La poeta y pensadora Chantal
Maillard (Bruselas, 1951) acaba de publicar Las venas del dragón. Confucianismo, taoísmo y budismo (Galaxia
Gutenberg), donde defiende la necesidad de transformar nuestra forma de
pensar para facilitar un cambio de rumbo y de parámetros:
Me parece que últimamente muchos vamos, en ese aspecto, por buen camino. No son pocas las voces de filósofos y científicos que apuntan a esa dirección (…) No estamos en un medio, sino que pertenecemos al medio, que es un complejo sistema del que formamos parte y en el que no hay organismos separados sino relaciones, intercambios y mutua dependencia (…) La política no la hacen los partidos, la hacen los individuos. La democracia es una responsabilidad política de todos. Saber enderezar el rumbo es por tanto una tarea que nos incumbe a todos, tanto a los que elegimos como a quienes son elegidos.
Luis Reguero, periodista por la Universidad de Málaga, ha realizado para el diario El Público una excelente entrevista a la autora donde se indaga sobre la política y la sociedad actual desde una perspectiva diferente. Vayamos a ello.
Pregunta: Propones elaborar una ‘ecosofía’ y una ‘ethopolítica’ para transformar nuestras sociedades actuales ¿La política y la ética no pueden pensarse hoy sin tener en cuenta nuestro hábitat, nuestro entorno? ¿No pueden definirse sin contar con el medio?
Respuesta: Si queremos transformar nuestras sociedades, lo primero es empezar a pensar de otro modo, y esto pasa por cambiar nuestra forma de expresarnos. Si decimos que hemos de contar con el medio, seguimos entendiendo que no pertenecemos al medio, sino que estamos en un “entorno”, algo que nos rodea y es diferente de nosotros. Esto sigue formando parte del antropocentrismo del que deseamos librarnos. No estamos en un medio, sino que pertenecemos al medio, que no es un medio, por cierto, sino un complejo sistema del que formamos parte y en el que no hay organismos separados sino relaciones, intercambios y mutua dependencia. La ecosofía empieza con esa comprensión. La ethopolítica será la regulación del comportamiento de nuestras sociedades que tenga en cuenta todo esto.
Pregunta: Aquel que conoce la
manera de gobernarse a sí mismo conoce el arte de gobernar a los hombres, decía
Confucio. Ningún sistema, sea el que sea, funciona para bien si quienes lo
encabezan no son capaces, en primer lugar, de gobernarse a sí mismos. Vemos
que nuestros gobernantes de hoy, precisamente, no se gobiernan a sí mismos y,
además, no dan ejemplo. ¿Es posible enderezar hoy el rumbo, el timón de
nuestros Gobiernos?
Respuesta: No
perdamos de vista que, en una democracia, la responsabilidad política es de
todos. Saber enderezar el rumbo es, por tanto, una tarea que nos incumbe a
todos, tanto a los que elegimos como a quienes son elegidos. China no era una
democracia; por eso, el ideal de Confucio era formar a quienes pudiesen enseñar
al gobernante a saber gobernarse a sí mismo. En un sistema democrático resulta
más complicado, ya que no se trata de una sola persona, sino de toda la sociedad.
¿Cómo pretender que un sistema basado en el ejercicio político de una mayoría
dé buenos frutos, si esa mayoría no está entrenada en el ejercicio del bien
común?
Pregunta: ¿Nos escuchan los
poderosos, les importamos algo, somos para ellos ciudadanos o ya solamente
súbditos?, ¿están a nuestro servicio o al servicio de los intereses económicos
capitalistas?
Respuesta: Tengamos
presente que la política no la hacen los partidos, la hacen los individuos. Y
si los individuos no han aprendido a pensar y actuar con ecuanimidad y no por
propio beneficio, las decisiones nunca serán las adecuadas. De ahí la necesidad
de una educación política a todos los niveles.
Pregunta: El budismo y el
taoísmo son vías de conocimiento de lo humano y de la naturaleza, métodos para
alcanzar otros estados de conciencia, observar y aquietar la mente, alcanzar
una lúcida ignorancia y encontrar una armonía con el entorno. ¿Hemos
comprendido en Occidente estas corrientes de pensamiento o las hemos
malinterpretado?
Respuesta: Insisto:
no hay diferencia entre lo humano y la naturaleza. Es hora de abolir las viejas
dicotomías y empezar a pensar, en otros términos. Lo que hay es un complejo
tejido simbiótico o, como nos lo dieron a entender las fuentes chinas más
antiguas, una energía en perpetua mutación. Si fuésemos capaces de contener,
por un momento, la necesidad de crear el propio personaje, la agitación se
calmaría y nos daríamos cuenta de que el cuerpo percibe lo que llamamos
“entorno” como un sistema de resonancia. Todo vibra, tan sólo hace falta dejar
la mente en suspenso para intuirlo. Para evitar el riesgo de malinterpretar, no
hay mejor manera que poner entre paréntesis todo lo aprendido y, como indicaba
Zhuangzi, ponerse a la escucha.
Pregunta: En ¿Es posible un mundo sin violencia? aseguras que la historia de la humanidad y, concretamente,
la historia de la sociedad occidental es la historia del ansia. ¿Cómo se cura
el ansia, la avidez, el deseo de querer más, de necesitar más todo el tiempo?
Respuesta: El
ansia es el hambre que, en el animal humano, adquiere proporciones
suplementarias debido a la reiteración innecesaria de las imágenes mentales. El
hambre del cuerpo mantiene la continuidad del ecosistema, pero una vez
satisfecha, el hambre se aplaca y el animal descansa. Pero el animal humano no
descansa, sino que permanece continuamente insatisfecho. Mantener a los
individuos insatisfechos es lo que permite que siga funcionando no ya el
sistema natural sino el sistema de mercado. Aquietarse, pues. Observar la
mente. Dejar pasar las imágenes sin hacerles caso. El proceso se ralentizará y
la agitación se calmará y con ella, el deseo de más.
Pregunta: Nos sentimos únicos.
Tenemos un irrefrenable orgullo como especie, que se agiganta cada día. Le
hemos dado la espalda a la naturaleza y hemos olvidado que nada es
independiente y que destruyendo a otras especies estamos poniendo en peligro la
nuestra. ¿Es demasiado tarde para menguar nuestra soberbia?
Respuesta: Me
parece que últimamente muchos vamos, en ese aspecto, por buen camino. No son
pocas las voces de filósofos y científicos que apuntan en esa dirección y contemplan
la necesidad de transformar nuestra forma de pensar para facilitar el cambio de
rumbo. A veces las transformaciones de la conciencia colectiva no se aprecian o
son lentas, pero permean.
Pregunta: La araña es la
mente, su presa somos nosotros. Es decir, aquello que creemos ser. Ese yo que
engorda en el proceso. Porque para alimentarlo basta con que creamos lo que nos
cuenta. Adherimos a una idea y esa idea hace el yo, escribes en el prólogo
de La arena entre los dedos, Diarios Reunidos. ¿Somos dueños de lo que pensamos?
Pregunta: La
mente, como una araña, no deja de salivar. Esa es su naturaleza. Y no sería un
problema si no le hiciésemos tanto caso. Lo malo es que nos identificamos con
cada uno de sus actos. Decimos “yo siento” cuando, en realidad, el yo es
el resultado de ese proceso y el siento, uno de los actos de
pensamiento que lo van formando. ¿Quién podría ser dueño del proceso si yo es
el nombre que le damos al proceso?
Pregunta: ¿Hay que sospechar
de cualquier creencia, de cualquier convencimiento, de cualquier certeza que
tengamos? ¿Hay que dudar de las opiniones que defiende la mayoría?
Respuesta: En lo
que respecta a los comienzos, la honestidad consiste en no delegar en otros las
cuestiones que más le inquietan y asumir la ignorancia. Creer es la fuerza del
débil. No merecen respeto las creencias, sí la honestidad. En cuanto a la
opinión, recordemos la distinción que establecía Platón entre la doxa y
la episteme (la opinión y el conocimiento). Las opiniones no son
racionales, son emocionales: quien, sin saber, afirma se autoafirma. ¡El diablo
me salve de las mayorías! (…y de los “debates de opinión”).
Pregunta: ¿Nos indignamos cada
vez menos, nos importa poco toda esa violencia, toda esa representación de la
violencia a la que asistimos cada día?
Respuesta: En la
mayor parte de los casos nos indignamos por lo que nos atañe personalmente o lo
que pone en riesgo lo que consideramos nuestro. La tarea, ahí,
consiste en ampliar los marcos de pertenencia. O hacerlos estallar.
Pregunta: ¿Hemos perdido la capacidad de ver la belleza, las cosas bellas, hemos perdido la capacidad de celebrar la belleza, de contemplarla, de encontrarla y consolarnos en ella?
Respuesta: Permíteme entender lo bello como una de las estrategias de la naturaleza para perpetuarse. Algo así como el dispositivo (uno de ellos) cuya función es evitar que una especie (en este caso la nuestra) decida darse de baja interrumpiendo su proceso generativo. El íntimo acuerdo (armonía, le dicen) por el que el suicida demora su decisión.