El requisito indispensable para un cierto bienestar es la
aceptación previa de que no puedes
tenerlo todo. El máximo bienestar no se alcanza con el máximo poder de
elección, sino con una cierta capacidad de renuncia. Aquello de que “No es más
feliz quien tiene lo que desea, sino quien desea lo que tiene”, es pura
neurociencia. Cuando uno viaja y
aprende cosas nuevas, las va almacenando en su memoria. Nos parece que el
tiempo vivido intensamente transcurre lentamente, pero también se recuerda
mejor. Cuantos más recuerdos das a tu memoria en unos días, más largos te
parecen al evocarlos.
La intensidad no
significa siempre bienestar. Puedes hacer lo de siempre, que el tiempo
vuelve y no recordar nada, pero que sea agradable. Los humanos tendemos a las
rutinas; pero nos estimula y crecemos ante la novedad, aunque no sea
placentera. Y el tiempo vuela en las rutinas, porque ese bienestar, que algunos
llaman felicidad, no exige aprendizaje. Por eso, el confinamiento para muchos
no ha sido desagradable.
Aburrido no siempre es desagradable, sobre todo para los más
mayores; pero siempre es no memorable. El
tiempo sin acontecimientos se evapora. Thomas Mann en ‘La montaña mágica’ describe los días en un sanatorio: Si cada día es como todos, todos acaban
pareciendo el mismo. Cuando hacemos
siempre lo mismo nos parece que el tiempo no pasa porque no tenemos un sentido
del tiempo interno.
Nuestro cerebro infiere que pasa mucho o poco tiempo según
la cantidad de información que almacena. Y en el confinamiento suceden pocas
cosas nuevas, así que lo recordamos más corto de lo que ha sido. Para los más jóvenes el tiempo pasa siempre
más lento, porque están aprendiendo cosas nuevas siempre; y, por eso, cuando
recuerdan un día para ellos ha sido larguísimo. Para nosotros, es un soplo. Con
la edad, el tiempo pasa cada vez más rápido; y para el viejo, vuela.
La Iglesia, las religiones, inventaron el tiempo, es decir,
los relojes, calendarios y fiestas de guardar –con la agricultura–, porque si
no te mueves, como un cazador, necesitas ayuda para medir el tiempo;
precisamente porque tus experiencias nuevas son pocas. Hay mucha literatura
científica sobre la percepción del tiempo: se describen con rigor experiencias
de reclusión bajo tierra o en cuevas durante semanas. Y algunas son
desagradables y con tentativas de suicidio.
Los psicólogos dicen que para vivir necesitamos tener estructura. Cierto pero es uno mismo
quien se la ha de imponer. Las encuestas serias relacionan la felicidad con dos
cosas: la calidad de relaciones con los
demás y la capacidad de decisión que tengas sobre tu propio tiempo. La
investigación demuestra que es más feliz quien se conforma con su poder que
quien quiere tenerlo todo. Solo quien asume que no lo puede tener todo llega a
disfrutar de algo.
STEFAN KLEIN, neurocientífico, estudia la percepción del tiempo en los
humanos.