
Los grandes iniciadores de la revolución contracultural fueron los beatniks: Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William S. Burroughs, forjadores de la identidad inconformista y, a la postre, cimientos del movimiento hippie. En la segunda mitad de los 60 Timothy Leary, Ken Kesey, Alan Watts y Norman O. Brown, entre otros, desarrollaron la teoría y praxis contracultural, convirtiéndose en cabezas visibles del movimiento. La música pop de la época no se entiende sin este contexto intelectual y social: de hecho, la cantante de blues Janis Joplin fue el símbolo femenino de la contracultura de los 60. Otros artistas muertos en plena juventud, como Jimi Hendrix y Jim Morrison fueron considerados también como mártires e iconos del movimiento.
En la actualidad, se puede definir como las manifestaciones culturales que se presentan como alternativa o complemento de la cultura predominante, generalmente preservada y transmitida por pequeños grupos sociales.
En múltiples ocasiones los movimientos de contracultura han sido absorbidos por la superestructura, que los desactiva convirtiéndolos en modas inofensivas, de todas formas se continúa usando el término para identificar estos grupos que deberían llamarse tan solo "subculturas" ya que serían subproductos de la cultura dominante y no presentarían ningún valor contrapuesto. Otros consideran un uso erróneo el término "contracultura" desde un punto de vista epistémico, a través del cual se considera que un grupo determinado con prácticas y características "contravencionales" a la cultura legítima erigen una nueva cultura completamente aparentemente antagónica e independiente, ya que la palabra más apropiada para designar dichos grupos sería "subcultura" o "microcultura" porque nacen a partir de la contestación a la cultura dominante y no como un proyecto aislado.