jueves, octubre 07, 2010

FRANCESCA WOODMAN, GEOMETRÍAS INTERIORES DESORDENADAS




Un día decidió lanzarse por la ventana y realizar con ello su última fotografía. Tenía 23 años y eso es lo primero que el público aprende y repite como una letanía cuando se habla de su obra y, de forma especial, cuando se contempla. Y es un grave error. Los 800 negativos que componen el legado de Francesca Woodman, guardados y administrados con celo por sus padres, han de componer un círculo de bellas imperfecciones que algún día será desvelado.

Txema Rodriguez
Francesca Woodman que estás en los cielos.
 ******

Francesca Woodman un día de 1979 decidió trasladarse a Nueva York a probar de hacer la carrera fotográfica, eso que suena tan bien y que tan difícil es conseguir. Envió su portafolio a algunos fotógrafos de moda pero sus esfuerzos no se vieron recompensados, una constante que suele aparecer en muchos fotógrafos que intentan meterse en el estrecho círculo del reconocimiento.

Debido a su fracaso y a una rotura sentimental, Francesca entró en una profunda caída emocional y el 19 de enero de 1981 Francesca Woodman se suicidó saltando por una ventana del Lower East Side de Manhattan; aquella noche todavía sigue envuelta en el misterio. Antes de suicidarse, en una carta a un amigo de la escuela, Sloan Rankin, escribió las siguientes palabras:

“Mi vida en este punto es como un sedimento muy viejo en una taza de café y preferiría morir joven dejando varias realizaciones en vez de ir borrando atropelladamente todas estas cosas delicadas”.


 

 












Su obra consiste, mayoritariamente, en retratos de mujeres en blanco y negro, siendo ella misma la modelo en muchas ocasiones. El cuerpo es uno de los temas centrales de su fotografía; las figuras humanas aparecen borrosas, perdidas en la sombra en salas invadidas por el deterioro. Estos escenarios recuerdan ambientes en los que le gustaba ubicar su trabajo en Rhode Island, donde buscaba viejas mansiones victorianas o fábricas abandonadas que le pudieran ofrecer el contexto apropiado para lo que quería expresar.

Para Francesca Woodman el medio preferido para sus imágenes era el libro: sus fotos pasaban desapercibidas en galerías, sobre todo si tenían que competir con las imágenes de moda, aumentadas a tamaños descomunales. Diseñó libros para recoger sus fotografías, pero sólo se publicó uno de ellos: Algunas geometrías interiores desordenadas, en 1981, el mismo año que se suicidó. Tenía sólo 22 años y desde los 13 había desnudado sus inquietudes ante la cámara. Nunca llegó a ganarse la vida como fotógrafa. Su universo estaba hecho de estudios y crecimiento, artístico o personal.

Un día más desperté sola en estas sillas blancas. Un instante entre muchos, una transición hacia otra historia. Todo lo demás es un universo sugerido. Un cuento misterioso y evocador. Fin de la historia.

 




Si bien sus imágenes revelan una fascinación estética por la muerte y la decadencia, materializada en casas decrépitas, flores secas y paredes desconchadas, sus imágenes no sólo se mantienen ajenas a la desesperación que precede un suicidio, sino que rezuman vitalidad, energía, poder y ansia de experimentación. Casi nunca enseñó el rostro  en sus autoretratos, experimentó con su cuerpo desnudo. A veces se miraba con los ojos de una mujer y otras con el deseo de un hombre, pero nunca soportó estar fuera del encuadre.

Las fotografías de Francesca Woodman son sin lugar a dudas femeninas, sensuales, intensas, a veces dramáticas, pero nunca desesperadas. Parecen tejer un mundo deliberadamente enigmático que le ha valido, junto con una turbulenta estancia en Roma y el epílogo del suicidio, también una fama de fotógrafa con aura maldita.

Su atmósfera se destaca por crear en un búnker. Un espacio intransitable, donde no cabe nadie más que ella misma, no porque se haya tomado cientos de autorretratos, sino porque las fotografías en sí mismas están inmersas en una nata indescriptible y personal delimitada por el encuadre. El grano en la imagen, el saber que es un autorretrato y por tanto la inexistencia de un operador de cámara al momento de la obturación, sino el trabajo con temporizador (de unos 10 ó 15 segundos, quizás menos), hacen que las fotografías de Francesca Woodman puedan seguir entregando un legado aun en el más completo anonimato. No se trata de quién aparece la fotografía, ni qué, sino cómo. Las fotografías tienen un relieve intrínseco, como proyectado hacia dentro de cada espectador. Se puede volver una y otra vez a ella y encontrarle resquicios inagotables, detalles, formas. Una caligrafía lo suficientemente violenta. Leerla desde cualquier punto de partida, en un tiempo sincrónico, que a ratos parece congelado. Congelada la soledad, congelado el desasosiego. La espera de la muerte.


Encuadres donde la intención hablará del nivel o desnivel de ellos, de cómo caen los elementos dentro de un plasma cuesta abajo, donde la fuerza de gravedad es la que gana. Una constante de planos conjuntos, donde un cuerpo de mujer se rodea por los elementos de una habitación que pasa a ser el verdadero organismo y el cuerpo humano pasa a ser un sistema más dentro de lo que le rodea. Un sistema que se deforma y mutila renegando la identidad de una víctima de la lenta obturación, del no llegar a tiempo.

El lenguaje gráfico de Woodman trata también de la textura de cada imagen. Su cuerpo expuesto a las porosidades de las paredes descascaradas, de estos elementos precarios que incluso expelen ciertas temperaturas. Los pies sobre el suelo de madera, el cuerpo desnudo entre la muralla y el papel mural de alguna otra, quizás una tela que no alcanza a cubrirla por completo ni aunque fuese esa misma su motivación. Además, la luz que penetra en este organismo, entre estas cuatro paredes donde se incuba la fotografía es otro punto de textura en sus imágenes. Es la luz la que traspasa ciertos obstáculos hasta llegar a una muralla o a su cuerpo. La luz es la única que puede sortear ciertos obstáculos hasta llegar al cuerpo femenino que “yace” en el escenario. 

El registro de sí misma, su autoreconocimiento pareciera quedar sólo en el acto fotográfico. En la preparación de éste. En la puesta en escena. En sus reflejos en los espejos, en sus intentos camaleónicos. Luego del acto fotográfico la pieza toma vida propia. No necesita de ella ni de su angustia para existir. Es. Las fotografías de Francesca no pareciesen ser nominativas. No dicen aquí estoy o aquí estuve, acaso con intención de mimetizarse hasta desaparecer.

Conforme a los años, Woodman fue descubriendo o dando pistas de su incomodidad con su mundo. Con este mundo. De las más de cien fotografías que se pueden encontrar en internet, son sólo unas pocas las que dejan a rostro descubierto la expresión apática y ausente con la que decidió fotografiarse. Con la que posó. Con la que fabricó un doble y se dejó morir cada vez un poco más. Para decirse y obviarse, para cargar con un legado que sería su propio cuerpo y donde poco importaría que fuese ella.


 Francesca Woodman sitúa la cámara de manera frontal. La cámara parece estar siempre a la altura de los ojos o a una altura media donde justamente éstos no estén. Donde no quepan. Ni sus ojos, ni su identidad, ni su silueta por completo, salvo una idea de ella. Woodman nos presenta una idea platónica de lo que podrían ser sus tribulaciones. Sus características, pero no su dimensión física. Para conocer su cuerpo, o lo que fue de él, deberíamos juntar un rompecabezas, pero entonces se perdería el sentido de cada una de sus piezas fotográficas. Woodman “apareciéndose” en las fotografías. Gastando su imagen real.

Pareciera ser que para Woodman su suicidio, la decisión de éste, no sería más que una decisión comparable a cómo hacer tal o cuál fotografía. Si se tiró edificio abajo, la muerte no llegó instantáneamente. No murió jalando de un gatillo, ni decapitada (como sí muchas de sus fotografías), sino que sintiendo el vértigo de ir cayendo, de ir a buscar su fin, como de ir a buscar la obturación de su cámara. Apurarse para estar frente a ella antes que se disparase, antes de quedar “inmortalizada” como una extraña más. Una de las tantas extrañas suicidas de sus fotografías.

Paula Gonzalez














Entrada destacada

ANNA CALVI – PEAKY BLINDERS ORIGINAL SCORE SEASON 5 & 6

«Me fascina la manipulación de las emociones con el sonido. Es misterioso para mí. A veces, poner en una escena la música opuesta a la que e...