Marcin Sacha es un fotógrafo
nacido durante 1970 en la pequeña ciudad de Tarnow, Polonia,
conocida por dos importantes hechos históricos: la Masacre de Galicia -donde muchos nobles fueron asesinados por
los campesinos de la zona- y el ghetto
judío durante la ocupación nazi de la ciudad. Sacha empezó a
hacer fotografías a partir del año 2005; poco tiempo después fue declarado
miembro especial de la prestigiosa asociación Applied Fotoclub of Poland, así como Artista de Honor por la International
Federation Of Photographic Art (FIAP). No cabe duda de que estamos ante el
trabajo de un creador muy condecorado con múltiples medallas de oro en Polonia,
Austria, Eslovaquia, República Checa, Luxemburgo, Reino Unido, España, Serbia,
Croacia, etc. Sus fotografías han sido expuestas en numerosas galerías
internacionales. Su trabajo es muy variativo ya
que deriva hacia diversos estilos muy diferenciados lo que le permite jugar en
distintos frentes, destacando sus colecciones sobre sueños, paisajes y macrofotografía, una tríade gráfica que alcanza
una perfección casi divina.
Sus imágenes oníricas son
magistrales, un psicoanálisis gráfico que despierta todo tipo de sensaciones y
reacciones; son metalenguajes con múltiples significados. La desproporción de
tamaños, las perspectivas, la luz, las sombras, las texturas, son variables
gráficas que diseñan a un ser humano incrustado en una fría y gigantesca
soledad que lo engulle hacia un laberinto angustioso. Son sueños que conducen
al espectador hacia atmósferas inconscientemente irrespirables. Mitos, dramas,
tragedias, fantasías paranoicas, pensamientos rotos, alienaciones, todo se
conjunta, con ciertas pinceladas de tono romanticista y new age, para desencadenar una reacción vertiginosa en la propia
obra.
Marcin Sacha es un transfer íntegro de conceptos arraigados dentro
del alma, que pugnan por salir bajo un bellísimo espectro de extraños
efectismos de luz y sombras. Son ambientes asfixiantes, como nieblas emergentes
procedentes de la nada, flotantes como un barco fantasma a la deriva; esa falta
de nitidez intencionada en pos a una visión viscosa de los sueños, transforma
las obras de Sacha en una realidad opresiva
como una transfiguración kafkiana de pesadillas imposibles. Dentro de estos
micro universos residen los entes conceptuales de la vida y su dinámica social,
valores como la libertad y su carencia, la soledad impuesta, la despersonalización
del individuo, la macroestructura que lo devora y lo desecha, la decadencia, la
finitud, el vacío, los edificios que se derrumban como la vida interna en
caída, todo parece ser y desaparecer, como una náusea sin retorno que riega las
llanuras espesas de la realidad y se pierde por las alcantarillas. No hay
vuelta atrás, son mundos que hierven dentro del individuo como un líquido
incandescente que se desintegra ante la monstruosidad del sistema que lo traga
y lo defeca.
En contraposición, sus trabajos paisajísticos
son casi pinturas subliminales donde los elementos sutilmente compuestos
alcanzan la categoría de diseño niminalista, un contraste máximo si los
comparamos con el surrealismo agónico de sus obras más fantásticas. La
sencillez de sus formas, la pureza de sus texturas y ambientes, provocan reacciones
de ensueño, viajes a un mundo prácticamente mitológico, donde los guerreros y
las heroínas cabalgan junto a princesas y reyes. Son tierras altas, medias y las
cosmogonías de las criaturas élficas que custodian los secretos ancestrales.
Sin embargo su parte macro es
otro mundo, una huida de la pesadilla y del niminalismo existencialista para
ubicarse en la esencia de las cosas, la propia embriogénesis del mundo de lo
pequeño y escasamente visible, al ser humano. Se trata de una inmersión sublime,
hacia el mundo detallado de los animales que habitan ese cosmos natural que se
percibe toscamente a través de nuestra ajetreada visión humana. Son mundos
donde el proceso de la vida se transforma en poesía, en belleza armónica donde
los insectos, los batracios y otras especies aparentemente repulsivas, se
tornan como top models altamente
magnéticas.
No cabe duda de que Marcin Sacha no es un artista monolineal
como otros que abundan en el variopinto universo del arte. Sacha es hiperdimensión, un punto explosivo que se difunde como un big bang por la galaxia; es un artista
que nace y muere en diferentes cauces creando siempre lujuria mental y caos psíquico.
Es por ello que me gustan los autores que tienen la capacidad y la valentía de
explorar diferentes mundos, y sacarles la esencia matemática y sensible con
absoluta perfección y entrega. Es por ello que me gustan los autores que
tergiversan los cánones establecidos, que vomitan la porquería que late en las
mentes perversas de quienes intentan ofrecernos sociedades lineales, sin
registros, sin alternancias, sin cambios, sin motivaciones, esos gurús del
poder y del arte que generan realidades que degradan al individuo hacia escalas
inferiores y no le permiten ningún tipo de crecimiento personal. Es por ello
que me gustan las obras que expresan el dolor que late en el ser humano, a
quien se le ha vaciado el alma, dejándolo desnudo frente a los problemas y
despojado de sus valores, como el eterno carente que nada por el lodo de la
existencia.
Somos lo que somos, porque nunca
fuimos lo que quisimos ser, y eso destruye nuestras esperanzas. El arte es una
llave que nos permite conocer las verdades que yacen ocultas dentro de la vida,
que nos permite abrir los ojos cerrados por los designios de los estamentos
oficiales y avivar la mente para romper los
esquemas que nos aprisionan; las obras de Marcin
Sacha muestran ese camino para entrar en senderos con nuevos alimentos.
KarlFM