sábado, octubre 11, 2008

CUANDO LO MASIVO SE COME A LO INDIVIDUAL

No es una paranoia personal, un mal sueño o una resaca tras una noche loca de fiesta; tampoco es depre ni un trastorno neurótico, es la sensación de estar de repente en el interior de un mundo Matrix, algo asi como una realidad virtual dónde todo aparece como disociado o producto de un espejismo. A veces eso pasa, te levantas sensible, trás haber estado leyendo un libro contundente y ves que la realidad que te envuelve gira en torno a un esquema preestablecido. Lo que ves parece irreal pero es cierto, es como vivir entre dos realidades paralelas. Por narices has de abandonar tu oásis personal y penetrar, como una daga al rojo, en el cuerpo de la sociedad, con todas sus protuberancias y bombones al aire y a la espera de engullirte. La calle a las 6 de la mañana es como una urbe desolada pero la red suburbana parece una macrópolis infestada de alimañas y fantasmas. Cuando sopla el frío invierno y la lluvia cae sobre la frente, la sensación todavía es más kafkiana.

No me gustan las masas, esas grandes y anodinas extensiones humanas que deambulan absortas en su monótono e irracional proceso por los largos pasillos de la vida. Son hordas cabizbajas, que transitan o se estacionan hipnóticamente en los puntos de encuentro común y que, por su aspecto físico, parecen más venidos de otro mundo que de éste. Son estructuras óseas que se ignoran unas a otras, como si enemigos fueran; son kilos de musculatura que viven encerrados en su propio silencio interno, con las miradas vacías y los pensamientos alejados de lo restante. Se trata de conjuntos que se mueven como los bancos de sardinas pero sin ese orden y concierto que caracteriza a los pescados azules. Las masas son temibles, incontrolables, capaces de rebanarte el pescuezo en menos que canta un gallo. Moverte entre su constante taconeo hacen que tu culo se apriete como si un tornillo tuviese. No me gustan las masas, sentirme atrapado dentro de ese vaivén robótico de ovejas que van al matadero, porque en mis nadares por esta vida me gusta sentirme suelto, dueño de mismo que va a un sitio donde aun existen personas y no números.

Somos pues, demasiados, en este mundo de paranoias constantes; las ciudades ya no son lo que eran, se han vuelto invivibles y las personas se han reconvertido en números como si de juegos de azar se tratase. Vivimos envueltos en una vorágine de atropellos, encontrar sitio para algo es imposible, intimidad casi un sueño, la comunicación se ha reducido a lo más cercano y la solidaridad, la educación, el respeto y las buenas formas, son pasto del olvido. Cuando las personas se multiplican dejan de ser inteligentes y humanas, se comportan como animales despavoridos, son como una enorme estampida de búfalos que deseca el césped por donde pasan. Porquería, ruido, saturación, olor, frialdad, incomunicación, destrozos, son algunas de las enfermedades que azota la masa cuando se te acerca y te engulle. Eso atemoriza al más sensato.

Cuando hablamos de miles, de millones de personas, lo supuestamente “racional” deja de serlo. Da igual si hay cien más o cien menos, cuando se barajan altas cifras se pierde toda lógica y escala de valores. Es como hablar de un solomillo o de miles de kilos de carne amasados unos encima de otros; de pronto, tu ansia de comer se convierte en rechazo. Todo lo que huele a masificado es aborrecible, por eso las masas son entidades depredadoras que te erizan la cabellera solo olerlas.

El otro día, sin ir más lejos, tuve una extraña sensación matinal. Me levanto todos los días a las 5 de la mañana para ir al trabajo y al entrar en el transporte público subterráneo me encontré que perdía algo muy valioso. Me di cuenta de un hecho que, para muchos, pasa inadvertido, y eso se debe al peso de las costumbres monótonas. Me encontraba en uno de esos apretados pasillos de conexiones entre metros, donde la gente anda sumida en sus rutinas, algo así como vivir en medio de una situación matrixiana. De repente, me di cuenta de algo insólito, mi persona parecía disociada de la masa, como si dejara de ser importante y fuera una prenda más dentro de la gigantesca lavadora social. Imaginé que todos éramos máquinas que se dinamizan según un programa global, un gran software que anula toda posible diferencia. Me paré en seco y recapacité mi visión. Reconduje mi sistema neuronal hacia coordenadas más normales y reinicié mi equipo cerebral. Al cabo de unos minutos y tras ingerir unos sorbos de Coke, logré estabilizar mi realidad dentro de la masa.

Dicen que la Cocacola ayuda a digerir la pesadez, asi es, ya que al poco rato me sentí con las tripas de nuevo en su sitio e intenté dar una nueva salida a mi presión digestiva. Imaginé, que de repente las personas desaparecían y me quedaba solo en la inmensidad fría y calurosa del Metro; una extraña sensación de vaciedad se apoderó de mi, el miedo comenzó a recorrer mis apretadas venas, como si por su interior corrieran insectos alocados en busca de una salida de emergencia. Apreté el botón mental de Stop y comprendí que la soledad es ese terrible monstruo capaz de devorarte las entrañas hasta dejarte pelado y sin huesos. Cambié el chip de nuevo e imaginé que, de repente, todas aquellas personas que se movían en su cansino juego, se paralizaban de golpe, como si un Dios prepotente los hubiera pulverizado con un spray fijador ultra fuerte. Yo podía moverme entre ellos, tocarlos, reírme ante sus narices, me sentía diferente, capaz de todo, único en mi especie, como un arquitecto entre miles de ladrillos. La angustia volvió a recorrer mi sistema circulatorio, como un torbellino de avispas enloqyuecidas hacia la colmena; porque a pesar de la diferencia, la soledad volvía a ser esa matemática asfixiante, donde todos los números disponibles siempre dan uno ó cero. Ninguna de las dos situaciones era cómoda, estimulante, repetible, deseable, por lo que pronto me percaté que la vida humana es muy importante aunque muchas veces no la valoramos hasta que estamos a punto de perderla o dejarla al ritmo de las amenazas. Esa sensación de poder estar y de poder aislarte de los demás, es algo que solo un ser humano es capaz de hacer y comprender.

A pesar de ello es preciso recordar que las personas solas son mundos llenos de interrogantes, almas sujetas a atractivos conocimientos, sentimientos y experiencias, pero también constituyen universos que brindan la posibilidad de oscuras cosas y malévolas intenciones. La individualidad crea, por tanto, la certeza de la curiosidad porque uno se ve frente a algo que le referencia posibilidades de interacción e intercambio. Cuando lo masivo se come a lo individual, la persona desaparece y en su lugar surge la masa y la alienación del sujeto. Toda referencia decae, la persona se diluye como un helado a pleno sol y deja de ser necesaria para el grupo. Es la sensación del autismo, el tiempo de las psicosis, los momentos esquizoides, de todo un complejo bagaje psicológico que convierte a los individuos en seres extraños, peligrosos y crueles. Las masas se tornan peligrosas y cualquier inciso de alerta pone en funcionamiento el instinto asesino de su dinámica. Cuando llegas a esa temperatura psiquica, tienes la sensación de que juegas a ser Dios, que levitas de la realidad y te alzas como un ser alado en los cielos. Ves a las masas como enjambres de millones de puntos que se mueven esquizofrénicamente como revueltos por una fuerza cósmica desconocida; es el revuelo de lo insólito, de lo irrefrenable, del caos neurótico hacia el hormiguero del límite. Si en este preciso instante sacudes el suelo, notas como todos esos puntos se sobreaceleran como presos por el pánico, algo desconocido les ha picoteado la rutina social y se agitan como dementes. Imaginemos eso mismo en una masa humana; de repente alguien grita …. fuego!!!! y la masa se vuelve loca, se auto contamina en milesuimas de segundos y te aplasta presa de un miedo progresivo como una geometría infinita de crecimiento. No importa que haya ancianos, niños, bebés, mujeres embarazadas, gordos, flacos, feos, guaperas, y demás enseres humanos, la gente se arrollan unos a otros, se pisotean, se agraden, se matan si es necesario; es el comportamiento desenfrenado de la masa social sin control, excitada por estímulos de alto voltaje que descerebran al más pintado.

Las personas son entidades que según su estado y nivel de gregariedad, pueden causar resultados positivos o degenerar situaciones de extremo riesgo. Las personas son estables hasta que dejan de serlo, entonces todos los principios y valores se vienen abajo y el instinto asesino surge a flor de piel, como un comportamiento que permanecía oculto hasta que alguien soltó la tuerca. Recuerdo aquel célebre pasaje de Midnight Express cuando Brad Davis, el protagonista, se encuentra dando vueltas el revés de los demás en el Círculo de la Locura. Uno de los locos le insta a que de vueltas en la misma dirección que van todos. Como no le hace caso, el loco le dice a Brad que él es una máquina defectuosa y que por eso está ahí, dando vueltas en el círculo. Brad, en un arrebato de lucidez, le responde: Yo no soy una máquina defectuosa, usted es la máquina defectuosa ¿y sabe por qué lo se? por qué yo soy el que fabrica las máquinas.

Eso demuestra una vez más que a pesar de estar inmerso en comportamientos ajenos al nuestro nosotros siempre podemos hacer valer nuestra persona y valores y andar por el camino que más nos conviene. Muchas veces nos intentan hacer ver que lo adecuado es lo que todos hacen pero eso es una trampa para evitar que seas diferente. Octavio Paz decía que “las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo.... del miedo al cambio”, eso me preocupa porque observo, dia a dia, que nuestra sociedad de masas conllevainternamente ese veneno que tarde o temprano desatará su furia. Quizás es lo que se está buscando desde las cimas invisibles del Poder.

Saludos.
KarlFm.-

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