martes, julio 12, 2011

ANNE BACHELIER, EL EDÉN DE LOS SUEÑOS


En un mundo donde los cubos de la violencia se cristalizan como espadas lanzadas a velocidad luz, los cuarzos azucarados de la sensibilidad onírica son factibles desde el corazón de un artista. El mundo es duro, una realidad asfixiante, pero siempre hay quien hace posible la belleza y sus múltiples trascendencias.

Anne Bachelier nació en la localidad francesa de Louvigné du Désert, un 20 de febrero de 1949. Estudió el oficio de artista en l`Ecole des Beaux Arts, La Seyne-Sur-Mer. Luego aprendió en un taller de grabado (Valencia, 1974-1975). Su trayectoria expositora es enorme, ha expuesto en numerosas exposiciones internacionales en las que sus pinturas han sido definidas como el arte de la encantadora Scheherazade.

Bachelier es una tejedora de sueños, un hacedora de universos, sólo posibles en la masa esférica de la mente. Es una artista que plasma lo racional con lo sublime, el poema cromático con la técnica del perfeccionismo técnico, pura simbiosis entre las inteligencias plásticas que conforman el hacer humano.

Cuando ves las obras de Anne Bachelier, la cabeza zigzaguea como uno de esos juguetes antiguos que, tras darles cuerda, no paran de agitarse porque tienen vida propia, una dinámica Big Bang que se expande como un universo infinito de formas estilizadas y ambientaciones de ensueño; son imágenes de pura fantasía, quasars elevados al cubo, con exquisita maestría de pincel y croma hasta llegar a un perfeccionismo sin límites. Se trata de verdaderas obras de arte, de enciclopedias iconográficas comparables a los más grandes maestros del trazo, como Goya, Moreau, Magritte, por citar algunos. La magia que brota de su pincel gesta una plástica intocada por el tiempo que recuerda a las porcelanas humanas de Limoges con cierto flou veneciano.

Los seres de Bachelier se forman en base a una sutil arquitectura morfológica de extrema delgadez, con largas extremidades en punta y dermis blanquecina, cabelleras rojizas que ondulan sobre rostros encerados, desdibujados, enmascarados, de apariencia frágil y rompible; son imágenes en cuyo seno sobrevuelan pajarracos que picotean de un lugar a otro, depositando semillas que renacen en el interior de las cabezas como un génesis de ideas que fluyen en el devenir de los tiempos y se transforman en etéreas crisálidas; son retenciones alejadas del mundo real en cuyos espacios gravitan esferas, óvalos en suspenso, parejos a pequeños receptáculos donde se encierran sentimientos prohibidos.

En las pinturas de Bachelier, abundan los elementos deformes, transformables, que parecen desvanecerse en las nieblas de la tierra oscura; sus bellas damas, que seducen con su tierna y fría palidez y sus ropajes ingrávidos, acompañan los cortejos hacia destinos inalcanzables. Todo parece quieto, pero todo se mueve lentamente como una nube de polvo en la cabeza. Es una evolución in crescendo, un macro cuento de refinada sensibilidad y pose que narra las distintas historias de un cosmos imaginario, de absoluta delicadeza onírica, un mundo enmascarado como un gigantesco carnaval que nunca termina y en cuya metamorfosis se desnuda en cuerpo y alma. Son escenas etéreas, pasajes provenientes de lugares extraños, que llegan hasta nosotros como poemas entelados por la dinámica de los vientos y las tormentas.

KarlFm.-


 

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