Digan lo que digan, EE.UU., siempre
está al frente de todos los escándalos, guerras y desastres en el mundo. Su historia
es una saga completa de sufrimiento, horror, muerte, experimentación y ansia
por el control y manipulación mundial. Nunca dejan de sorprender y lo más oscuro
es que nadie se atreve a juzgar a EE.UU. como criminales de guerra y crímenes contra
la Humanidad. Hace pocos dias, ojeando por la red, me topé con el llamado ‘Experimento
Tuskegge’, un estudio clínico llevado a cabo entre 1932 y
1972 en la ciudad estadounidense de Tuskegee (Alabama), por el
Servicio de Salud Pública de Estados Unidos. En aquel entonces, seiscientos
aparceros afroestadounidenses, en su mayoría analfabetos, fueron estudiados
para observar la progresión natural de la sífilis no tratada.
Este experimento generó mucha controversia y provocó cambios en la protección legal de los pacientes en los estudios clínicos. Los sujetos utilizados en este experimento no habían dado su consentimiento informado, no habían sido debidamente notificados de su diagnóstico y fueron engañados al decirles que tenían «mala sangre» (un término local para referirse a enfermedades que incluían la sífilis, la anemia y la fatiga). Les dijeron que si participaban en el estudio recibirían tratamiento médico gratuito, transporte gratuito a la clínica, comidas y un seguro de sepelio en caso de fallecimiento.
La campaña de reclutamiento del estado norteamericano puso el foco en hombres pobres, afroamericanos y sin recursos ni alternativa. El reclamo del Servicio de Salud Pública de los EEUU se aprovechó de la desesperación de estas personas, a las que sedujo con atención médica gratuita. EEUU se escudó en la ciencia para inyectar placebo a los 400 hombres que formaron el ‘Experimento Tuskeggee’, a los que no trató de curar, sino de seguir su evolución física y mental sin recibir tratamiento contra la sífilis. Durante cuatro décadas nada importó el sufrimiento de esas personas. Los métodos para luchar contra la sífilis empleados entonces – a base de mercurio y arsénico – estaban prohibidos para estas personas, así como luego, a partir de la generalización de la penicilina, no se les aplicó, tal y como reconoció Clinton: «Se supone que los médicos deben ayudar cuando necesitamos atención, pero incluso una vez que se descubrió una cura, se les negó la ayuda y su gobierno les mintió». El interés residió en la observación de cómo la enfermedad devoraba a los «machos negros con sífilis. Se supone que nuestro gobierno protege los derechos de sus ciudadanos, pero sus derechos fueron pisoteados».
El caso ‘Tuskeggee’ saltó
por los aires en 1972 cuando The New York Times denunció la
atrocidad. Dos años más tarde, en 1974, cada uno de los supervivientes recibió
una indemnización de 37.500 dólares; sin embargo, el lamento por parte de la
administración tardó en llegar más de 20 años después de la sentencia.
Entonces, sólo ocho hombres habían sobrevivido al ‘Experimento
Tuskeggee’, que incluso fue heredado por bebés que nacieron con sífilis.
«Fue una época en la que
nuestra nación no cumplió con sus ideales, nuestra nación rompió la
confianza con nuestro pueblo que es la base de nuestra democracia. No es
solo recordando ese pasado vergonzoso que podemos enmendar y reparar nuestra
nación, sino que es recordando ese pasado como podemos construir un mejor
presente y un mejor futuro. Y sin recordarlo, no podemos hacer las paces y
no podemos seguir adelante», señaló Clinton en su discurso.
Además del perjuicio irreparable
al que se vieron condenadas las víctimas, una de las grandes consecuencias
del ‘Experimento Tuskeggee’ fue la desconfianza generada entre
los ciudadanos afroamericanos hacia los doctores blancos. Un alto porcentaje de
esta población creía que el SIDA fue creado por investigadores blancos para
matar a los negros, lo que desembocó en la resistencia de los ciudadanos negros
a donar sangre o vacunar a sus hijos.
«Se supone que nuestro
gobierno protege los derechos de sus ciudadanos; sus derechos fueron
pisoteados (…) A los supervivientes, a las esposas y familiares, a los hijos y
nietos, les digo lo que saben: Ningún poder en la tierra podrá devolverles las
vidas perdidas, el dolor sufrido, los años de tormento y angustia interna. Lo
que se hizo no se puede deshacer. Pero podemos acabar con el
silencio. Podemos dejar de mirar para otro lado. Podemos mirarles a
los ojos y por fin decir en nombre del pueblo estadounidense que lo que hizo el
gobierno de los EEUU fue vergonzoso, y lo siento», sentenció Clinton en
un discurso con la intención de sellar toda una vida de penurias para las
víctimas del ‘Experimento Tuskeggee’.
En 1972, cuando el estudio fue interrumpido por la opinión pública, solo 74 sujetos estaban aún vivos. 28 sujetos habían muerto de sífilis, 100 más de complicaciones relacionadas, 40 esposas de los sujetos resultaron contagiadas y 19 niños nacieron con sífilis congénita.
En la conferencia de prensa realizada el 28 de marzo de 2008 uno de los moderadores le preguntó al reverendo Jeremiah Wright, si creía honestamente que el Gobierno de los Estados Unidos «había mentido sobre el sida, creando el VIH [virus de inmunodeficiencia humana, causante del sida] como arma genocida de la gente de color». Wright respondió que el Gobierno de Estados Unidos «es capaz de hacer cualquier cosa». En octubre de 2010 se revelaron datos sobre otro experimento con seres humanos mediante inoculación de enfermedades venéreas, y que llevaron a cabo médicos estadounidenses en Guatemala a finales de los años cuarenta (experimentos sobre sífilis en Guatemala).