martes, marzo 27, 2012

URANIO 238, UN ARMA LETAL RESIDUAL



El uranio empobrecido o uranio 238 es un residuo radiactivo que queda después de que el elemento fisionable 235 es extraído del mineral y usado como material para cabezas nucleares o en reactores productores de energía eléctrica.

Alrededor de 700.000 toneladas de este material radiactivo desechado se han acumulado en los Estados Unidos durante casi 60 años, hasta que los militares norteamericanos le descubrieron una posible "utilidad": como revestimiento de munición convencional, blindaje de tanques, contrapeso en aviones y misiles Tomahawk, y como componente de aparatos de navegación.

Tiene unas características que lo hacen muy atractivo para la tecnología militar. Es extremadamente denso y pesado (1 cm3 pesa casi 19 gramos), de tal manera que los proyectiles con cabeza de uranio empobrecido pueden perforar el acero blindado de vehículos militares y edificios. Es un material pirofórico espontáneo, es decir, se inflama al alcanzar su objetivo, generando tanto calor que provoca su explosión.

El problema para la salud humana comienza en el momento de la combustión. Cuando un proyectil impacta contra un objetivo el 70% de su revestimiento de uranio empobrecido arde y se oxida, volatilizándose en micropartículas altamente tóxicas y radiactivas. Estas partículas, al ser tan pequeñas, pueden ser ingeridas o inhaladas tras quedar depositadas en el suelo o al ser transportadas a kilómetros de distancia por el aire, la cadena alimenticia o las aguas.

La mayor parte (el 95%) del uranio que entra en el organismo no se absorbe, sino que se elimina por las heces. En cuanto al uranio que pasa a la sangre, aproximadamente el 67% es filtrado por los riñones y excretado en la orina en 24 horas. El uranio se distribuye por los riñones, los huesos y el hígado. El tiempo necesario para excretar en la orina la mitad de la cantidad total de uranio absorbido se ha estimado en 180 a 360 días.

Depositados en los pulmones o los riñones, el uranio 238 y los productos de su degradación (torio 234, protactinio y otros isótopos de uranio) emiten radiaciones alfa y beta que provocan muerte celular y mutaciones genéticas causantes, al cabo de los años, de cáncer en los individuos expuestos y de anormalidades genéticas en sus descendientes. Según un informe fechado en 1999 sobre la salud de los obreros de la industria transformadora de uranio, auditado por el Departamento de Energía de los Estados Unidos, el U-238 puede dañar las células de pulmones, huesos, hígado, próstata, intestino y cerebro, causando tumores malignos en estos órganos.

La ONU reconoce que las armas con uranio empobrecido pueden afectar la salud de las poblaciones que viven en las zonas de conflicto en el Golfo y los Balcanes. Dice que causa lesiones renales en animales de laboratorio y algunos estudios indican que la exposición a largo plazo puede producir daños en la función renal de los seres humanos. Se han observado alteraciones nodulares en la superficie de los riñones, lesiones del epitelio tubular y un aumento de los niveles de glucosa y proteínas en la orina.

Sin embargo, el Comité Internacional de Cruz Roja (CICR) asegura que la información científica disponible actualmente muestra que el aumento del nivel de uranio es mínimo en zonas donde se han utilizado municiones de uranio empobrecido, excepto en los puntos de impacto de los proyectiles perforantes de uranio empobrecido.

Según un informe recientemente publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) sobre Kosovo, los puntos de mayor concentración de contaminación de uranio empobrecido están localizados y son limitados.

En la primera guerra del Golfo (1991), los aliados realizaron 110.000 ataques aéreos en Irak y Kuwait. Los aviones A-10 Warthog de EEUU lanzaron 940.000 proyectiles con uranio empobrecido. En la ofensiva terrestre, sus tanques M60, M1 y M1A1 dispararon otros 4.000 proyectiles también revestidos de uranio. 300 toneladas métricas de uranio empobrecido en forma de proyectiles usados y polvo volátil quedaron en la región.

Tras la Guerra del Golfo, investigaciones epidemiológicas iraquíes e internacionales han permitido asociar la contaminación ambiental debida al empleo de este tipo de armas con la aparición de nuevas enfermedades de muy difícil diagnóstico (inmunodeficiencias graves, por ejemplo) y el aumento espectacular de malformaciones congénitas y cáncer, tanto en la población iraquí como entre varios miles de veteranos norteamericanos y británicos y en sus hijos, cuadro clínico conocido como Síndrome de la Guerra del Golfo.

Según la ONU, es necesario esperar varios años (al menos de dos a cinco) tras la exposición a radiaciones ionizantes para que se pueda detectar clínicamente una leucemia inducida por radiación.

Estudios realizados a veteranos de la guerra del Golfo indican que están excretando uranio 238 por la orina y el semen. Otros estudios sobre hijos de estos muestran una anormalmente alta tasa de enfermedades congénitas.

Síntomas similares al de la Guerra del Golfo se han descrito entre un millar de niños residentes en áreas de la antigua Yugoslavia donde en 1996 la aviación norteamericana recurrió también a bombas con uranio empobrecido, al igual que durante la intervención de la OTAN contra la Federación Yugoslava de 1999. Numerosos casos de cáncer entre los soldados presentes en los conflictos de los Balcanes hicieron que se hablara del 'Síndrome de los Balcanes'.

El uranio 238 tiene una vida media de 4.500 millones de años, por lo que se deduce que Irak, Kuwait, Bosnia y Kosovo están contaminadas con elementos carcinógenos radiactivos para la eternidad. El tiempo de incubación para los tumores varía de 5 a 60 años, por lo que cabe la posibilidad de que haya casos que aún no se han desarrollado. Y cuando todavía se estaba hablando de los efectos de la primera guerra del Golfo, Irak se enfrentó a la segunda.

Documento elaborado con:
Un documento publicado por la doctora Helen Caldicott en la página web 'Stop Nato





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