"Esta tormenta pasará. Sin embargo, las elecciones que haremos
nos cambiarán la vida en los
próximos años"
YUVAL NOAH HARARI, HISTORIADOR Y FILÓSOFO.
¿A QUÉ SE ENFRENTA LA HUMANIDAD TRAS LA PANDEMIA DE CORONAVIRUS?
¿A QUÉ SE ENFRENTA LA HUMANIDAD TRAS LA PANDEMIA DE CORONAVIRUS?
La humanidad se enfrenta a una
crisis mundial. Quizá la mayor
crisis de nuestra generación. Las decisiones que tomen los ciudadanos y los
gobiernos en las próximas semanas moldearán el mundo durante los próximos años.
No sólo moldearán los sistemas sanitarios, sino también la economía, la
política y la cultura. Debemos actuar con rapidez y resolución. Debemos tener
en cuenta, además, las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones. Al
elegir entre alternativas, hay que preguntarse no sólo cómo superar la amenaza
inmediata, sino también qué clase
de mundo queremos habitar una vez pasada la tormenta. Sí, la tormenta
pasará, la humanidad sobrevivirá, la mayoría de nosotros seguiremos vivos...
pero viviremos en un mundo diferente.
Muchas medidas a corto plazo
tomadas durante la emergencia se convertirán en parte integrante de la vida.
Tal es la naturaleza de las emergencias. Aceleran los procesos históricos.
Decisiones que en tiempos normales llevarían años de deliberación se aprueban
en cuestión de horas. Tecnologías
incipientes o incluso peligrosas se introducen a toda prisa, porque son
mayores los riesgos de no hacer nada. Países enteros hacen de cobayas en
experimentos sociales a gran escala. ¿Qué ocurre cuando todo el mundo trabaja
desde casa y se comunica sólo a distancia? ¿Qué ocurre cuando escuelas y
universidades dejan de ser presenciales? En tiempos normales, los gobiernos,
las empresas y las juntas educativas no aceptarían nunca llevar a cabo
semejantes experimentos. Pero no
son estos tiempos normales.
En este momento de crisis, nos
enfrentamos a dos elecciones particularmente importantes. La primera es entre vigilancia
totalitaria y empoderamiento ciudadano. La segunda es entre aislamiento
nacionalista y solidaridad mundial.
LA VIGILANCIA
“HIPODÉRMICA”
Con el fin de detener la
epidemia, toda la población debe seguir ciertas pautas. Hay dos formas
principales de lograrlo. Un método es que el gobierno vigile a la población y
castigue a quienes incumplan las reglas. Hoy, por primera vez en la historia
humana, la tecnología hace posible
vigilar a todo el mundo todo el tiempo. Hace cincuenta años, el KGB no
podía seguir a 240 millones de ciudadanos soviéticos las 24 horas del día, ni
aspirar a procesar de modo eficaz toda la información reunida. Debía recurrir a
agentes y analistas humanos y le resultaba sencillamente imposible colocar a un
agente tras cada persona. Sin embargo, ahora los gobiernos pueden recurrir a
ubicuos sensores y potentes algoritmos, por lo que no necesitan espías de carne
y hueso.
En su batalla contra la epidemia
del coronavirus, varios gobiernos han desplegado ya las nuevas herramientas de
vigilancia. El caso más notable es China. Escudriñando los teléfonos de
los ciudadanos, haciendo uso de cientos de millones de cámaras con
reconocimiento facial y obligando a las personas a controlar su temperatura y
situación médica e informar sobre ellas, las autoridades chinas no sólo son
capaces de determinar rápidamente quiénes son los posibles portadores del
coronavirus, sino también de seguir sus movimientos e identificar a
quienes entran en contacto con ellos. Toda una gama de aplicaciones para el
móvil advierten a los ciudadanos de la proximidad de personas infectadas.
Esa clase de tecnología no se
limita a Asia oriental. El primer ministro israelí Benjamín
Netanyahu autorizó recientemente el despliegue por parte del ‘Servicio de
Seguridad General’ de la tecnología de vigilancia normalmente reservada a la
lucha contra el terrorismo para seguir a pacientes con coronavirus. El
correspondiente subcomité parlamentario se negó a autorizar la medida,
pero Netanyahu la impuso con un “decreto de emergencia”.
HAY QUE ELEGIR
ENTRE VIGILANCIA TOTALITARIA Y EMPODERAMIENTO CIUDADANO; Y ENTRE AISLAMIENTO
NACIONALISTA Y SOLIDARIDAD MUNDIAL
Cabría argumentar que todo esto
no tiene nada de nuevo. En los últimos años, los gobiernos y las empresas han
recurrido a tecnologías cada vez más sofisticadas para rastrear, vigilar y manipular a las
personas. Sin embargo, si no tenemos cuidado, la epidemia podría marcar un
importante hito en la historia de la vigilancia. No sólo porque cabe la
posibilidad de que normalice el despliegue de los instrumentos de vigilancia
masiva en países que hasta ahora los habían rechazado, sino también porque
supone una drástica transición de
una vigilancia “epidérmica” a una vigilancia “hipodérmica”. Hasta la fecha, cuando tocábamos
la pantalla del móvil y clicábamos sobre un enlace, el gobierno quería saber
sobre qué clicaba exactamente nuestro dedo. Sin embargo, con el coronavirus, el
objeto de atención se desplaza. El gobierno quiere saber ahora la
temperatura del dedo y la presión sanguínea bajo la piel.
EL PUDIN DE
EMERGENCIA
Uno de los problemas a los que
nos enfrentamos a la hora de comprender en qué punto nos encontramos en
relación con la vigilancia es que ninguno
de nosotros sabe exactamente cómo somos vigilados ni que ocurrirá en los
próximos años. La tecnología de la vigilancia se desarrolla a una velocidad
de vértigo y lo que parecía ciencia ficción hace 10 años es hoy una noticia
desfasada. Hagamos un experimento mental. Imaginemos un hipotético gobierno que
exige a todos los ciudadanos que llevemos una pulsera biométrica para vigilar
la temperatura corporal y el ritmo cardíaco las 24 horas del día.
Los algoritmos estatales almacenan y analizan los datos resultantes.
De ese modo sabrán que estamos enfermos antes incluso de que lo sepamos
nosotros mismos, y también sabrán dónde hemos estado y con quién nos hemos
reunido. Sería posible reducir de modo drástico las cadenas de infección e
incluso frenarlas por completo. Presumiblemente semejante sistema sería capaz de
detener en seco la epidemia en un plazo de días. Maravilloso, ¿verdad?
El inconveniente, claro está, es
que legitimaría un nuevo y espantoso sistema de vigilancia. Si alguien sabe,
por ejemplo, que he clicado en un enlace de Fox News en lugar de
hacerlo en uno de la CNN, aprenderá algo acerca de mis opiniones políticas
y quizás incluso de mi personalidad. Ahora bien, si puede vigilar lo que me
sucede con la temperatura corporal, la presión sanguínea y el ritmo cardíaco
mientras veo las imágenes, puede aprender lo que me hace reír, lo que me hace
llorar y lo que realmente me enfurece.
Resulta crucial recordar que la
ira, la alegría, el aburrimiento y el amor son fenómenos biológicos como la
fiebre y la tos. La misma tecnología que identifica la tos podría también
identificar las risas. Si las empresas y los gobiernos empiezan a
recopilar datos biométricos en masa, pueden llegar a conocernos mucho
mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos, y entonces no sólo serán capaces
de predecir nuestros sentimientos sino también manipularlos y vendernos lo que
quieran, ya sea un producto o un político. Semejante vigilancia biométrica
haría que las tácticas de hackeo de datos de ‘Cambridge Analytica’ parecieran
de la Edad de Piedra. Imaginemos a Corea del Norte en 2030, cuando
todos los ciudadanos deban llevar una pulsera biométrica las 24 horas del día.
Si al escuchar un discurso del Gran Líder la pulsera capta señales de ira, ya
podemos despedirnos de todo.
Es posible, por supuesto,
defender la vigilancia biométrica como medida temporal adoptada durante un
estado de emergencia. Una medida que desaparecería una vez concluida la
emergencia. Sin embargo, las medidas temporales tienen la desagradable
costumbre de durar más que las emergencias; sobre todo, si hay siempre una
nueva emergencia acechando en el horizonte. Mi país natal, Israel, por
ejemplo, declaró durante su guerra de independencia de 1948 un estado
de emergencia con el que se justificaron una serie de medidas temporales, desde
la censura de prensa y la confiscación de tierras hasta unas normas especiales
para hacer pudin (no es broma). La guerra de independencia se ganó hace mucho
tiempo, pero Israel nunca ha suspendido el estado de emergencia y no ha logrado
abolir muchas de las medidas “temporales” de 1948 (clementemente, el decreto de
emergencia acerca del pudín se abolió en 2011).
Incluso cuando las infecciones
por coronavirus se reduzcan a cero, algunos gobiernos ávidos de datos podrían
argumentar que necesitan mantener los sistemas de vigilancia biométrica porque
temen una segunda oleada de la epidemia, o porque una nueva cepa de ébola se
está extiendo por el África central, o porque... ya ven por dónde va la
cosa. En los últimos años se está librando una gran batalla en torno a nuestra
intimidad. La crisis del coronavirus podría ser el punto de inflexión en ella.
Porque, cuando a la gente se le da a elegir entre la intimidad y la salud,
suele elegir la salud.
LA POLICÍA DEL JABÓN
En el hecho de pedir a la gente
que elija entre intimidad y salud reside, en realidad, la raíz misma del
problema. Porque se trata de una falsa elección. Podemos y debemos disfrutar
tanto de la intimidad como de la salud. Es posible proteger nuestra salud y
detener la epidemia de coronavirus sin tener que instituir regímenes de
vigilancia totalitarios, sino más bien empoderando a los ciudadanos. En las
últimas semanas, algunos de los esfuerzos que más éxito han tenido a la hora de
contener la epidemia han sido los organizados por Corea del
Sur, Taiwán y Singapur. Aunque esos países hicieron uso de las
aplicaciones de seguimiento, han confiado mucho más en las pruebas exhaustivas,
la información veraz y la cooperación voluntaria de una población bien
informada.
La vigilancia centralizada y los
castigos severos no son la única forma de hacer cumplir unas pautas
beneficiosas. Cuando se comunica hechos científicos a la población y ésta
confía en que las autoridades públicas les transmitirán esos hechos, los
ciudadanos pueden hacer lo correcto sin necesidad de la vigilancia de un Gran
Hermano. Una población automotivada y bien informada suele ser mucho más
poderosa y eficaz que una población controlada e ignorante.
Consideremos, por ejemplo, el
hecho de lavarnos las manos con jabón. Ha sido uno de los mayores avances de
la historia de la higiene humana. Ese sencillo acto salva millones de
vidas todos los años. Aunque es algo que damos por hecho, no fue hasta el siglo
XIX cuando los científicos descubrieron la importancia de lavarse las manos con
jabón. Antes, incluso médicos y enfermeras pasaban de una operación
quirúrgica a otra sin lavarse las manos. Hoy miles de millones de personas
lo hacen diariamente, no porque tengan miedo de la policía del jabón, sino
porque entienden los hechos. Me lavo las manos con jabón porque sé cosas acerca
de los virus y las bacterias, entiendo que esos pequeños organismos causan
enfermedades y sé que el jabón puede acabar con ellos.
Sin embargo, para lograr tal
nivel de conformidad y cooperación, se precisa confianza. La gente tiene que
confiar en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de comunicación.
En los últimos años, los políticos irresponsables han socavado de forma
deliberada la confianza en la ciencia, las autoridades públicas y los
medios de comunicación. Ahora esos mismos políticos irresponsables podrían
verse tentados de tomar la senda del autoritarismo, argumentando que no cabe
confiar en que la población haga lo correcto.
SI GOBIERNOS Y
EMPRESAS REÚNEN DATOS BIOMÉTRICOS EN MASA, SABRÁN MÁS DE NOSOTROS QUE NOSOTROS
MISMOS
Por lo general, una confianza que
se ha erosionado durante años no puede reconstruirse de la noche a la mañana.
Sin embargo, no son estos tiempos normales. En un momento de crisis, las mentes también pueden cambiar con
rapidez. Podemos mantener amargas discusiones con nuestros hermanos durante
años, pero cuando ocurre alguna emergencia descubrimos de repente una reserva
oculta de confianza y amistad, y corremos a ayudarnos mutuamente. En lugar de
construir un régimen de vigilancia, no es demasiado tarde para reconstruir la
confianza de la gente en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de
comunicación. No cabe duda de que debemos
hacer uso también de las nuevas tecnologías, pero esas tecnologías
deberían empoderar a los ciudadanos. Estoy a favor de controlar mi temperatura
corporal y mi presión sanguínea, pero esos datos no deberían utilizarse para
crear un gobierno todopoderoso. Esos datos deberían hacer que yo pueda tomar
decisiones personales más informadas, y también que el gobierno responda de sus
decisiones.
Si pudiera hacer un seguimiento
de mi propia situación médica las 24 horas del día, no sólo sabría si me
he convertido en un peligro para la salud de otras personas, sino también qué
costumbres contribuyen a mi propia salud. Y si pudiera acceder a estadísticas
fiables sobre la propagación del coronavirus y analizarlas, me encontraría en
capacidad de juzgar si el gobierno me está diciendo la verdad y si está
adoptando las políticas adecuadas para combatir la epidemia. Siempre que
se hable de vigilancia, debemos recordar que la misma tecnología de vigilancia
no sólo puede utilizarse por los gobiernos para vigilar a los individuos, sino
también por los individuos para vigilar a los gobiernos.
Por lo tanto, la epidemia de
coronavirus constituye un importante test de ciudadanía. En días
venideros, la elección de todos debería ser confiar en los datos científicos y
los expertos en salud, en lugar de hacerlo en teorías conspirativas sin
fundamento alguno y en políticos interesados. Si no tomamos la decisión
correcta, quizá nos encontremos renunciando a nuestras más preciadas
libertades, convencidos de que ésa es la única manera de salvaguardar nuestra
salud.
NECESITAMOS UN PLAN MUNDIAL
La segunda elección importante a
la que debemos enfrentamos es entre el aislamiento nacionalista y la
solidaridad mundial. Tanto la propia epidemia como la crisis económica resultante
son problemas mundiales. Sólo pueden resolverse eficazmente mediante la
cooperación mundial.
En primer lugar, para derrotar el
virus necesitamos ante todo compartir globalmente la información. Es la gran
ventaja de los seres humanos sobre los virus. Un coronavirus en China y un
coronavirus en Estados Unidos no pueden intercambiar consejos sobre
cómo infectar a los humanos. Sin embargo, China puede enseñar a
Estados Unidos muchas lecciones valiosas sobre los coronavirus y cómo
tratarlos. Lo que un médico italiano descubre en Milán a primera hora
de la mañana puede salvar vidas en Teherán por la tarde. Cuando el
gobierno del Reino Unido duda entre diversas políticas, puede obtener
consejo de los coreanos que ya se enfrentaron a un dilema similar hace un mes.
Ahora bien, para que eso suceda, necesitamos
un espíritu de cooperación y confianza mundial.
Los países deben estar dispuestos a compartir información de forma abierta y buscar humildemente asesoramiento, y ser capaces de confiar en los datos y las ideas que reciben. También necesitamos un esfuerzo mundial para producir y distribuir equipos médicos; sobre todo, kits de pruebas y respiradores. En lugar de que cada país trate de actuar localmente y acumule todos los equipos que pueda acaparar, el esfuerzo mundial coordinado acelerarían enormemente la producción de equipos susceptibles de salvar vidas y aseguraría una distribución más justa. Así como los países nacionalizan sectores clave durante una guerra, la guerra humana contra el coronavirus nos exige que “humanicemos” las cadenas de producción cruciales. Un país rico con pocos casos de infectados debería estar dispuesto a enviar los preciados equipos a un país más pobre con muchos casos, convencido de que, si más tarde necesita ayuda, otros países se la brindarán.
Los países deben estar dispuestos a compartir información de forma abierta y buscar humildemente asesoramiento, y ser capaces de confiar en los datos y las ideas que reciben. También necesitamos un esfuerzo mundial para producir y distribuir equipos médicos; sobre todo, kits de pruebas y respiradores. En lugar de que cada país trate de actuar localmente y acumule todos los equipos que pueda acaparar, el esfuerzo mundial coordinado acelerarían enormemente la producción de equipos susceptibles de salvar vidas y aseguraría una distribución más justa. Así como los países nacionalizan sectores clave durante una guerra, la guerra humana contra el coronavirus nos exige que “humanicemos” las cadenas de producción cruciales. Un país rico con pocos casos de infectados debería estar dispuesto a enviar los preciados equipos a un país más pobre con muchos casos, convencido de que, si más tarde necesita ayuda, otros países se la brindarán.
LOS PAÍSES DEBEN
ESTAR DISPUESTOS A COMPARTIR INFORMACIÓN DE FORMA ABIERTA
Consideremos un esfuerzo mundial
similar para reunir personal médico. Los países hoy menos afectados
podrían enviar personal médico a las regiones más afectadas del mundo, tanto
para ayudarlos en sus momentos de necesidad como para adquirir una valiosa
experiencia. Si más adelante el foco de la epidemia se desplaza, la ayuda
podría empezar a fluir en la dirección opuesta. La cooperación mundial es
esencial también en el frente económico. Dada la naturaleza global de la
economía y las cadenas de suministro, si cada gobierno obra por su cuenta
haciendo caso omiso de los demás, el resultado será el caos y el agravamiento
de la crisis. Necesitamos un plan
de acción mundial, y lo necesitamos sin tardanza
UNA PARÁLISIS
COLECTIVA SE HA APODERADO DE LA COMUNIDAD INTERNACIONAL. NO PARECE
QUE HAYA ADULTOS EN LA SALA
Otro requisito es alcanzar un
acuerdo mundial sobre los viajes. La suspensión de todos los
viajes internacionales durante meses causará tremendas dificultades y
obstaculizará la guerra contra el coronavirus. Los países deben cooperar
para permitir que al menos un pequeño grupo de viajeros esenciales
sigan cruzando las fronteras: científicos, médicos, periodistas, políticos,
empresarios. Se puede conseguir mediante un acuerdo mundial sobre preselección
de viajeros en el país de origen. Si sólo se permite subir a un avión a
viajeros cuidadosamente seleccionados, se estará más dispuesto a aceptarlos en
el país de destino.
Por desgracia, los países apenas
toman hoy alguna de esas medidas. Una parálisis colectiva se ha
apoderado de la comunidad internacional. No parece que haya adultos en la
sala. La celebración de una reunión de emergencia de los dirigentes mundiales
para trazar a un plan de acción común habría sido deseable hace ya muchas
semanas. Sólo a mediados de marzo lograron los dirigentes del G-7 organizar una
videoconferencia, sin que por otra parte saliera de ella ningún plan en ese
sentido.
En anteriores crisis mundiales
(como la crisis económica de 2008 y la epidemia del ébola de 2014), Estados
Unidos asumió el papel de líder mundial. Sin embargo, el actual gobierno
estadounidense ha renunciado a la labor de liderazgo. Ha dejado bien claro que
la grandeza de Estados Unidos le importa mucho más que el futuro de
la humanidad.
Esa administración ha abandonado
incluso a sus aliados más estrechos. Cuando prohibió todos los viajes
procedentes de la Unión Europea, ni siquiera se molestó en notificarla con
antelación, y mucho menos en llevar a cabo una consulta sobre una medida tan
drástica. Ha escandalizado a Alemania ofreciendo supuestamente mil
millones de dólares a una empresa farmacéutica de ese país para comprar los
derechos monopólicos de una nueva vacuna contra la covid-19. Incluso si el
actual gobierno estadounidense cambiara finalmente de rumbo y presentara un
plan de acción mundial, pocos seguirían a un dirigente que nunca asume ninguna
responsabilidad, nunca admite ningún error y que acostumbra a atribuirse
siempre todos los méritos y achacar toda la culpa a los demás.
TODA CRISIS ES UNA
OPORTUNIDAD: ESPEREMOS QUE LA ACTUAL EPIDEMIA CONTRIBUYA A QUE LA HUMANIDAD SE
DÉ CUENTA DEL PELIGRO QUE SUPONE LA DESUNIÓN
Si el vacío dejado por Estados
Unidos no es ocupado por otros países, no sólo será mucho más difícil detener
la actual epidemia, sino que su legado seguirá envenenando las relaciones
internacionales en los próximos años. Sin embargo, toda crisis es también una oportunidad. Esperemos que la actual
epidemia contribuya a que la humanidad se dé cuenta del grave peligro que
supone la desunión mundial.
Debemos tomar una decisión.
¿Viajaremos por la senda de la desunión o tomaremos el camino de la solidaridad
mundial? Elegir la desunión no sólo
prolongará la crisis, sino que probablemente dará lugar a catástrofes aún
peores en el futuro. Elegir la solidaridad mundial no sólo será una
victoria contra el coronavirus, sino también contra todas las futuras crisis y
epidemias que puedan asolar a la humanidad en el siglo XXI.
YUVAL NOAH HARARI