganistán, el intento de imponer la libertad ha dado lugar a un sangriento caos y al nacimiento de un gobierno autoritario antidemocrático. Esto, a su vez, ha ayudado a inspirar ataques terroristas en todo el mundo, sembrando el miedo y la inseguridad, con el fin de justificar la reducción de las libertades personales e instaurar nuevas medidas de seguridad represoras. Como afirmó Naomi Klein en su célebre Doctrina del Shock, crear el miedo y la inseguridad para luego justificar y construir sus contrarios, es decir, en sus propias palabras, a través del shock, forzar a la gente a ser obediente.

KarlFM.-


The Trap (La Trampa) es el último trabajo del realizador británico Adam Curtis (también creador de El Poder de las Pesadillas). Este fascinante documental narra de forma contundente los orígenes de nuestra idea actual y limitada de la libertad. La serie fue emitida en la BBC en marzo del 2007 y consta de 3 episodios pero es tan realista como si estuviera realizada ayer mismo. Se trata de un excelente trabajo que muestra cómo la creación de un modelo simplificado de los seres humanos como criaturas egoístas, casi robóticas, condujo al concepto moderno de libertad. Este modelo derivaba de ideas y técnicas desarrolladas por los estrategas nucleares durante la Guerra Fría para controlar el comportamiento del enemigo soviético.

El matemático John Nash (ganador del Premio Nobel y polularizado en la película Una Mente Maravillosa) partía de la idea de que todos los seres humanos actúan de la misma forma: como criaturas egoístas que sólo piensan en su propio beneficio y constantemente modifican sus estrategias para sacar el máximo provecho de los demás. De ahí que era posible tratar de predecir sus movimientos, basándose en los postulados de las Teorías de los Juegos. Este mismo modelo fue desde entonces desarrollado por biólogos genéticos, antropólogos, psiquiatras radicales y economistas del libre mercado, y ha llegado a dominar tanto el modo de pensar político como el del resto de áreas de los ciudadanos. Es un modelo de influencia que ha arraigado en la base de las ideas liberales de las actuales democracias reguladas por las fuerzas del mercado, de la antipsiquiatría y de la ciencia psiquiátrica modernas.

El resultado, según Curtis, ha sido este paradójico y extraño mundo en que vivimos, que parece haber copiado al pie de la letra lo peor de las distopías imaginadas por George Orwell (1984) y Aldous Huxley (Un Mundo Feliz), respectivamente: un mundo dominado por la cultura del mal, del miedo, desbordado por la burocracia, el mercantilismo desenfrenado, donde se cortan las libertades individuales en nombre de la libertad y la felicidad propulsada desde el Sistema y que puede ser alcanzada a través de medios artificiales, como con una simple píldora. Los tres capítulos de The Trap resultan imprescindibles para descifrar la retorcida realidad en la que vivimos inmersos, sin percatarnos de sus paradojas.

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