El rápido
ascenso de Pekín pone en peligro la preponderancia de Washington. La historia
nos enseña que en los próximos años el riesgo de una guerra entre ambos será
muy real, pero también que hay maneras de evitarla
El prestigioso analista Graham
Allison, exdecano de la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard,
publicó hace cuatro años el libro Destined for War: Can America and
China Escape Thucydides's Trap?, cuya lectura estremece la cal de los
huesos. Esta obra documenta que China y Estados Unidos se encaminan hacia una
guerra que ninguno de los dos quiere. Ambas potencias están atrapadas en lo que
el autor llama la trampa de Tucídides.
El propio historiador
griego Tucídides en su Historia de la guerra del Peleponeso
atribuyó la casus belli de aquel conflicto a que la emergencia de
Atenas como potencia provocó el recelo de Esparta (la hasta entonces potencia
hegemónica), que se sintió forzada a ir a la guerra. Ese remoto precedente de
hace 2.500 años ha servido a Allison para llamar la trampa
de Tucídides a ciertas coyunturas históricas de alto riesgo. Son
aquellas en las que una nueva potencia desafía la supremacía de otra ya
consolidada y estalla la guerra (...) No se trata de una fatalidad histórica,
sólo es un patrón aterrador que se ha repetido 16 veces en los últimos 500
años.
No se trata de una fatalidad
histórica, sólo es un patrón aterrador que se ha repetido 16 veces en los
últimos 500 años. Doce de esos momentos se resolvieron a cañonazos. ¿Cómo se
resolverá ahora el decimoséptimo caso: el creciente desafío chino a Estados
Unidos? Cada vez que se lo preguntan a Allison, su respuesta hiela la sangre en
las venas: "Apueste usted por lo peor".
Joseph Nye —otro acreditado
geopolitólogo estadounidense— no se mostró tan pesimista hace unos meses en un
artículo publicado en Project Syndicate (una plataforma
de opinión integrada por 439 periódicos de todo el mundo). Aunque no descarta
un error de cálculo, no se adscribe al nutrido club de aguafiestas que ven a la
humanidad caminando sonámbula hacia la catástrofe, como sucedió en la
Primera Guerra Mundial. En su opinión, la interdependencia económica y
ecológica reduce mucho la probabilidad de una guerra caliente, porque
ambos países tienen un incentivo para cooperar en muchas áreas.
EL VUELCO CHINO
Diversos expertos, libros,
artículos y documentos de todo el mundo debaten sobre si China y Estados Unidos
pueden evitar caer en la trampa de Tucídides o meterán al mundo en lo que
podría ser la colisión más grande de todos los tiempos. Unos y otros están
de acuerdo en que desde que Xi Jinping se convirtió en presidente de
China, en 2013, su política ha dado un vuelco escalofriante al tablero
geoestratégico.
Mientras entre el 11 de
septiembre de 2001 y la crisis de las hipotecas subprime en
2008 Estados Unidos se agotaba militar y financieramente en una Guerra
contra el Terror, el PIB del dragón asiático se disparaba en un promedio
de casi un 11% anual. La Unión Europea y Estados Unidos crecían un 2%.
China se enriquecía suministrando
productos y crédito a la superpotencia americana, que destinaba un 7,2% de su
PIB a gasto militar. Como avisa el historiador de la Universidad de Yale Paul
Kennedy en un libro ya clásico, Auge y caída de las grandes
potencias, los imperios crepusculares responden instintivamente
gastando más en seguridad y, por lo tanto, desvían recursos potenciales de la
inversión y agravan su dilema a largo plazo. El coste que supone
para Estados Unidos el mantenimiento de un sistema globalizado y
unipolar alimenta su propio declive. El registro histórico sugiere que hay
una conexión evidente entre la caída económica de una gran potencia y su ocaso inexorable
como gendarme mundial.
Y viceversa. China, que entre
2001 y 2008 gastó en defensa menos de un 2% de su PIB, pudo escalar a segunda
economía por tamaño del PIB, salir al rescate del dólar en la Gran
Recesión y convertirse en el principal exportador global. En 2014 los
organismos internacionales certificaron que su economía había adelantado a la
de Estados Unidos en paridad de poder adquisitivo. La desbancará como la
mayor del mundo en 2028.
HEGEMONÍA MILITAR
Ante esta situación, Pekín está
programando su hegemonía militar. Ha renunciado a un perfil militar bajo
y aspira a completar la renovación de sus fuerzas en 2035 para
convertirlas en un ejército digno de una superpotencia y capaz de
rivalizar con Estados Unidos en 2049, coincidiendo con el centenario de la
República Popular. Según el Instituto Internacional de Estocolmo para
la Investigación de la Paz (SIPRI), el gasto miliar de
China, el segundo mayor del mundo, llegó a los 252 mil millones de dólares
en 2020, lo que representa un incremento del 76% respecto a la década anterior.
El proceso de modernización del Ejército
Popular de Liberación (EPL) galopa a uña de caballo. Cada pocos
días se anuncia un nuevo avance: misiles balísticos hipersónicos, submarinos
nucleares, portaaviones, 200 silos subterráneos que albergan misiles
balísticos con alcance intercontinental, drones Dragón Rampante de
reconocimiento a gran altura, cazas J-20 de despegue vertical o
aviones J16D para la guerra electrónica.
El Financial Times reveló
hace poco que Pekín completó este verano dos pruebas de un misil que
entró en órbita y dio la vuelta al mundo antes de golpear su objetivo. Se trata
de un ingenio hipersónico indetectable que, al volar a más de cinco veces
la velocidad del sonido, golpea en pocos minutos pasando por el polo sur y
evitando las defensas de alerta temprana norteamericanas concentradas en el
polo norte. El sistema de defensa antimisiles estadounidense será
inútil cuando se desplieguen estas máquinas.
En 1962, en pleno conflicto en la
frontera con India, Mao encargó la construcción del primer
submarino nuclear chino 091. Cuando se botó en 1974 produjo más risa que
miedo porque —ineficiente, ruidoso y radiactivo— parecía más peligroso para su
tripulación que para el enemigo. Menos de medio siglo después, los
submarinos chinos son un tremendo dolor de cabeza para Washington.
El aumento del gasto
militar en los últimos años —casi 10 veces mayor que a mediados de los
noventa según el SIPRI— ha permitido un desarrollo exponencial de las
capacidades militares chinas por tierra, mar y aire. Según el Instituto
Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), con sede en Londres, desde
2014 China ha botado más submarinos, destructores y barcos de apoyo o anfibios
que el total de la flota británica.
¿LA ARMADA INVENCIBLE?
Esa Armada Invencible acongoja
ya a sus vecinos que, entre la envidia y el pánico, vigilan de cerca los
ejercicios militares en su región. La cuestión naval ocupa el grueso del
último informe del Departamento de Defensa de Estados Unidos sobre el
poderío militar chino. En el documento se destaca que Pekín es capaz de
destruir con misiles DF-21 cualquier barco que navegue a menos de
1.500 kilómetros de sus costas.
Un foco de tensión regional es el
Mar de la China Meridional, 3,5 millones de kilómetros cuadrados por donde
fluye más del 50% del tráfico mercante mundial. El petróleo que circula desde
el Índico y que tiene su destino final en los puertos del Pacífico asiático,
supone más de seis veces el que transcurre por el Canal de Suez. Además, en el
subsuelo existen reservas petrolíferas y de gas natural similares a las de
Catar.
Esa Gran Muralla de Arena — tal
como como la llamó en 2015 el comandante en jefe de Estados Unidos en el
Pacífico — resulta inexpugnable gracias al creciente poderío submarino de
Pekín, que constituye la vanguardia de la capacidad ofensiva de una armada que
cuenta con 79 submarinos frente a los 68 de Estados Unidos. El poder de fuego
de la Armada China crece a un ritmo sin parangón en ninguna
otra marina del mundo.
BIDEN & TRUMP
Para contener el avance de
China, Joe Biden ha reforzado la posición dura de Donald
Trump. El pacto estratégico bautizado como Aukus (acrónimo
en inglés de Australia, Reino Unido y Estados Unidos) tiene en la mira resistir
a Pekín en el Indo Pacífico.
Volvamos a la Gran Cuestión:
¿están condenados Estados Unidos y China a una guerra global? Tucídides no sólo
atribuyó la guerra que desintegró el antiguo mundo griego al ascenso de la
nueva potencia ateniense, sino también al miedo que generó en Esparta. La
segunda causa es tan importante como la primera. La arrogancia
norteamericana es un peligro, pero también lo es el miedo exagerado, que puede
conducir a una reacción descomedida. Las grandes potencias se temen. Se
miran con recelo. Anticipan el peligro. Hay poco espacio para la confianza.
Sin embargo, en el XIX
Congreso Nacional del PCCh de 2017, Xi Jinping confirmó
que el ejército chino ejército tiene carácter defensivo. Su
desarrollo no amenaza a ningún país. Sea cual sea su grado de desarrollo,
China jamás aspirará a la hegemonía ni practicará la expansión.
Henry Kissinger lo
creyó. En una crítica a la estrategia de contención de Estados Unidos, el ex
secretario de Estado norteamericano sostenía que el imperialismo
militar no es el estilo chino, que busca sus objetivos con paciencia y
acumulación de matices. Rara vez China se arriesga a un enfrentamiento donde el
ganador se lo lleva todo.
Xi Jinping no ignora
que, si retara la hegemonía global estadounidense, Washington aplicaría un
golpe de efecto súbito atacando la debilidad geográfica del Reino Medio: China
es vulnerable a un posible asedio estratégico. Japón le impide el acceso al
océano Pacífico, Rusia la separa de Europa y la India se eleva sobre un océano
que lleva su nombre y que es el principal acceso de China a Oriente Medio.
La trama de la novela Never, de Ken
Follett, recuerda a las películas de Hollywood o a las novelas
de Tom Clancy. Follet imagina a una analista de la CIA,
una presidenta de Estados Unidos, un agente encubierto y un ministro chino
tratando de evitar la Tercera Guerra Mundial. Pero en caso de que
sucediera, lo más probable sería que la evitaran el sentido común de
los estadistas y la presión de la opinión pública.
Paul Valéry escribió que la
guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes
que sí se conocen pero que no se masacran. En una Tercera Guerra
Mundial, ni estos últimos se salvarían. La sola posibilidad del suicidio de
la Humanidad —la Mutua Destrucción Asegurada— es una garantía. Como dijo
el poeta, allí donde aumenta el riesgo, aumenta la posibilidad de lo que
nos salva.
LOS EJEMPLOS HISTÓRICOS
A lo largo de la historia muchos
han sido los casos donde las potencias dominantes se han liberado de caer en la
trampa de Tucídides. Por ejemplo:
España contra Portugal,
finales del s.XV. Durante la mayor parte del s.XV, Portugal lideró la
exploración del planeta y el comercio internacional. En la década de 1490,
culminado su proceso de unificación territorial, España desafió el dominio de
su vecino y reclamó la supremacía en el Nuevo Mundo. La mediación del
papa Alejandro VI en el Tratado de Tordesillas evitó la guerra entre las
dos potencias ibéricas.
EEUU contra Reino Unido,
principios del s.XX. En las últimas décadas del siglo XIX, el poder
económico estadounidense superó al del Imperio Británico. A comienzos del s.XX,
la flota norteamericana desafiaba a la Royal Navy. Cuando EEUU arrebató
a Reino Unido la supremacía en su propio hemisferio, los británicos afrontaban
otras amenazas en su imperio colonial, así que consintieron el ascenso de su
antigua colonia en América. El acercamiento sentó las bases para las alianzas
entre ambas potencias en dos guerras mundiales y la duradera "relación
especial" entre los dos países.
Unión Soviética contra EEUU,
1945-1989. Después de la Segunda Guerra Mundial, EEUU emergió
como la superpotencia global incontestable. Producía la mitad del PIB mundial,
tenía la mayor potencia de fuego y el monopolio de la bomba nuclear. Esa
hegemonía fue desafiada por la Unión Soviética. A pesar de que tensionó el
mundo, la Guerra Fría fue un éxito porque evitó la trampa
de Tucídides.
Alemania contra Reino Unido y
Francia, desde los 90 hasta hoy. Al acabar la Guerra Fría, se temía
que una Alemania reunificada volviera a sus ambiciones hegemónicas y amenazara
a Francia y Reino Unido. Sin embargo, sus sucesivos gobiernos, conscientes de
haber caído dos veces seguidas en la trampa de Tucídides,
eligieron liderar la economía europea renunciando al dominio militar.
CONCLUSIÓN
El sentido común de los estadistas y la presión de la sociedades, son dos factores vitales que pueden evitar la caída en la trampa de historiador griego. Esperemos que así sea y que la Historia demuestre una vez más que el ser humano antepone la inteligencia a la ambición y al poder.