William Ropp es un maestro francés de las deformaciones, de las perspectivas y del juego que se fragua entre ambas, sus imágenes son pura inquietud, un fuerte dramatismo de luces y sombras cuyos impactos generan contrastes misteriosos con mensajes diversos. La mayoría de sus fotografías son retratos de niños, capturados en lugares oscuros, en situaciones extrañas, y atmósferas peculiares. No son retratos convencionales, algunos estremecen, otros preocupan, el resto te desgarran por dentro; ese doble juego de inocencia, dolor, ausencia, soledad y miedo, convierte el conjunto es una escena que estruja los sentimientos. No son fotos normales, respiran un universo propio, nada alegre, sino más bien interioridad, tristeza y lejanía. Son como poemas congelados en forma de fotogramas monocromáticos.
Ropp trabaja sus tomas fijando la cámara sobre soportes fijos, bajo una ambientación oscura que va manipulando al mismo tiempo que va proyectando durante largas exposiciones luces dirigidas a puntos concretos de sus modelos; juega a ese vaivén de luces y sombras dejando que la exposición luminosa danzante modifique los rostros y los cuerpos; la perspectiva y la composición de las formas hace el resto. Las veladuras, los tonos plomizo, conforman un envoltorio gráfico casi demente y perverso.
