La historia comienza cuando el
humano sale del agua, va a cuatro patas y luego a dos. A lo lejos ve una cosa
que llama horizonte, y empieza a preguntarse si hay algo más allá. Y así
descubre que más allá del horizonte está la muerte e inventa de inmediato la
inmortalidad y con ella empieza la gran historia. Durante muchos siglos hemos tenido
la utopía de que con las ideas podríamos cambiar el mundo. Décadas después, esta
utopía ha dejado de ser la protagonista. Lo vemos en la política actual. Hay
muy pocas ideas. Los políticos dicen tenerlas, pero yo no disponen de ideas que
generen entusiasmo. Pocas veces la inteligencia ha estado tan alejada de la
política como lo está hoy en día.
En nuestra sociedad la utopía ha sido sustituida por la razón pragmática y el utilitarismo rabioso. Y los proyectos espirituales que quedan son fragmentados, subjetivos e individualizados. Ya no son grandes ni compartidos, como lo fueron el cristianismo o el socialismo, y se duda hasta del mismo ideal de progreso. La idea de una humanidad mejor está siendo sustituida por la de una roboticidad mejor y así surge el dilema que plantea el film ‘Blade Runner’: si las máquinas son como nosotros, también tendrán nuestras pasiones, amores y odios. Y así se iniciará de nuevo el ciclo de Prometeo, pero los dioses volverán a aniquilar a los hombres por haber querido ser demasiado dioses con sus robots y máquinas. A ese tiempo lineal le transcurrirá otro tiempo cíclico donde los hombres volverán a jugar con el afán de alcanzar la divinidad. Pero esa relación y tensión entre hombres y dioses, tan bien encarnada en los mitos clásicos, hoy se está convirtiendo en una tensión entre hombres y máquinas. Sin embargo, al igual que hubo un primer humano que supo que iba a morir, nosotros somos la primera generación que sabe que los humanos podemos autodestruirnos. Si hemos prolongado la vida, pero también para poder prolongarla nos hemos puesto una espada de Damocles sobre la supervivencia de la humanidad y del planeta. De una u otra forma debemos recuperar la utopía, porque es necesaria para sobrevivir. Si la vida es mera supervivencia, no vale la pena»
RAFAEL ARGULLOL, filósofo (Barcelona, España). Disecciona la condición humana en el libro «Las pasiones según Rafael Argullol»