La fiesta de los toros será declarada
Patrimonio Cultural Inmaterial de España y no Bien de Interés Cultural, según
el texto de una enmienda al articulado que ha presentado hoy el Grupo Popular
(26 septiembre del 2013).
Hace
siglos atrás algunas culturas hicieron ya de la tortura un espectáculo público,
algo que las civilizaciones venideras describieron como inhumanas y no propias
de una civilización avanzada. Sin embargo la tortura como fiesta ha estado siempre
presente en diversas sociedades. Las corridas de toros son un claro ejemplo de
ello y por más que sus defensores insistan en justificarlas, a fechas de hoy
deberían estar completamente erradicadas.
¿Cuál es el límite entre el arte, la tortura, el derecho a la
vida y la libertad? El control social se debilita cuando se corta el vínculo
entre los actos realizados y sus consecuencias. Cuando se desactiva el control
moral, la persona puede llevar a cabo acciones crueles que no haría en
condiciones normales, cambiando su comportamiento hacia otros individuos. El
control moral se desactiva cuando la persona siente que sus conductas
reprobables son justificadas o desvincula sus conductas reprobables con las
consecuencias negativas para otros. Cada persona debe identificar y rechazar
las actitudes en su sociedad que estimulan el trato desigual y la agresión.
Negligencias,
abandonos, tenencia irresponsable, espectáculos crueles, brutales
procedimientos industriales, investigaciones científicas sin escrúpulos, son
algunos actos de crueldad con animales que demuestran aun más la posible y
denigrante condición humana. ¿Por qué razón personas comunes cambian su
comportamiento y apoyan acciones crueles contra otros seres vivos?
La sola idea de que una cosa cruel pueda ser útil es ya de por
sí inmoral.
Marco
Tulio Cicerón
La crueldad es la fuerza de los cobardes.
Proverbio
árabe
http://youtu.be/dPnhPZvDY3o
La
crueldad humana es un misterio. Nadie sabe aún en que parte de nuestro cerebro
habita ese impulso que obliga a las personas a exterminarse, un raro honor que
sólo compartimos con las ratas. El placer sádico de la tortura, la atracción
festiva de la muerte, el rito religioso instituido en torno a la matanza de
seres de la misma especie sólo se da en los humanos.
Las
ratas también se autoaniquilan pero, al contrario que los hombres, no toman esa
característica como un hecho cultural o timbre de gloria ni jalonan ese largo
camino de sangre, que se llama historia, con estatuas de héroes y mártires.
Habrá que aceptar humildemente que la crueldad humana es algo natural, efecto
de una descompensación de minerales en algún bulbo del cerebro.
Actualmente
tenemos la sociedad española dividida por un tema de cuernos, no por cuestión
de infidelidades de pareja sino por una ilógica infidelidad al sentido común:
las corridas de toros. Parece
ser que para a ciertos “humanos” el acto de torturar y matar ciertos animales
como parte esencial de un espectáculo y cultura únicos, es considerado una
tradición milenaria, un supuesto “arte” o “belleza plástica”, plena de riquezas
y cualidades “humanas”, con una simbología especial y un folklore
insustituible.
El
sufrimiento o la muerte de un ser vivo nunca debería ser un espectáculo ni
imagen de una cultura. No valen las justificaciones y comparaciones ni siquiera
las reminiscencias históricas; en la época de los romanos los hombres se
enfrentaban a la muerte con leones en las arenas del Coliseo y sin embargo a
pesar de formar parte de una cultura hoy en día sería impensable. Hay cosas y
tradiciones que con el tiempo se superan porque el ser humano debe evolucionar
y aprender a diferenciar lo salvaje de lo civilizado. La historia de la Humanidad está llena de tradiciones
sangrientas que con el paso de los tiempos han sido suprimidas.
Imaginemos
por un instante que los papeles se invierten … En una sociedad taurina los
hombres más bravos son criados especialmente para luego morir frente la audacia
de un toro, máximo símbolo de la cultura dominante. Mientras el humano muere
desnudo públicamente los toros aplauden con sus negras pezuñas agitando
enfebrecidos sus rabos.
Pongamos
otro ejemplo. Imaginemos que unos extraterrestres de una raza muy superior a la
nuestra nos consideran como animales especiales para sus tradiciones
culturales, entre las que destaca la Humanotaquia, un tradición de años
luz donde se celebran las famosas Corridas de Humanos Intergalácticas;
los humanos, en el centro de un ruedo de arena cósmica, una vez picoteados con
lanzas y banderillas luminosas, deben sortear los capeos del Matador
galáctico y finalmente morir tras una fina estocada de espada cuántica. Como
símbolo de valor, al humano se le cortan las orejas y el rabo (el que tiene
entre las piernas). Sólo al humano más bravo y fuerte se le perdona la vida
para que fecunde de nuevo a mas hembras humanas con el fin de dar nuevas crías
que en un futuro terminarán también bajo la sórdida luz de la muerte. De forma
irónica hay quien piensa de otra forma.
“Sería más interesante que matasen al torero, el espectáculo
ganaría mucho”.
Quim
Monzó
Escritor
“¿Qué es el placer de ver a un animal herido hasta la muerte?”
Ricky
Gervais
Actor
de la serie The Office
“El toro cuando se enfrenta al torero ya le merman las fuerzas
porque antes de entrar al ruedo ya ha sufrido, golpes, pinchazos, raspaduras,
etc. Cuando el toro entra en la plaza ya es un medio cadáver andante que se
enfrenta a un payaso con una espada que lo matara despiadadamente en nombre
cobarde del arte y la cultura”.
Linea
36
Gerard Quintana, líder del grupo de música Sopa de Cabra, hace una brillante reflexión en torno al tema: “las razones por las que he tomado postura a favor de la
prohibición de las corridas de toros son las mismas por las que lo hice a favor
de la prohibición de la tortura, o del escarnio público, o del abuso de poder,
llegado el caso. La imagen de un ser vivo convertido en objeto de
entretenimiento mientras su sistema nervioso le va transmitiendo el dolor de
las heridas gratuitas, rodeado por las gradas que aplauden a su verdugo, me
subleva con toda la empatía que me transmite la víctima introducida en un
mecanismo de tortura y agonía en el que su torturador es el único que puede
salvarla. Como el César que tiene el derecho a dar y tomar la vida. Me parece
totalmente anacrónico, y no tendré ningún argumento que pueda justificar esta
aberración, cuando mis hijos me pregunten qué ha hecho esa pobre bestia para
recibir un castigo tan humillante.
El agravante de mantener el espectáculo de la muerte como fiesta
nacional y señal de identidad -exhibida durante años en la televisión
pública-,, con sus sucedáneos enquistados en muchas fiestas populares en forma
de toros embolados y otras crueldades parecidas, en las que una multitud se
enfrenta a un solitario ser vivo, distinto, fuerte, mítico, para, finalmente,
ser sometido y ejecutado en la plaza pública, me hizo tomar la decisión de
comprometerme con esta iniciativa popular.
El hombre ha puesto a prueba su valor, ha demostrado su
habilidad y sangre fría y que es el rey de esta selva. Pero, llegados a este
momento en el que debemos plantearnos nuestro papel en este nuevo mundo global,
y en el que debemos alcanzar una nueva conciencia en la relación con nuestro
entorno y nuestros coetáneos por pura supervivencia, me parece que las
tradiciones y los modelos de futuro deben ser otros. Debemos dar un salto
evolutivo. Los modelos tradicionales deben evolucionar con nosotros y, con el
tamiz de la experiencia, debemos elegir entre lo que nos resulta útil y lo que
es un lastre, para seguir un camino de futuro en el que crueldad y tortura no
sean el ejemplo.
Es cierto que incluso Goya y Picasso pintaron sus tauromaquias,
como es cierto también que plasmaron los horrores de la guerra en Los
fusilamientos del 3 de mayo y el Guernica. El mundo del arte a menudo ha
observado fascinado el rostro vivo de la muerte. Hay que pensar si el animal es un objeto de entretenimiento o
un ser vivo. Es una cuestión de sensibilidad, no de libertad”.
El toro ha sido la excepción de muchas prohibiciones, hasta el
momento. Solo su silueta sigue observándonos por las carreteras de la
casualmente llamada piel de toro, mientras todos los demás símbolos
publicitarios fueron desterrados de nuestra vista en nombre de la seguridad
vial. Solo él sigue muriendo en un espectáculo público en Catalunya, mientras
el resto de animales ha sido desterrado de los circos en nombre de unos
derechos que curiosamente no protegen ni al toro ni al caballo, los dos
protagonistas de las corridas.
Quizá ya es hora de apartar las manos de sus cuernos y
considerarlo como lo que es. Un ser vivo más y no algo que algunos pueden
utilizar como símbolo sangriento. Recordemos que, en el juego de las
simbologías, la respuesta desde Catalunya fue otro símbolo extraído del mundo
animal y estampado en los coches: el burro catalán, una especie protegida que
no necesita sangrar para vivir. Incluso en la India, las vacas son el símbolo y
eso significa que son más respetadas, en lugar de torturadas. No es extraño que
Gandhi, un hombre que fue timón y ejemplo de ese país y del mundo entero con su
sentido incorruptible de la ética, dijera: «La evolución de una nación puede verse en el trato que reciben sus
animales".
Karl Flaqué Monllonch
Nada repugna tanto al sentido moral como la
tortura, el dolor atroz infligido de un modo intencional e innecesario. El no
ser torturado constituye el único derecho humano al que la declaración de la
ONU no reconoce excepciones y el derecho animal que más adhesiones suscita. El
hacer de la tortura pública de pacíficos rumiantes un espectáculo de la
crueldad, autorizado y presidido por la autoridad gubernativa, es una anomalía
moral intolerable.
Los espectáculos de la crueldad con animales
humanos (herejes, brujas, delincuentes) y no humanos (toros, osos, perros,
gallos) eran habituales en toda Europa, hasta que la Ilustración acabó con
ellos. En la España dieciochesca, mientras los aristócratas abandonaban el
alanceamiento de los toros a caballo, sus peones introdujeron la variedad
plebeya o a pie del toreo, fomentada luego por Fernando VII, creador de las
escuelas taurinas e impulsor de la tauromaquia plebeya o a pie. España había
perdido el tren de la Ilustración: "¡Vivan las cadenas!". En las
últimas décadas nuestro país ha progresado mucho, pero hemos sido incapaces de
eliminar las bolsas de crueldad que todavía quedan entre nosotros, como el
maltrato a las mujeres y la tauromaquia.
Soy partidario de la máxima libertad en todas
las interacciones voluntarias (comerciales, lingüísticas, sexuales, etcétera)
entre ciudadanos. Soy contrario a todo prohibicionismo, excepto en los casos
extremos, como la violación de niños o la tortura de animales. Pero es que las
corridas de toros son un caso extremo. Por muy liberales que seamos, si no
tenemos completamente embotada nuestra sensibilidad moral y nuestra capacidad
de compasión, tenemos que exigir el final de esta salvajada.
No existe argumento alguno para mantener las
corridas de toros. En su defensa se alternan las chorradas ampulosas (como que
el hombre necesita torturar al toro para autoafirmarse como hombre, y supongo
que necesita maltratar a la mujer y apalear al inmigrante para autoafirmarse
como macho y como patriota) con la crasa apelación al interés de los toreros,
que necesitan ganarse la vida.
Además de su cursilería estética y de su
abyección moral, toda la huera y relamida retórica taurina se basa en una sarta
de mitos y falsedades incompatibles con la ciencia más elemental. No, el toro
de lidia no constituye una especie aparte, sino que pertenece a la misma
especie y subespecie (Bos primigenius taurus) que el resto de los toros, bueyes
y vacas, aunque no haya sido sometido a los extremos de selección artificial
que han sufrido las vacas lecheras, por lo que conserva un aspecto
relativamente parecido al del toro salvaje. Convendría que la abolición de la
tauromaquia fuese acompañada de la creación de un gran Parque Nacional de las
Dehesas en Extremadura, que incluyera manadas de toros en libertad.
Sí, el toro sí sufre. Tiene un sistema límbico
muy parecido al nuestro y segrega los mismos neurotransmisores que nosotros
cuando se le causa dolor. No, el llamado toro bravo no es bravo, no es una
fiera agresiva, sino un apacible rumiante, más proclive a la huida que al
ataque. Dos no pelean si uno no quiere, y el toro nunca quiere pelear. Como la
corrida de toros es un simulacro de combate y los toros no quieren combatir, el
espectáculo taurino resultaría imposible, a no ser por toda la panoplia de
torturas (los golpes previos en riñones y testículos, el doble arpón de la
divisa al salir al ruedo, la tremenda garrocha del picador, las banderillas
sobre las heridas que manan sangre a borbotones) a las que se somete al
pacífico bovino, a fin de irritarlo, lacerarlo y volverlo loco de dolor, a ver
si de una vez se decide a pelear.
A pesar de los terribles puyazos, con frecuencia
el toro se queda quieto y "no cumple" con las expectativas del
público. Antes como "castigo" se le ponían banderillas de fuego, es
decir, cartuchos de pólvora y petardos, que estallaban en su interior, quemándole
las carnes y exasperando aún más su dolor, a ver si así se decidía a embestir.
Más tarde las banderillas de fuego fueron suprimidas, sobre todo para no
horrorizar a los turistas, a los que se suponía una sensibilidad menos embotada
que a los encallecidos aficionados hispanos. De todos modos, el actual
reglamento taurino prevé que sigan empleándose banderillas negras o "de
castigo" con arpones todavía más lacerantes para castigar aún más al pobre
bovino, "culpable" de mansedumbre y de no simular ser el animal feroz
que no es.
Jesús Mosterín
Profesor de Investigación en el
Instituto de Filosofía del CSIC.
Miembro del Center for Philosophy
of Science de Pittsburgh.
Miembro de la Academia Europea de
Londres, del Institut International de Philosophie de París y de la International
Academy of Philosophy of Science.
PD: