Hay quienes dicen que la ruptura
de la zona euro sería un auténtico desastre. En lo político podría provocar
guerras civiles y vuelta de dictaduras. En lo económico, saldría muy caro tanto
para los países más fuertes como para los más débiles. Incluso perdonarles la
mitad de la deuda a Grecia, Portugal e Irlanda saldría más barato. Volver a
nuevas monedas nacionales les costaría a los ciudadanos del sur de Europa entre
9.500 y 11.500 euros por persona sólo el primer año (y otros 3.000 a 5.000
adicionales cada anualidad siguiente). A los países más fuertes tampoco les
saldría gratis. A Alemania, como cabeza de este grupo, la vuelta a una nueva
moneda nacional le costaría entre 6.000 y 8.000 euros por persona el primer año
y entre 3.500 y 4.500 más cada uno de los años siguientes.
Perdonar la mitad de la deuda pública a Irlanda, Portugal y Grecia, incluidas las obligaciones de pago que tienen contraídas estos tres países con el Fondo Monetario Internacional (FMI), le costaría a los alemanes unos mil euros por persona, de una sola vez. Para el resto de los socios de la zona euro el coste sería bastante menor. Quizás estas cifras, proporcionadas por un estudio elaborado por un grupo de analistas del banco suizo UBS, ha pesado en la enardecida defensa que ha hecho la canciller alemana, Angela Merkel, tras conocerse el visto bueno del Tribunal Constitucional de Alemania a las ayudas contenidas en los planes de rescate de Grecia. La mandataria germana ha llegado a decir que si queremos que Europa permanezca en paz hay que defender el euro hasta sus últimas consecuencias. Y es que los analistas de UBS también dicen en su informe que la ruptura del euro y el elevadísimo coste económico que tendría para los ciudadanos del área llevarían, con una probabilidad elevada, a grandes disturbios sociales que en algunas naciones podrían acabar incluso en guerras civiles o en la vuelta a dictaduras militares.
Sin embargo otros, como Juan Torres López Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, opinan que las
autoridades europeas, la Comisión y el Banco Central Europeo, están llevando a
Europa al borde del abismo. Se habla todos los días de la situación extrema de
Grecia, pero no es solo ese país el que está siendo literalmente saqueado y
arruinado por las desastrosas medidas que se están aplicando para salvar los
intereses de los grandes grupos financieros y empresariales europeos. Son muchos
más.
Las políticas “de austeridad” son meros recortes en el gasto social y en los salarios directos e indirectos y diferidos (sanidad, educación, pensiones…) orientados a limitar el disfrute de derechos sociales conquistados hace décadas con gran esfuerzo por las clases trabajadoras en beneficio de los grandes capitales. Y día a día estamos viendo que de esa manera no solo no se sale de la crisis sino que, por el contrario, están provocando una nueva recesión que incluso denuncian organismos internacionales neoliberales como el FMI o Estados Unidos porque no les conviene que Europa llegue a una situación de impago generalizado como la que se nos viene encima.
Las autoridades europeas están siendo incapaces de asegurar la financiación a las empresas a pesar de haberles dado cientos de miles de millones a los bancos, de modo que miles de ellas siguen cerrando y generando más desempleo y una situación de deterioro productivo que pronto puede llegar a ser irreversible.
Las políticas “de austeridad” son meros recortes en el gasto social y en los salarios directos e indirectos y diferidos (sanidad, educación, pensiones…) orientados a limitar el disfrute de derechos sociales conquistados hace décadas con gran esfuerzo por las clases trabajadoras en beneficio de los grandes capitales. Y día a día estamos viendo que de esa manera no solo no se sale de la crisis sino que, por el contrario, están provocando una nueva recesión que incluso denuncian organismos internacionales neoliberales como el FMI o Estados Unidos porque no les conviene que Europa llegue a una situación de impago generalizado como la que se nos viene encima.
Las autoridades europeas están siendo incapaces de asegurar la financiación a las empresas a pesar de haberles dado cientos de miles de millones a los bancos, de modo que miles de ellas siguen cerrando y generando más desempleo y una situación de deterioro productivo que pronto puede llegar a ser irreversible.
Sin reformas que garanticen una
nueva forma de actuar del sistema financiero y sin impulso público que sostenga
a la actividad empresarial y al consumo hasta que se recuperen por sí solos,
las autoridades europeas están generando un problema fatal de demanda.
Y cayendo día a día la actividad y por tanto los ingresos, la deuda sigue aumentando sin cesar mientras que la complicidad del Banco Central Europeo con los bancos privados deja a los gobiernos en manos de “los mercados”, encareciendo la ya de por sí dificultosa y escasa financiación y provocando una gigantesca amenaza que ya es prácticamente una realidad: Europa no puede pagar la deuda que acumulan sus gobiernos y empresas y familias. Es materialmente imposible que puede hacerse y mucho menos con la pérdida de ingresos que se produce en los países más endeudados como consecuencia de las políticas que se están imponiendo.
Y cayendo día a día la actividad y por tanto los ingresos, la deuda sigue aumentando sin cesar mientras que la complicidad del Banco Central Europeo con los bancos privados deja a los gobiernos en manos de “los mercados”, encareciendo la ya de por sí dificultosa y escasa financiación y provocando una gigantesca amenaza que ya es prácticamente una realidad: Europa no puede pagar la deuda que acumulan sus gobiernos y empresas y familias. Es materialmente imposible que puede hacerse y mucho menos con la pérdida de ingresos que se produce en los países más endeudados como consecuencia de las políticas que se están imponiendo.
Y para colmo, no solo no se
resuelven los gravísimos problemas económicos que se extienden como una mancha
de aceite por toda Europa, sino que las instituciones resultan impotentes,
incapaces de coordinarse con efectividad, de transmitir liderazgo y confianza a
ciudadanos y empresarios y de tomar decisiones con rapidez y eficacia. La
inicial crisis financiera se ha convertido finalmente en una auténtica crisis
política que paraliza a Europa que pone en peligro su estabilidad social y que
puede llevarnos a un conflicto de grandes proporciones.
No hay solución en el marco político en el que quieren moverse
los dirigentes europeos.
El empecinamiento en mantener las
políticas de recorte de gasto social y los privilegios a la banca impide que
los problemas económicos de las economías europeas se puedan resolver, ni
siquiera con los sacrificios cada vez mayores que se les están imponiendo a la
población. Que nadie se engañe. Es materialmente imposible salir del agujero en
el que nos encontramos con las políticas que se están aplicando. Estrujar hasta
la extenuación a los países y a los pueblos, como en Grecia, Irlanda, Portugal,
Rumanía u otros muchos de la Unión solo están produciendo una destrucción fatal
y quizá permanente de sus aparatos productivos y una quiebra social sin
precedentes en nuestro continente. Abortando sus mecanismos de generación de
ingresos es una estupidez pensar que los países endeudados puedan pagar la deuda
y salir adelante.
Hablemos claro. No se trata solo
de errores doctrinales. La insistencia de los grandes grupos financieros en
imponer a Grecia y otros países medidas cada día más restrictivas y
antisociales son ya conductas sencillamente criminales que hay que repudiar por
inútiles y por salvajes. No hay derecho al ensañamiento vil de los poderes
financieros. No tienen derecho a destrozar las economías y a arruinar a los
pueblos de la manera en que lo están haciendo y las autoridades europeas deben
dejar ya de actuar como sus siervos para imponerlas sin piedad.
Estas medidas no pueden resolver
los problemas que hay sobre la mesa sencillamente porque estos derivan de
fallos estructurales en la construcción de la unión monetaria, o mejor dicho de
fallos “estratégicamente” estructurales porque responden a un diseño
deseadamente imperfecto desde el punto del equilibrio y la justicia global pero
que garantizan unas condiciones inmejorables para el capital europeo. Me
refiero, por ejemplo, a la falta de mecanismos de coordinación de las políticas
económicas, a la ausencia de una hacienda europea y de un presupuesto
suficiente, a la renuncia de disponer de un auténtico banco central que
financie a los estados cuando estos lo necesiten para no hacerlos esclavos de la
banca privada, a la falta de supervisión financiera centralizada que hubiera
impedido los desmanes de las entidades financieras, o de instituciones que
garanticen la gobernanza democrática y el control efectivo de los poderes
informales que se superponen sobre las instituciones representativas. Y eso por
no hablar de la falta de pluralismo y del fundamentalismo que guía las
políticas que se vienen llevando a cabo a pesar de que la realidad muestra día
a día que no son las adecuadas para mejorar el rendimiento económico y mucho
menos para aumentar la equidad y los equilibrios territoriales y personales en
los distintos países y en el conjunto de la Unión.
El mal diseño del euro produce más inconvenientes que ventajas.
Los daños que está produciendo en
los últimos años el defectuoso diseño de la unión monetaria, o mejor dicho, su
diseño orientado simplemente a proporcionar un área de óptima rentabilización a
los capitales, están empezando a ser ya insoportables. Es verdad que la
pertenencia al euro ha conllevado muchos beneficios. Ha proporcionado
sinergias, ahorro de muchos costes, intercambios muy fructíferos, empuje
acelerado y modernidad a estados más atrasados, referencias inexcusables para
mejorar estándares de vida, de emprendimiento e innovación, e ingresos para
poder abordar en muy poco tiempo transformaciones que hubiera costado decenios
llevar a cabo sin el euro. Y es cierto también que ha proporcionado un encuadre
más seguro a las economías más atrasadas que se han podido aprovechar de la
seguridad que da “viajar” de la mano de economías tan potentes como la alemana
o incluso la francesa en el seno de una zona que estaba llamada a ser uno de
los grandes ejes del desarrollo y la prosperidad mundial.
Pero la realidad es que esas
ventajas palidecen si se tienen en cuenta otros problemas derivados, como acabo
de señalar, de haber puesto la unión monetaria al servicio de los grandes
capitales y de su renuncia a avanzar hacia la conformación de un espacio
auténticamente integrado y equilibrado.
Los países de la periferia hemos
perdido nuestros mejores activos y el control de nuestras principales empresas
y redes, que hemos tenido que vender a los capitales europeos más potentes, y
así, nuestras economías son ahora mucho menos competitivas y está mucho más
concentradas en torno a grupos de poder y decisión cuyos intereses nada
tienen que ver con el desarrollo de nuestras capacidades productivas o con el
aumento de nuestros ingresos.
Nuestras grandes empresas se han
beneficiado de formar parte del espacio común que les ha dado alas para saltar
al global pero eso ha supuesto pérdida de empleos, extraversión de ingresos y
renuncia a nuestra capacidad de decisión sobre intereses nacionales
estratégicos.
Hemos recibido muchos ingresos de
Europa pero no han servido para reducir significativamente nuestros déficits
sociales ni para reducir nuestras desigualdades. Todo lo contrario. Hemos
perdido capacidad de maniobra y ahora hemos de nadar con las manos y pies
atados justamente cuando las aguas se ponen más bravas y difíciles.
Es verdad que todo ello ha sido
también por culpa nuestra. No podemos responsabilizar de todo a Europa. Pero no
lo es menos que en el marco en el que actualmente se mueven las políticas
europeas resulta muy difícil hacer otra cosa. El discurso oficial precisamente
se basa en difundir la idea de que “lo impone Europa” y que es “imposible”
llevar a cabo otras políticas que nos sean las que dictan sus autoridades.
Por eso hay que acabar con
aseveraciones que solo son verdades a medias. Se podría haber avanzado por
otros caminos sin necesidad de haber roto con Europa: incrementando la justicia
fiscal, modificando nuestras prioridades y especialidades productivas,
aumentando la inversión en el gasto público y social necesario para
impulsar la actividad productiva y la vida empresarial creadora de empleo y,
sobre todo, se podría haber actuado con mayor independencia respecto a los
centros de poder de Europa levantando nuestra voz en lugar de limitarnos a ser
siervos obedientes de los grupos de poder económico y financiero que dominan
las instituciones europeos.
Dicho de otro modo: los dos
partidos que se han alternado en el gobierno en estos últimos años podrían
haber sido más fieles a los intereses nacionales y haberlos defendido en Europa
en lugar de ceder España al capital extranjero, como han hecho de la manera más
explícita mediante privatizaciones y aplicación de normas en su beneficio. Y el
resto de las fuerzas sociales deberíamos haber estado más acertados a la hora
de impulsar la lucha contra todas las injusticias y daños que ha provocado
nuestra inadecuada entrada en el euro y los efectos que hemos venido padeciendo
por culpa de ello.
Ha llegado el momento de hacerse oír. La situación europea que está
creando la crisis política que se añade a la financiera y económica es de
emergencia.
A punto de entrar en otra
recesión, con una deuda gigantesca que es imposible pagar, como he señalado, y
sin capacidad efectiva de decisión política por parte de las autoridades
europeas (como demuestran las idas y venidas, las contradicciones y retrasos
continuos en la toma de decisiones y en su aplicación) solo queda como
alternativa a corto plazo para evitar el derrumbe definitivo de Europa tomar
medidas urgentes como las siguientes:
Que el Banco Central Europeo se
haga cargo de la financiación de la deuda de los estados. Que se organice una
quita o reestructuración generalizada de toda ella y que se planee un plan de
pagos a medio y largo plazo que no lleve consigo la ruina de Europa sino que
garantice la generación de ingresos en todos los países. Dicho con palabras que
todo el mundo entiende: tal y como salvaron antes a los bancos, tienen que
salvar ahora a los pueblos, a las pequeñas y medianas empresas y a los
autónomos que crean empleo y a las economías en general.
Debe crearse una institución
pública financiera en Europa que inmediatamente garantice recursos a empresas y
consumidores. Ha de ponerse en marcha un plan urgente de re-activación de la actividad
basado en el impulso de nuevas líneas productivas. Una especie de “Plan
Marshall” europeo que posiblemente debería contar con el apoyo internacional en
el marco de acuerdos globales sobre nuevos estilos de gobernanza, política y
justicia global.
Igualmente, es imperioso llevar a
cabo un plan urgente de fortalecimiento democrático de las instituciones
europeas y de coordinación de las políticas que permitan aplicar todo lo
anterior, sobre todo, limitando el poder financiero y la influencia decisiva
que viene teniendo las operaciones especulativas.
Soy consciente de la dificultad
de poner en marcha planes como estos. Mejor dicho, estoy completamente seguro
de que no se van a llevar a cabo mientras predominen los intereses que hoy día
gobiernan Europa y mientras que los poderes que la dominan no tengan enfrente,
en la calle y en las instituciones, contrapesos contundentes y de suficiente
envergadura.
Por eso creo que a estas alturas
ya no basta con reclamar estas medidas y ni siquiera con esperar o confiar en
que la sensatez o el duro enfrentamiento con la realidad obligue a modifique su
actuación a las autoridades europeas. No creo mucho en los milagros.
Hay que forzar la situación y al
mismo tiempo hay que evitar que el tsunami
que están provocando las desastrosas políticas de los poderes europeos nos
arrastren. Por eso creo que la mejor alternativa para la economía española es
salir del euro. Se que se trata de una posibilidad ni siquiera contemplada en
los tratados pero que, en ese caso, se puede adoptar sencillamente como una
alternativa de facto. No es ninguna opción irreal ni nos llevaría al desastre.
De hecho, si no cambia la orientación de las políticas actuales (y no cambiarán
sin medidas de presión como la amenaza de que países como España digan ¡Basta
ya!) terminaremos todos fuera del euro. Pero saliendo deprisa y corriendo, con
el rabo entre las piernas y huyendo de la quema.
Juan Torres López