La velocidad de propagación y la tasa de mortalidad del
COVID-19 muestran diferencias notables entre las naciones más afectadas. Si
bien las distancias y recursos humanos y económicos y en la infraestructura
sanitaria explican buena parte de la variación, las costumbres y la idiosincrasia
también parecen tener un papel importante para entender el fenómeno de la pandemia.
Sin embargo, hay también factores sociopolíticos y culturales.
La ausencia de alternativas políticas y de una verdadera
justicia de garantías hace que los ciudadanos se expongan a los castigos más
severos si no obedecen. Es el caso donde priman las dictaduras de estado, como
en China, Corea… No respetar a rajatabla las indicaciones de las autoridades
implica más contagios y más muertes. De ahí la obediencia ciega. Pero no es
solo eso. El factor cultural es crucial. Las tradiciones culturales que exigen sacrificio,
honor y sentido colectivo son mucho más acentuadas en los países asiáticos que
en los países europeos, especialmente en los mediterráneos. En los primeros (asiáticos),
la cultura, sin duda, ha ayudado al control de la pandemia. No hay que olvidar
que es el contacto entre las personas lo que permite la propagación del virus.
Por tanto, no es casual que las naciones con mayor cultura y
costumbres sociales, como Italia y España, sean los países europeos con más
casos de coronavirus. Son sociedades abiertas, donde la vida colectiva es muy
intensa. En otras culturas, las reglas de sociabilidad son muy
diferentes. La distancia social, el clima, la educación, marcan diferencias.
Suelen ser más individualistas. Los círculos sociales más reducidos, las
amistades ocupan un lugar menos importante y, para muchos, no hay demasiado fuera
del trabajo y la familia. Históricamente, los países anglosajones se han
diferenciado de los latinos en ese sentido. Y el contraste es incluso mayor con
algunas naciones asiáticas, como Japón o Corea. Cuanto más estrechas sean las
interacciones entre los individuos, más se propagará el virus.
Es lógico que las medidas de aislamiento sean más difíciles
de cumplir en países con vínculos comunitarios más estrechos. El impacto
sobre la vida cotidiana es mucho más disruptivo y el costo es sin duda mayor. Lo interesante es que la abundancia de interacciones
sociales significativas suele ser el mejor antídoto contra otra pandemia
contemporánea: la depresión. Pocas cosas son más destructivas para la psiquis
que la soledad y la ausencia de otros que se preocupen por uno.
La tasa de suicidios en Italia es de 5,5 cada 100.000
habitantes, según la Organización Mundial de la Salud. Es la tercera más baja
de Europa, después de Grecia y de Chipre. La de España es 6,1, la quinta más
baja, detrás de Albania. La tasa de Japón es de 14,3 suicidios cada
100.000 habitantes, más del doble. En Corea es más del triple: 20,2, la décima
más alta del mundo. Las culturas más gregarias suelen ser más endebles en
términos de responsabilidad individual. Las personas tienden a esperar las
respuestas de afuera, de otros, y les cuesta más restringir sus deseos.
Corea del Sur ha hecho muy bien las cosas porque, después
del brote de MERS en 2015 desarrolló un sistema de pruebas muy rápido y
actualizado. Además, adoptó una aplicación que permite rastrear a cualquier
persona infectada. Este tipo de vigilancia digital tiene varios aspectos
controvertidos en términos de privacidad, pero es eficaz.
Por otro lado, la disponibilidad de una amplia
infraestructura capaz de hacer muchas pruebas es uno de los factores que
contribuye a disminuir la letalidad del virus y es una de las muestras de
que el nivel de desarrollo de los países es un predictor importante. El mejor
ejemplo es Corea, que gracias a hacer 15.000 tests por día y a tener un sistema
de salud universal y de mucha calidad, registra 8.799 infectados, pero una tasa
mortalidad entre ellos de 1,2%, frente al 9% de Italia, el 5,2% de España y el
4% de China.
La forma en que un país entiende la relación entre la salud,
el medio ambiente, la política y la economía determinará cómo responderá a una
crisis, cuáles serán las cuestiones clave y qué aprenderá de una pandemia como
el coronavirus Cuanto más éxito haya
tenido invirtiendo en mantener la salud de base de la población, en atender a
los sectores vulnerables, en programas de promoción de la salud y en
infraestructura sanitaria, tanto más preparado estará para hacer frente a un
desafío importante.
Teóricamente más desarrollo significa, entre otras cosas,
mejores instalaciones sanitarias. Por ejemplo, con más respiradores, que son
esenciales para mantener con vida a los pacientes críticos, que enfrentan
serias dificultades respiratorias. Y significa también ciertos umbrales de
igualdad, porque si el acceso a una salud de calidad está restringido a una
minoría privilegiada, los efectos de una pandemia de este tipo van a ser mucho
más devastadores.
Los grupos sociales con más poder económico y mayor nivel de
educación van a poder enfrentarse muchísimo mejor a la crisis sanitaria. Las
desigualdades sociales en salud están ahí y los que menos tienen son los más
vulnerables. Esas desigualdades tienen que ver, en un grado alto, con el tipo
de políticas sociales y económicas que se aplican en un país. En España las
políticas neoliberales ejecutadas por los últimos gobiernos conservadores han
tenido como consecuencia cierto desmantelamiento de los servicios sanitarios,
que ahora se ha hecho más visible. La cantidad de camas hospitalarias por
habitante es un indicador que revela que incluso entre los países más ricos hay
diferencias radicales. En Corea, hay 11,5 cada 1.000 personas, y en
Alemania hay 8,3. En España e Italia hay menos de la mitad: apenas 3 y 3,4,
respectivamente.
Darío Mizrahi
INFOBAE