Cuando Gran
Bretaña gobernaba Hong Kong, Kowloon, más conocida como la ciudad de la oscuridad, era un enclave chino en medio de la
gran metrópolis asiática que se había convertido en un pequeño universo sin ley para refugiados políticos,
mafias, corrupciones de toda índole y criminales de cualquier calaña. Con el paso del tiempo Kowloon se transformó en una gigantesca mole de 300 altísimos edificios que daban cobijo a
más de 50 mil almas humanas. Sin lugar a dudas se trataba del lugar con mayor densidad poblacional de la
historia. La luz solar apenas llegaba a sus calles que debían iluminarse en base a tubos fluorescentes. Tras los muros, funcionaban clínicas clandestinas,
prostitución de todas las edades, cabarets porno, trapicheos de cualquier mena y fumaderos de opio. Un atrevido periodista penetró en la oscura
ciudad de piedra y sobrevivió para contarlo. He aquí parte elegida de su testimonio.
Todo lo sólido se disuelve en el
aire. Ni las superpobladas ciudades ni los regímenes políticos que conocemos
permanecen por siempre …Por entonces, en 1989, Hong Kong aún era administrada por el mohoso imperio
británico; China todavía podía llamarse comunista, sistema que recién comenzaba
a descongelarse. En Hong Kong conserje del hotel nos hizo una única
recomendación: “No vayan a Kowloon, la
ciudad de la oscuridad”, pero nosotros nos reímos ...
Kowloon había nacido mil años atrás como una fortaleza militar y así hubiera seguido siendo a no ser por el error que cometió la diplomacia británica, quien apurada, presionó a China para que suscribiera a un acuerdo que garantizara el control de Hong Kong por 99 años y olvidó mencionar a la inexpugnable fortaleza de Kowloon. El desliz significó una victoria para China: ese fuerte amurallado con 700 habitantes pasó a convertirse en un enclave dentro del territorio británico. Dicho de forma más cruda: Kowloon fue un grano amarrillo en el blanco trasero británico.
Kowloon es una mole de cemento compuesta por unos 300 horribles edificios grisáceos. Las paredes del fuerte original habían sido derribadas y como resultado quedó una ciudadela rodeada por el invisible muro de la marginalidad. Sus habitantes habían aumentado hasta juntar 50 mil almas y transformar a ese mamotreto de dos hectáreas y media de largo –equivalentes a dos campos de fútbol– en el sitio con más alta densidad poblacional de la historia de la humanidad.
Miles de personas nacían, vivían y morían sin jamás salir de ahí y otros tantos
habían llegado escapando de persecuciones políticas o delitos. Adentro no regían
las leyes de la reina de Inglaterra ni las del Partido Comunista Chino sino un
código elaborado por los mismos vecinos. Reinaba una “armoniosa anarquía” que a veces se chamuscaba con las disputas del
Sindicato del Crimen contra otras organizaciones mafiosas. La única norma
inglesa que se dignaron a acatar fue “no
construir edificios de más de 14 pisos” para evitar problemas con los
aviones del aeropuerto cercano.
En la puerta de la ciudadela, unos rudos guardias nos detuvieron y temimos que la aventura llegara a su fin, aunque nos dejaron pasar por estar acompañados de Chuang, nuestro guía turístico. “Aquí no hay policía y los vecinos deben cuidar”, explicó antes de dar inicio a una caminata por una angosta callejuela cubierta de un aire rancio, caliente y húmedo. Por la gran cantidad de cables, sábanas y balcones que teníamos sobre las cabezas, la luz natural no llegaba al piso y esos tenebrosos laberintos estaban obligados a ser iluminados con tubos fluorescentes. Los únicos que podían disfrutar del sol eran los potentados que vivían en los últimos pisos y contaban con azoteas.
En el camino escuchamos risas y descubrimos que eran unas niñas de 15 años que
se dirigían a la ciudad. “Allí son
prostitutas. Las encontrarán en Miao y Shanghai Street”, comentó Chuang
antes de advertirnos que, presionadas por sus propios padres, debían trabajar
cerca de los hoteles más lujosos para atender a extranjeros, magnates y
empresarios. Su tarifa era 5 míseros dólares de Hong Kong. Al rato, nos
cruzamos con unas ancianas que salían de una puerta escondida en el fondo de un
callejón. “Algunas de ellas, en sus
mejores años, supieron dedicarse a ese mismo oficio hasta que su físico las
obligó a cambiar de carrera”, pensé. Lo que no sabía era que, de todas
formas, seguían trabajando para satisfacer a los visitantes extranjeros: ahora
lo hacían como costureras y en cuestión de horas zurcían trajes de lujo
provistos de costosas telas a precios inverosímiles. “En Hong Kong hay muchas normas laborales, antipolución y de seguridad.
Como allá es difícil producir, vienen acá”, aclaró nuestro lazarillo. Más
tarde supimos que los talleres textiles no eran los únicos que funcionaban sin
autorización legal: también los dentistas y médicos que carecían del título
habilitante para atender pacientes en Hong Kong terminaban instalando sus
consultorios en este submundo. “Muchos
son buenos y baratos. Pero otros unos sanguinarios”, contó Chuang mientras
nos mostraba un mugroso hospital.
Nos sumergimos en los círculos más profundos de este infierno oriental. Chuang
nos reveló los cañones de bronce del antiguo fuerte, las escuelas atiborradas
de niños, varios bares llenos de personajes prostibularios que bien podrían
aparecer en un videojuego de karate o al lado de Jackie Chan, quien filmó una película
allí. Seguimos internándonos por las estrías hasta arribar al templo de Tin
Hau, situado en el centro de la ciudad. Los edificios de su alrededor habían
crecido tanto que tuvieron que protegerlo con una red para impedir que cayera
basura sobre ese sitio sagrado. Antes de finalizar la excursión, pasamos por un
fumadero de opio. Si bien no había chinos de barbas largas como los han
estereotipado las series de TV, esos pequeños habitáculos estaban repletos de
personas atrapadas en sus propios mundos de ensueño …
Cuando Inglaterra estaba por devolver Hong Kong, China cambió de política y autorizó la erradicación de aquella ratonera gigante. Los pobladores fueron expulsados con una mínima indemnización, los 300 edificios se demolieron y en su lugar se construyó este primoroso parque en el centro de la ciudad. Si uno lo recorre con atención, encontrará a algún melancólico transeúnte que camina con lágrimas en los ojos. Son muchos los que extrañan a Kowloon.
Texto de Manuel Rizzi
Literalmente en chino Kowloon significa
la ciudad nueve dragones aunque en realidad fue un terrible distrito ubicado en
la ciudad hiperpoblada de Hong Kong, República Popular de China. Tras la rendición de Japón, el recinto
ya sin murallas se convirtió en un reducto donde se agruparon los habitantes ilegales
por la intensa actividad comercial ilegal de tráfico de opio, alcohol y prostitución
-en gran parte sostenida por la demanda de los colonos. La mafia controlaba la actividad
delictiva en Kowloon durante décadas sin oposición hasta que la policía de Hong
Kong hizo una limpieza de delincuentes a base de violentas redadas en las que
más de 3.000 policías realizaron incursiones al interior de Kowloon a comienzos
de los años 70.
Pese a que ha sido descrita como
el infierno de las actividades ilegales, lo cierto es que Kowloon era un lugar
en el que la población se organizó sin policía, sin autoridad, sin ley escrita.
La mayor parte de la población no estaba envuelta en lo delictivo y pasaba los
días pacíficamente entre sus muros y sobre sus azoteas. El número de habitantes
se multiplicaba día a día, situándose al final de la década en los 30.000
habitantes.
La ciudad crecía día a día sin
control. Nuevos edificios se erigían encima de las azoteas de los antiguos. Sin
arquitectos, sin ingenieros, simplemente apoyándose en el edificio colindante.
Las calles se estrechaban a medida que la ciudad crecía. Era imposible
encontrar entre el laberinto de corredores oscuros una calle que midiera poco
más de un metro de ancho. Su apelativo, ciudad
de la oscuridad, proviene del hecho de que la luz natural constituía un
auténtico privilegio del que gozaban tan sólo los habitantes de las fachadas y
de la azotea. La iluminación era a base de tubo fluorescente.
Las únicas dos normas de
construcción eran: uno, que la instalación eléctrica estuviera descubierta para
poder abordarla en caso de incendio y, dos, no sobrepasar las catorce alturas,
dado que los aviones que despegaban del aeropuerto cercano pasaban sobre las
azoteas en vuelo rasante. Ocho puntos de agua proveían de agua la totalidad de
la población, cortesía de las autoridades de Hong Kong.
A comienzo de los 80, la
población se estimaba en más de 35.000 habitantes. La ciudad sin ley era
conocida por sus excesos, sus fumaderos de opio, sus traficantes de cocaína,
sus casinos, los puestos de comida en los que se servía carne de perro y las fábricas
secretas de falsificaciones diversas. Curiosamente, Kowloon era famosa también
por la cantidad de dentistas que allí desarrollan su actividad, de forma
inimaginablemente antihigiénica, debido ello a que allí podían ejercer sin
titulación alguna y sus precios eran asequibles para la fuerte demanda de Hong
Kong.
Con el paso del tiempo tanto las
autoridades británicas como las chinas llegaron al consenso de calificar como
realmente intolerable la situación en el recinto debido a los alarmantes
índices de delito y a que las condiciones de vida, en concreto las sanitarias
distaban años luz de la vida de Hong Kong que lo rodea. En 1984 ambas partes
decidieron por fin acabar con el problema y en 1987 se firmó el acuerdo de su demolición. En 1991 comienza el desalojo de
la antigua ciudad amurallada, que no concluiría hasta 1993 no sin la oposición
de habitantes y comerciantes que consideraban insignificantes las
indemnizaciones y ayudas que recibieron (2.700 millones de HK$).
Kowloon había alcanzado una
población superior a los 50.000 habitantes, malviviendo en sus escasos
0,026km², ostentando el triste récord de tener la mayor densidad de población
del planeta y de la historia con 1.900.000 habitantes por km². En 1993 antes de su completa
demolición y desescombro fue el lugar elegido para rodar películas de artes
marciales protagonizadas por Jackie Chan como Crime Story que incluía escenas
de las explosiones reales o Jean-Claude Van Damme en Bloodsport. Sus rincones,
sus oscuros y siniestros pasadizos, ese aspecto de infierno urbano ha servido
para ilustrar también conocidos videojuegos como Shenmue II o Call of Duty:
Black Ops.
Un grupo de japoneses estuvieron durante más de una semana recorriendo todos los rincones de la ciudad amurallada de Kowloon y confeccionaron un mapa detallado del lugar. Asimismo dos periodistas, Ian Lambot y Greg Girard tomaron en esos días multitud de instantáneas recopiladas en su libro City of Darkness: Kowloon Walled City.
Sobre el solar donde hasta 1993
se levantaba la ciudad amurallada se construyó en 1994 un parque de estética
tradicional china, con jardines, fuentes y lagos inspirados en el arte de la
dinastía Qing y sin más construcción que una clásica pagoda dentro de su
perímetro. Media docena de cañones y dos
pequeños tramos de muralla recuerdan al antiguo fuerte que allí se levantaba.
Fuente: Wikipedia
****
DOCUMENTAL SUBTITULADO EN INGLÉS
Agradecimientos a YouTube