En los comienzos, Ojo de Águila tenía el fuego en tierras lejanas del sur, más allá de los márgenes del gran curso de agua. En efecto, las gentes de la región no conocían el fuego real, aunque sí poseían una apariencia de fuego, en realidad inservible. No servía para calentar ni para guisar los alimentos, por lo que se mantenían a base de verduras y pescado crudos. Al Oeste, sí existía el fuego, pero tampoco servía para cocinar. En el Norte y en el Este vivían muchas personas, pero carecían asimismo de un fuego eficaz. Todos se preguntaban dónde se hallaba el fuego sin saber cómo podían descubrirlo. Una noche, todos los habitantes de la comunidad, mujeres y niños incluidos, fueron en busca del fuego, cubriendo un amplísimo territorio, pero a pesar de escudriñarlo todo no pudieron encontrar e1 fuego. A continuación se celebró un consejo de los jefes de la comunidad india, y al final determinaron que el mas valiente de entre ellos debía descender al Infierno, donde era seguro que había fuego, un "buen" fuego. Fue Ojo de Águila quien bajó por un hoyo oscuro que después se ensanchaba en forma de embudo invertido. Cuando llegó al infierno, donde vio centenares de espíritus malignos, que atizaban el fuego que llameaba por doquier, Ojo de Águila se puso al acecho, aguardando su oportunidad. De este modo transcurrieron varios días, al parecer, puesto que el tiempo no pasa igual en aquel reino malvado que en la Tierra, hasta que, durante una ceremonia infernal, que reunió a todos los malos espirirus del lugar, consiguió apoderarse de unas llamas que, ante su gran extrañeza, no le quemaban a pesar de su gran intensidad y del calor insoportable que despedían. Luego nunca supo de qué manera había salido del infierno y llegado a su tribu, portador del fuego. El hechicero de la comunidad reclamó las llamas, puesto que, según el, era necesario purificar aquel fuego procedente del infierno, donde reina todo el mal. Acto seguido, reunió a los ancianos y jefes de la comunidad y procedió a ejecutar, después de ataviarse debidamente para la ocasión, una danza ritual, cuya duración fue de tres días, al cabo de los cuales declaró que el fuego estaba ya purificado, por lo que podía ser utilizado para los usos cotidianos de toda la tribu. De esta manera, las tribus indias de America del Norte empezaron a disfrutar de los beneficios que el fuego proporciona a la Humanidad.
(c) R.R. Ayala, Mitos y leyendas de los indios americanos. Edicomunicación. Barcelona, 1998, pp. 90-91.
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