La unificación técnico-económica
del mundo que trajo el capitalismo agresivo en los años noventa ha generado una
enorme paradoja que la emergencia del coronavirus ha hecho ahora visible para todos: esta
interdependencia entre los países, en lugar de favorecer un real progreso en la conciencia y
en la comprensión de los pueblos, ha desatado formas de egoísmo y de
ultranacionalismo. El virus ha desenmascarado una profunda ausencia de la conciencia
planetaria de la humanidad.
Edgar Morin está considerado uno de los filósofos y sociólogos contemporáneos más brillantes; a
sus 98 años (el 8 de julio cumplirá 99). Este erudito francés lee, escribe,
escucha música y mantiene contacto con amigos y parientes. Sus ganas de vivir
demuestran con fuerza el drama de un azote que está aniquilando a miles de
ancianos y de enfermos con patologías previas. Sé
bien que podría ser la víctima por excelencia del coronavirus. A mi edad, sin
embargo, la muerte está siempre al acecho. Por lo tanto es mejor pensar en la
vida y reflexionar sobre lo que pasa.
LA ENTREVISTA
Pregunta (P). La mundialización de la que habla ha creado
un gran mercado global que, a través de la tecnología más avanzada, ha reducido
considerablemente las distancias entre continentes. Pero esta reducción de las
distancias no ha favorecido un diálogo entre los pueblos. Al contrario, ha
fomentado el relanzamiento del cierre identitario en sí mismo, alimentando un
peligroso soberanismo.
Respuesta (R). Vivimos en un gran mercado planetario que no ha sabido
suscitar sentimientos de fraternidad entre los países. Ha creado, de hecho, un
miedo generalizado al futuro. Y la pandemia del coronavirus ha iluminado esta
contradicción haciéndola aún más evidente. Me hace pensar en la gran crisis
económica de los años treinta, en la que varios países europeos, Alemania e
Italia sobre todo, abrazaron el ultranacionalismo. Y, pese a que falte la
voluntad hegemónica de los nazis, hoy me parece indiscutible este cierre en sí
mismos. El desarrollo
económico-capitalístico, ha desatado los grandes problemas que afectan nuestro
planeta: el deterioro de la biosfera, la crisis general de la democracia, el
aumento de las desigualdades y de las injusticias, la proliferación de los
armamentos, los nuevos autoritarismos demagógicos (con Estados Unidos y Brasil
a la cabeza). Por eso, hoy es necesario favorecer la construcción de una
conciencia planetaria bajo su base humanitaria: incentivar la cooperación entre
los países con el objetivo principal de hacer crecer los sentimientos de solidaridad y fraternidad entre los pueblos.
P. Intentemos analizar esta contradicción en una escala reducida,
tomando en consideración el microcosmos de las relaciones personales. La
incursión del virus ha puesto en crisis la ideología de fondo que ha dominado
las campañas electorales en estos últimos años: eslóganes como “America First”,
“La France d’abord”, “Prima gli italiani”, “Brasil acima du tudo” han
ofrecido una imagen insular de la humanidad, en la que cada individuo parecer
ser una isla separada de las otras (utilizando la bonita metáfora de una
meditación de John Donne). En cambio, la pandemia ha mostrado que la humanidad
es un único continente y que los seres humanos están ligados profundamente los
unos a los otros. Nunca como en este momento de aislamiento (lejos de los
afectos, de los amigos, de la vida comunitaria) estamos tomando conciencia de
la necesidad del otro. “Yo me quedo en casa” significa no solo protegernos a
nosotros mismos sino también a los otros individuos con los que formamos
nuestra comunidad.
R. Así
es. La emergencia del virus y las
medidas que nos obligan a quedarnos en casa han terminado por estimular nuestro
sentimiento de fraternidad (…) Pero está también la otra cara de la moneda.
La experiencia nos enseña que todas las
graves crisis pueden incrementar fenómenos de cierre y de angustia: la caza
al infractor o la de necesidad un chivo expiatorio, los actos vengativos, incívicos
o de discriminación, a menudo identificado con el extranjero o el migrante. Las crisis pueden favorecer la imaginación
creativa (como ocurrió con el New Deal) o provocar regresiones.
P. ¿Alude también a la Europa que frente a la emergencia sanitaria
ha revelado, una vez más, su incapacidad de programar estrategias comunes y
solidarias?
R. Por
supuesto. La pseudo Europa de los banqueros y de los tecnócratas ha masacrado
en estas décadas los auténticos ideales europeos, cancelando cada impulso hacia
la construcción de una conciencia unitaria. Cada país está gestionando la pandemia de manera independiente, sin una
verdadera coordinación. Esperemos que de esta crisis pueda resurgir un
espíritu comunitario capaz de superar los errores del pasado: desde la gestión
de la emergencia de los migrantes hasta el predominio de las razones
financieras sobre las humanas, desde la ausencia de una política internacional
europea a la incapacidad de legislar en la materia fiscal.
P. ¿Cuál ha sido su reacción frente al primer discurso de Boris
Johnson, al despiadado cinismo con el que ha invitado a los ciudadanos
británicos a prepararse a los miles de muertos que el coronavirus provocaría y
a aceptar los principios del darwinismo social (la supresión de los más
débiles)?
R. Un
ejemplo claro de cómo la razón económica es más importante y más fuerte que la
humanitaria: la ganancia vale mucho más
que las ingentes pérdidas de seres humanos que la epidemia puede infligir.
Al fin y al cabo, el sacrificio de los más frágiles (de las personas ancianas y
de los enfermos) es funcional a una lógica de la selección natural. Como ocurre
en el mundo del mercado, el que no aguanta la competencia es destinado a
sucumbir. Crear una sociedad
auténticamente humana significa oponerse a toda costa a este darwinismo social.
P. El presidente Macron ha utilizado la metáfora de la guerra para
hablar de la pandemia. ¿Cuáles son las afinidades y las diferencias entre un
verdadero conflicto armado y lo que estamos viviendo?
R. Yo,
que he vivido la guerra, conozco bien los mecanismos. Primero, me parece
evidente una diversidad: en guerra, las medidas de confinamiento y toque de
queda son impuestas por el enemigo; ahora en cambio es el Estado el que lo
impone contra el enemigo. La segunda reflexión tiene que ver con la naturaleza
del adversario: en una guerra es visible, ahora es invisible (…) Si este
periodo de confinamiento durase el tiempo suficiente puede provocar
restricciones que podrían recordar al racionamiento de la comida y los
comercios ocultos del mercado negro. Pienso, y espero, que no. De todos modos, no creo que utilizar la metáfora de la
guerra pueda ser más útil para comprender esta resistencia a la epidemia.
P. A propósito de la solidaridad humana: ¿no le parece que los
científicos en este momento están promocionando una colaboración internacional
para buscar la derrota del virus? ¿La llegada de médicos chinos y cubanos en el
norte de Italia no es una señal de esperanza?
R. Esto
es indiscutiblemente positivo. La red
planetaria de investigadores testifica un esfuerzo hacia un bien común
universal que cruza las fronteras nacionales, los idiomas, el color de la piel.
Pero no se deben infravalorar los fenómenos de cohesión nacional (…) alrededor
de los operadores sanitarios que trabajan en los hospitales. Muchos, sin
embargo, son dejados fuera de estas nuevas formas de agregación solidaria:
personas solas, ancianos y familias pobres no conectadas a la Red, sin contar a
los que viven en la calle porque no tienen una casa. Si este régimen durara por
un periodo largo, ¿cómo seguiríamos cultivando las relaciones humanas y cómo
conseguiríamos tolerar las privaciones?
P. Me gustaría que abordáramos otra vez el tema de la ciencia.
Después del desastre de la Segunda Guerra Mundial, las primeras relaciones
entre Israel y Alemania se produjeron a través de los científicos. El año
pasado, mientras visitaba el Cern de Ginebra con Fabiola Gianotti, vi alrededor
de una mesa investigadores que procedían de países en conflicto entre ellos.
¿No piensa que la investigación científica de base, la que no espera ganar
nada, pueda contribuir a promocionar en esta emergencia de la pandemia un
espíritu de fraternidad universal?
R. Claro
que sí. La ciencia puede desempeñar un
papel importante, pero no decisivo. Puede activar un diálogo entre los
trabajadores de diferentes países que en este momento trabajan para crear una
vacuna y producir fármacos eficaces. Pero no
se debe olvidar que la ciencia es siempre ambivalente. En el pasado, muchos
investigadores han trabajado al servicio del poder y de la guerra. Dicho
esto, yo confío mucho en esos científicos creativos y llenos de imaginación que
ciertamente sabrán promocionar y
defender una investigación científica y sólida y al servicio de la humanidad.
P. Entra las emergencias que la epidemia ha evidenciado está sobre
todo la sanitaria. En algunos países europeos, los Gobiernos han debilitado
progresivamente los hospitales con sustanciales recortes de recursos. La
escasez de médicos, enfermeros, camas y equipamientos han mostrado una sanidad
pública enferma.
R. No hay duda de que la sanidad tenga que ser
pública y universal. En Europa, en las
últimas décadas, hemos sido víctimas de las directivas neoliberales que han
insistido en una reducción de los servicios públicos en general. Programar la gestión de los hospitales como
si fueran empresas significa concebir los pacientes como mercancía incluida en
un ciclo productivo. Esto es otro ejemplo de cómo una visión puramente
financiera pueda producir desastres bajo el punto de vista humano y sanitario.
P. La sanidad y la educación constituyen los dos pilares de la
dignidad humana (el derecho a la vida y el derecho al conocimiento) y las bases
del desarrollo económico de un país. El sistema educativo también ha sufrido
recortes terribles en estas décadas.
R. La sanidad y la educación (…) no pueden ser
gestionados por una lógica empresarial.
Los hospitales, las escuelas y las universidades no pueden generar ganancia económica (no deberían vender productos
a los clientes que los compran), pero deben pensar en el bienestar de los ciudadanos
y en formar (…) Se debe reencontrar el
espíritu del servicio público que en estas décadas ha sido fuertemente reducido.
P. Ahora, con las escuelas y las universidades cerradas, se hace
necesario recurrir a la enseñanza a distancia para mantener vivas las
relaciones entre profesores y estudiantes.
R. Gracias a la tecnología se puede conseguir
no romper el hilo de la comunicación.
También la televisión en Francia se está organizando para ofrecer programas a
los estudiantes de los institutos. Pero la cuestión, como bien sabe, es de
fondo: en diferentes libros míos he puesto en evidencia los límites de nuestro
sistema de enseñanza. Pienso que no se adaptó a la complejidad que vivimos desde
el punto de vista personal, económico y social. Tenemos una conciencia dividida
en compartimentos estancos, incapaz de ofrecer perspectivas unitarias y que también
son inadecuadas para enfrentar de manera concreta los problemas del presente.
Nuestros estudiantes no aprenden a medirse con los grandes desafíos
existenciales, tampoco con la complejidad y la incertidumbre de una realidad en
constante mutación. Me parece importante prepararse
para entender las interconexiones: cómo una crisis sanitaria puede provocar una
crisis económica que, a su vez, produce una crisis social y, por último,
existencial.
P. Algunos decanos y algunos profesores han considerado la
experiencia de la pandemia como una ocasión para relanzar la enseñanza
telemática. Pienso que es necesario recordar que ninguna plataforma digital
puede cambiar la vida de un alumno. ¿Así no se corre el riesgo de denigrar la
importancia esencial de las clases en las aulas y del encuentro humano entre
profesor y estudiante?
R. Se
debe distinguir la excepcionalidad impuesta por el virus de las condiciones
normales. Ahora no tenemos elección. Pero conservar el contacto humano,
directo, entre profesores y alumnos es fundamental. Solo un profesor que enseña con pasión puede influir realmente en la
vida de sus estudiantes. El papel de
la enseñanza es sobre todo el de problematizar, a través de un método basado en
preguntas y respuestas capaz de estimular el espíritu crítico y autocrítico
de los alumnos. Desde la infancia, los estudiantes tienen que dejar rienda
suelta a su curiosidad, cultivando la reflexión crítica. Enseñar es una misión,
como la que están cumpliendo ahora los médicos: se trata, en cualquier caso, de
ocuparse de vidas humanas, de personas, de futuros ciudadanos.
P. El virus ha conseguido hacer explotar también los límites de la
rapidez. El confinamiento en nuestras casas nos ha ayudado a redescubrir la
importancia de la lentitud para reflexionar, para entender, para cultivar los
afectos.
R. La epidemia, con las restricciones que ha
generado, nos ha obligado a realizar una saludable desaceleración (…) Bergson había entendido bien la diferencia entre el
tiempo vivido (el interior) y el tiempo cronometrado (el exterior).
Reconquistar el tiempo interior es un desafío político, pero también ético y
existencial.
P. Precisamente ahora nos damos cuenta de que leer libros,
escuchar música, admirar obras de arte es la manera mejor de cultivar nuestra
humanidad.
R. Sin
duda. El confinamiento está haciendo que
nos demos cuenta de la importancia de la cultura. Una ocasión (…) para comprender los límites del consumismo
y de la carrera sin pausa hacia el dinero y el poder. Habremos aprendido algo en estos tiempos de pandemia si sabemos
redescubrir y cultivar los auténticos valores de la vida: el amor, la amistad,
la fraternidad, la solidaridad. Valores esenciales que conocemos desde siempre
y que desde siempre, desafortunadamente, terminamos por olvidar.
Entrevista a Edgar Morin publicada en diario español El País
12 abril 2020
Fuente original: Nunnio Ordine (©
Corriere della Sera)