La realización del yo se alcanza no solamente por el
pensamiento, sino por la personalidad total del hombre, por la expresión activa
de sus potencialidades emocionales e intelectuales. Éstas se hallan presentes
en todos, pero se actualizan sólo en la medida en que lleguen a expresarse. En
otras palabras, la libertad positiva consiste en la actividad espontánea de la
personalidad total integrada.
Muchos de nosotros podemos percibir en nosotros mismos por
lo menos algún momento de espontaneidad, momentos que, al propio tiempo, lo son
de genuina felicidad. Que se trate de la percepción fresca y espontánea de un
paisaje o del nacimiento de alguna verdad como consecuencia de nuestro pensar,
o bien de algún placer sensual no estereotipado, o del nacimiento del amor
hacia alguien: en todos estos momentos sabemos lo que es un acto espontáneo y
logramos así una visión de lo que podría ser la vida si tales experiencias no
fueran acontecimientos tan raros y tan poco cultivados.
En la espontaneidad el individuo abraza el mundo. No
solamente su yo individual permanece intacto, sino que se vuelve más fuerte y
recio. Porque el yo es fuerte en la medida en que es activo. No hay fuerza genuina
en la posesión como tal, ni en las propiedades materiales ni en aquella de
cualidades espirituales, como las emociones o los pensamientos. Tampoco la hay
en el uso y manipulación de los objetos; lo que usamos no es nuestro por el
simple hecho de usarlo. Lo nuestro es solamente aquello con lo que estamos
genuinamente relacionados por medio de nuestra actividad creadora, sea el
objeto de la relación una persona o una cosa inanimada.
Solamente aquellas
cualidades que surgen de nuestra actividad espontánea dan fuerza al yo y
constituyen, por lo tanto, la base de su integridad. La incapacidad para obrar
con espontaneidad, para expresar lo que verdaderamente uno siente y piensa, y
la necesidad consecuente de mostrar a los otros y a uno mismo un seudoyó, constituyen
la raíz de los sentimientos de inferioridad y debilidad. Seamos o no
conscientes de ello, no hay nada que nos avergüence más que el no ser nosotros
mismos y, recíprocamente, no existe ninguna cosa que nos proporcione más
orgullo y felicidad que pensar, sentir y decir lo que es realmente nuestro.
ERICH FRÖMM